Con los pies en la tierra

Publicado el Observatorio de Tierras

Minga, resistiendo a la violencia y la exclusión

Por: Andrés Javier Garzón Sánchez

El fenómeno de la violencia es algo real, persistente, universal y (acercándose a nuestra realidad actual) fácilmente contagiable. La violencia existió, existe y existirá porque es algo que está en el ser humano y suele ser una de las formas habituales y erradas para conseguir algo. Así como con una cuerda se pueden hacer nudos de unión, también pueden hacerse nudos de silencio.

En nuestro país uno de los factores determinantes de este fenómeno ha sido el enfrentamiento armado por la tenencia de la tierra, que afecta principalmente a poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes. Aun en medio de una pandemia, nos encontramos con una Colombia rural fuertemente golpeada por grupos armados ilegales, disidencias de las Farc, carteles del narcotráfico, paramilitares y un gobierno indiferente. Sin embargo, la valentía indígena junto con su capacidad de organización y bastones de mando impregnados con aguas sagradas, le hacen frente a todo ello, pues ya muy bien lo decía el poeta romano Virgilio “¿quién puede resistir la dulce fragancia de la tierra natal?”. El territorio no es solo un espacio físico, sino un escenario de encuentro, que produce un tipo de vinculación afectiva de la que el ser humano no puede prescindir, el amor a la tierra natal indiscutiblemente forma parte de nuestro ser.

Es de conocimiento general que los Derechos Humanos tratan de proteger a las personas contra acciones que ataquen y violenten las libertades fundamentales y la dignidad humana. Estas violencias las ejercen los grupos armados al margen de la ley, pero también el aparato estatal desbocado, excesivo, brutal y vejatorio. Según Indepaz en lo corrido de este año han sido asesinadas 267 personas en 67 masacres, afectando con mayor intensidad los departamentos de Antioquia, Cauca, Nariño y Norte de Santander. Ante lo dicho, resulta fundamental luchar por nuestros derechos, ya que la violencia es lo que ha reinado en la historia de nuestro país, una historia llena de odio y sangre.

No obstante, para nadie es un secreto cómo diversos sectores políticos, grandes jueces y “ejemplos” a seguir de la moralidad, hacen uso de la violencia conservadora: aquella que justifica cualquier acto en la medida que considera que la situación social se ha degradado. Esta violencia conservadora ya ha iniciado campaña, como dice la frase que se ha popularizado “ojo con el 2022”. Ante ello, es necesario despertar y detener la estigmatización. Luchar por nuestros derechos no nos convierte en vándalos ni en criminales.

Para nuestra fortuna, si algo nos han dejado siglos de procesos culturales ha sido el disciplinamiento de la lucha, es decir, el establecimiento de formas éticas por las que esta se desarrolla. ¡No podemos seguir cayendo en la coartada de que si la lucha es inevitable, la violencia es inevitable! Plomo es lo que hay, pero no bala lo que viene.

Aun en medio de este panorama poco alentador, gracias a la Minga estamos presenciando nuevas formas de organizar la lucha, una que convoca a la solidaridad, al compartir y a un trabajo que teje diversos saberes, opiniones, orígenes, sentimientos y disposiciones que producen lo común. La minga es una propuesta que invita a juntarnos por la vida, la paz, la democracia y el territorio. Si existe un peligro es contagiarnos de dignidad, resistencia, conocimiento y unión.

Esta forma de lucha y resistencia no busca otra cosa que garantizar la vida ante el desangre de país, una lucha que se desarrolle respetando a las sociedades y al medio ambiente; velar por la implementación y construcción de paz; fortalecer la democracia participativa y representativa posibilitando el pluralismo y la heterogeneidad; y defender los territorios para que sean lugares de goce, desarrollo, protección, vida y paz.

La Minga no es una movilización compuesta por grupos subversivos que buscan desestabilizar al país impidiendo el desarrollo, tampoco es un movimiento inconsciente del virus que ha generado la pérdida de millones de vidas. La Minga es la expresión que devela lo que piensa y hace el gobierno ante el sufrimiento de los históricamente excluidos. No deberíamos sorprendernos con unos delegados del Gobierno que actúan por caridad, que nos hablan de cifras que esconden los incumplimientos, que generan división y que intentan desdibujar su incompetencia e indolencia a través de la estigmatización, la tan efectiva violencia conservadora.

Señor presidente, es hora de salir del set de televisión y conversar con el país, queremos saber por qué sus modelos desconocen la violencia en las regiones, pues la militarización sin una política integral sólo profundiza las heridas y aviva las pasiones. Queremos saber por qué las vidas campesinas están siendo vulneradas por las limitaciones impuestas a sus posibilidades de producción. Queremos saber por qué los jóvenes vivimos en medio de precariedad, represión y estigmatización. En últimas, queremos que nos escuche, que escuche a la minga y que aprenda que las decisiones políticas sólo deben tomarse bajo el reconocimiento de todos y todas.

Guardia, guardia. Fuerza, fuerza. Por mi raza, por mi tierra”

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