Bernardo Congote

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Una pareja perfectamente… corrupta

Es un hombre elegante. Relativamente bien instruido. Con apellido. De cierta alcurnia regional y reconocido asesor institucional. Casado en segundas nupcias con María, dama astuta que, separada como él, había salido desde el fondo de la clase media gracias a su esfuerzo académico. Estudiante de las mejores universidades del país, ella se había forjado un destino brillante en el sector público primero como funcionaria menor y luego como asesora internacional prestándole servicios al Estado, producto de lo cual llegó a ocupar uno de los más altos cargos sectoriales. Una especie de ministerio público con significativo poder regulatorio y vigilante.

Rodrigo también se había formado en la academia pública superior, también en las mismas universidades. Funcionario público y privado desde sus comienzos profesionales, Rodrigo se concentró en la consultoría privada llegando a colocar su nombre entre los primeros en su género. Ello le había permitido estar alejado de los avatares de la contratación con el Estado, tradicionalmente marcada por prácticas non sanctas. No sabía lo que era recibir o dar propinas por la consecución o ejecución de contrato profesional alguno. Sus méritos habían sido tasados únicamente con base en resultados fáciles de medir como aportes a la industria regional.

Corridos tiempos oscilantes de crisis y prosperidad, víctima de los primeros y desavisado en los segundos, Rodrigo se vio forzado a solicitarle un contrato acudiendo a los buenos oficios de María, ahora notable funcionaria. Por alguna razón que pronto vino a comprender, las primeras reuniones se realizaron en casa de la funcionaria siempre en presencia de su cónyuge. Apartamento de lujo ubicado en zona privilegiada y costosa de la capital, en medio de mullidos muebles y abundante obra pictórica y escultórica, abundaban por sus paredes menciones de honor a sus gestiones pública y privada. La residencia de María y su pareja parecía perfecta.

Extrañado por la circunstancia de ser tan bien recibido en casa de sus posibles contratantes cuando sólo estaba negociando una posibilidad profesional, pronto lo entendió. Su aspiración a contratar estaría condicionada a que el también ilustre cónyuge de la funcionaria, formara parte del equipo de trabajo. Eso sí, siempre y cuando el cónyuge no se viera forzado a pasar trabajos firmando subcontrato alguno con Rodrigo ni, menos, permitiendo que su nombre apareciera entre los desembolsos del contrato. Ni, por supuesto, que por parte alguna se le viera en público o inclusive dentro del equipo profesional de Rodrigo. Cierto papel fantasmal reduciría al cónyuge a una curiosa especie de “asesor en la sombra” pero, eso sí pagado en efectivo. Todo el trabajo activo y los riesgos estarían bajo el nombre y la responsabilidad de Rodrigo y su equipo.

Sin embargo, algo imperfecto había en esta pareja perfecta. Deshabituado a tener que disfrazar, no sólo sus contrataciones sino las subcontrataciones, los desembolsos internos y la participación abierta de alguno de sus profesionales colaboradores, Rodrigo no le puso obstáculo a una figura que, presentada con tal elegancia, condicionaba su legítima pretensión profesional.

El problema se hacía delicado porque el cónyuge de la funcionaria ejercía su oficio en el mismo sector que ella gobernaba. Por eso lo de su papel en la sombra. Mmmm. Llegados a acuerdos básicos sobre la coima que recibiría el cónyuge y la forma en que la propuesta iba a ser presentada para aprobación de la institución de su esposa, la funcionario estableció un presupuesto que le permitiera asignar el contrato directamente.

Rodrigo elaboró la propuesta. Pero surgió otra imperfección. Una segunda reunión en casa de la pareja perfecta, en esta ocasión adobada con viandas de especial gusto a la hora de la cena y acompañada con la degustación de vinos de categoría, fue antesala de una desagradable propuesta. Ya enterado el cónyuge del valor del contrato adjudicado, y aprovechando una curiosa ausencia de su esposa, hizo ver a Rodrigo que era forzoso que sus honorarios se incrementaran en un cincuenta por ciento por encima de lo pactado, como condición para que el contrato pudiera legalizarse bajo la firma de su esposa.

Lo anterior significaba, en plata blanca, que fijo el presupuesto, las utilidades del contrato se iban a reducir lo suficiente como para que el cónyuge recibiera su tajada. Y, al tiempo, tributariamente los jugosos ingresos del cónyuge de la pareja perfecta adquirían proporciones máximas sin ser declarables. O sea que Rodrigo iba a pagar los impuestos sobre las ganancias del cónyuge.

