Si comprendieramos la magnitud y las implicaciones que tiene la desigualdad en Colombia, creo que la mayoría de los ciudadanos tendríamos una actitud distinta hacia la forma como se financia y se imparte la educación en este país. Desde luego, todo depende de la premisa de la que uno parta.
Si partimos de la premisa de que la sociedad debe premiar a los individuos con base en el esfuerzo que cada uno haga, y no con referencia a privilegios de clase o condición, creo que la conclusión obligada es que tenemos que proporcionar a cada uno de ellos las mismas oportunidades. Una sociedad que se tome en serio la idea de la dignidad de cada ser humano es aquella que le brinda a cada uno la oportunidad para que desarrolle sus capacidades y coseche el fruto de su esfuerzo.
Brindar oportunidades significa corregir las desigualdades introducidas por la lotería de la sociedad. Esta no es una idea rara. Todos coloquialmente nos referimos a la fortuna de haber nacido en esta o en aquella familia, a la fortuna de haber recibido esta o aquella educación, etc. Eso es haberse ganado la lotería de la sociedad. Es una lotería porque se trata de algo que no depende del esfuerzo propio. Nadie ha hecho méritos para nacer donde nació. Por eso es que uno dice que algunos se ganaron la lotería y por eso es que parece cierto que muchos en este país la perdieron.
¿Quiere esto decir que hay que aceptar la lotería de la sociedad como se acepta irremediablemente el destino? Creo que no. El orden social es social, no es un orden natural. El orden natural es el que ha tenido la tierra allí donde todavía siguen ocurriendo las cosas sin la intervención deliberada de la especie humana. El orden social, por el contrario, es el hemos construido y el que construimos todos los días nosotros mismos, aunque no nos reconozcamos como sus autores. Es el orden heredado de nuestros mayores porque existía cuando llegamos al mundo, pero es también el orden que le legamos como herencia a los que vendrán después de nosotros. Puesto que somos coautores del mundo que tendrán las generaciones futuras, somos responsables del mundo que ellos recibirán como legado. Ese mundo que les legaremos está hecho de las reglas y las creencias que establecen lo que es justo y lo que es injusto.
Hubo una época en la que se consideró que la esclavitud era justa; que era justo que nos gobernara un rey; que fuera el rey quien estableciera las leyes y los impuestos; que el rey pusiera en los altos cargos de gobierno a sus hijos y que el mismo cargo de rey fuera hereditario; etc. Luego en otra época se consideró que quienes no tuvieran rentas ni educación no deberían votar; que las mujeres no deberían trabajar ni ocupar cargos de responsabilidad; que los hijos extramatrimoniales no tendrían los mismos derechos que los hijos nacidos en el seno de un matrimonio, etc. Uno puede seguir con una lista más larga, pero yo quiero resaltar que todo eso ha cambiado. Para algunos, se trata de una historia en la cual no han tenido nada que ver. Para otros, se trata de una historia que re-escribimos todos los días cuando afirmamos el valor de la democracia y de la igualdad ante la ley.
La experiencia nos ha enseñado que la igualdad ante la ley no es suficiente. Por eso ahora la tarea consiste en afirmar la igualdad de oportunidades. En efecto, no es justo que, por haber nacido en una familia sin educación, uno se quede sin educación y se tenga que conformar con un trabajo de ingresos bajos. No es justo que por no haber tenido libros o Internet en la casa, uno no pueda tener acceso a libros e Internet en la escuela que le brinden el acceso a fuentes de conocimiento que no le ha podido proporcionar su familia. No es justo que por no haber tenido una madre educada uno no haya podido educarse mejor y tenga que quedarse rezagado en el camino de la vida.
Esto es lo que muestra el análisis de John Roemer sobre distribución del ingreso. La educación de la madre determina en buena medida el tipo de ingreso que una persona tendrá en el futuro. A mayor educación de la madre, mayores ingresos. Puesto que en la etapa temprana uno pasa más tiempo con la madre, una madre más educada le pasará a sus hijas e hijos un patrimonio de conocimiento y valores mucho más grande que el que le podría pasar una madre menos educada.
En una escala diferente, un estudio reciente ha mostrado que entre mayor es la educación de los padres y madres, mayor es la oportunidad que uno tiene de entrar a la Universidad Nacional y de completar sus estudios sin dilaciones ni retrasos. Y si alguien tiene dudas acerca del hecho de que el acceso diferenciado a la educación es evidencia de la discriminación social existente en Colombia, les recomiendo que lean el trabajo de Mauricio García y Laura Quiroz Apartheid Educativo en Bogotá.
No debería haber duda de que la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación contribuye a que el acceso a los ingresos y los cargos de responsabilidad sea más equitativo. Con igualdad de oportunidades, el premio sería al esfuerzo, no al privilegio.
Sin embargo, las cosas no son así. Los privilegiados están donde están no sólo por su esfuerzo sino también porque han tenido oportunidades que otros no tuvieron. Pueden seguir presumiendo de su superioridad porque no han tenido que probar que son mejores. Desde el comienzo, la carrera de la sociedad los puso en los puestos de adelante y le ha puesto tantas trabas a los que arrancaron de atrás que los privilegiados pueden darse el lujo de desperdiciar su vida y su patrimonio sin que sientan ningún recato de conciencia. Si lo tuvieran, los privilegiados de este país no podrían sentirse superiores.
Al apelar a su conciencia, yo hago un llamado a la humildad y a la generosidad. Hago un llamado para que nos comprometamos con el principio de la igualdad de oportunidades.
No obstante, creo que ese llamado no es suficiente. Creo que es necesario que haya, como lo hay, un movimiento estudiantil que reivindique la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación y en la calidad de la educación que se imparte en todos los centros de enseñanza.
A este respecto, sabemos que las dos cosas dependen en buena parte de la financiación de la educación pública y de la financiación de los estudiantes, temas sobre los que versa la discusión sobre la ley de educación. Aunque el gobierno nos presenta su propuesta como razonable, dados los altos niveles de inequidad que hay en Colombia, creo que hay que rechazarla como insuficiente (sobre este tema, recomiendo mucho la entrada de Daniel Mera Reclamo Redistributivo de los Estudiantes Merece Mejor Respuesta del Gobierno y el documento de reflexión sobre el proyecto de ley presentado por el gobierno, escrito por varios profesores de la Universidad Nacional donde se considera el impacto negativo que tendría la reforma). En este punto, el movimiento estudiantil tiene toda mi solidaridad.
En lo que no me uno al movimiento estudiantil es en su tolerancia hacia la expresión destructiva de su indignación y de su enojo. Me parece cuestionable que se haga el de la vista gorda ante el derroche de pintura sin imaginación, ante la provocación revanchista y resentida, ante la irresponsabilidad de quienes persisten en la violencia y ante la mediocridad de quienes creen que la complejidad de los asuntos sociales puede reducirse a consignas. Así las cosas, creo que poco avanzaremos para que la sociedad colombiana llegue a entender el significado y las consecuencias de la inequidad.
No obstante, creo que hay que seguir dando la pelea por la igualdad de oportunidades. A eso están dedicadas estas líneas.
A modo de coda, quiero dejar testimonio de la decepción que me causa la lectura de muchos grafitis pintados en los edificios de la Universidad Nacional, pero también del ingenio de estudiantes de la Nacho que han sabido definir en pocas palabras uno de los males de nuestro tiempo y la actitud con la cual uno debe enfrentar esos males.