Para redondear la faena, la pareja perfecta le anotó a Rodrigo el nombre y número de cuenta bancaria de un testaferro con quien tenían montado el triángulo perfecto de la corrupción. No sólo con Rodrigo sino con todos los Rodrigos que, comenzó a entender, habían estado pasando y seguirían pasando por los mullidos muebles del apartamento perfecto de la pareja perfecta.

Así las cosas, forzado a trabajar en medio de una aguda crisis sectorial, Rodrigo aceptó estas onerosas condiciones. Todo ello aceptado al término de la cena perfecta mientras que la esposa perfecta seguía ausente del recinto tanto que, imperfectamente, no salió a despedirle.

Propuesto, aprobado, asignado y legalizado el contrato por la funcionaria en beneficio de la empresa de Rodrigo, iba a trabajar realmente para sus <<benefactores>>. Quienes le plantearon a Rodrigo que otros contratos emanados de la misma institución tendrían los mismas condiciones. Lo que no fue obstáculo para que Rodrigo, gracias a su profesionalismo declarado en público por la funcionaria-cómplice-contratante, presentara en la Junta Directiva todos sus informes en sesiones especiales.

Pasados los meses, ejecutando alguno de estos contratos surgió otra imperfección imprevista por la pareja perfecta. La empresa de Rodrigo había sido contratada para asesorar una institución pública. Y en medio de su diagnóstico, demostró públicamente los altos costos sociales e institucionales que significaba la corrupción institucional.

Un emisario de alto rango de la institución que dirigía la esposa perfecta, a la sazón auditando el evento (identificado luego por Rodrigo como el testaferro de sus contratos), no pudo evitar llamarle la atención muy en privado, haciéndole ver su “alarma por la forma tan ruda en que éste había fustigado a la plana mayor de la institución asesorada”. Sin importar, por supuesto, que la denuncia iba en defensa de los intereses ciudadanos.

La cosa pareció quedar ahí. El contrato de marras fue concluido a satisfacción como todos los otros y el cónyuge perfecto había recibido perfectamente los jugosos estipendios acordados vía la cuenta del testaferro. Pero, curiosamente, después del llamado de atención mencionado, ni la esposa ni su cónyuge volvieron siquiera a pasarle al teléfono a Rodrigo. Averiguando por detalles, supo que, en alguna conversación hecha pública, la funcionaria había afirmado que pese a la excelencia profesional de Rodrigo y su empresa “su discurso ético se oponía a su concepción perfecta de la vida”.

A sabiendas de que el testaferrato diseñado a la perfección por la pareja perfecta sólo le daba a Rodrigo herramientas indirectas para probar su participación y beneficios dolosos en estos contratos, el silencio de la pareja perfecta fue seguido, intempestivamente por otra noticia. El recientemente elegido Presidente, había designado a la destacada funcionaria de la pareja perfecta como su Embajadora en alguna lejana nación. País hacia cuyo destino la pareja perfecta hizo maletas con presteza para ir a representar los intereses nacionales también de manera perfecta.

De esta manera, Rodrigo, profesional de prestigio cuyo nombre y riesgos expuso repetidamente al límite para que su empresa funcionara en medio de una aguda crisis sectorial, entendió a qué se le llamaba <<corrupción>>.  Gracias a su defensa pública de la ética contractual fue sancionado subliminalmente por la pareja perfecta. Vio truncado cualquier otro contrato con la entidad estatal y, no sin razón, terminó dejando en duda su comportamiento ético.

Al tiempo, la pareja perfecta era premiada por el Gobierno a cambio de jugosos honorarios extractados de los impuestos ciudadanos que la pareja perfecta se había entrenado perfectamente en capturar, manipulando las necesidades de varios Rodrigos que pasaron imperfectamente por su apartamento perfecto.

Congótica. Triste recordatorio para unas parejas que, perfectamente, están de nuevo en el país dispuestas a seguirse sirviendo … corruptamente de los ciudadanos.

Congótica 2. Un abogado de Odebrecht afirmó que habían corrompido al Viceministro García (USD $6,5 millones) para evitar que éste se dejara seducir por alguno de los otros corrompidos con los que estaban compitiendo. (Noticias Uno, edición de julio 28 2019, 8 pm).

Congótica 3. La ministra de Transporte, correveidile de la vicepresidente (asesora de Sarmiento y accionista de zonas francas), se autodenomina funcionaria <<diligente>>. Si mal entiende <<diligente>> su habilidad para hacerle diligencias a su mandataria y a los ami-socios de ésta, ¡es la funcionaria más <<diligente>> del planeta! (www.elespectador.com, agosto 13 2019).

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