Se trata de una Fundación prestigiosa. Está asociada a una marca de prestigio internacional. Y se ha ocupado de anunciar que durante 2018 recogió en limosnas la suma de $7400 millones. Los reunió producto de los pesos que cada consumidor dejó voluntariamente en las cajas registradoras de sus grandes superficies[i].
El consumidor deja esos remanentes en manos de la Fundación, presuntamente, porque van a financiar obras piadosas. Pero nunca se sabe. En primer lugar, porque no se usa rendir cuentas al respecto. Las empresas se ocupan de publicar sus balances; de anunciar sus nuevos productos o inversiones; pero no acostumbran a informar sobre el destino de las limosnas que ruedan por sus registradoras.
¿Por qué serían miserables estos y otros tantos miles de millones limosneros? Porque detrás de ellos habría varios negocios. Las fundaciones aparentemente piadosas contribuyen a que esas <<donaciones>> que hacen con la plata de nosotros, disminuyan los impuestos que deben pagar sus empresas asociadas. ¿Por qué esto no es de público conocimiento? Porque se acabarían las <<donaciones>>.
Pero también la limosna ha sido el gran negocio de las iglesias. ¿A quién sino sólo a ellas les ha servido la institución limosnera? Considerando al trabajo un castigo y, al tiempo, lucrándose de la limosna que le depositan los trabajadores, el cristianismo católico en particular sería la organización más antigua y rica del planeta, sostenida por la limosna.
A pesar de ello las iglesias son instituciones de alto prestigio social. ¿Por qué tendrían prestigio unas entidades que se alimentan de la miseria social? ¿Unas entidades degradantes de una vida social digna anclada en el desperdicio del trabajo productivo? Sobre todo, cuando se piensa que el fracasado éxito de las iglesias limosneras se asociaría directamente con el empobrecimiento generalizado, por ejemplo, de América Latina[ii].
Las Iglesias durante siglos se han enriquecido a costa de las limosnas que les entregan sus ovejas. Es del magnitud el negocio, que resultaría inconmensurable. No sabemos cuánto valen, por ejemplo, los tesoros artísticos de la iglesia católica. Tampoco conocemos el valor de sus tesoros inmobiliarios (exentos de impuestos) o de sus guardados financieros (recibidos sin rendirle cuentas a alguien). Todas estas son riquezas acumuladas gracias a la limosna. Con el agravante de que ninguna paga impuestos. (¿O acaso algún sacerdote entrega recibos?)
Entonces ¿Quiénes pierden en este negocio limosnero? Los miserables. O sea los que entregan y los que reciben las limosnas. Por una parte, el consumidor que <<dona>> en las registradoras, sólo busca curar sus enfermedades mentales. Limosneando pretende, inútilmente por supuesto, compensar sus complejos de culpa o sus otras llagas mentales.
Algún filósofo propuso que nadie conoce los dolores del prójimo porque difícilmente conoce los propios[iii]. Como nadie puede dimensionar las llagas del prójimo, quien da limosna busca curar las propias. Pero tampoco lo logra. Cada limosna que entrega agrava la pestilencia de sus llagas.
Pero entonces ¿se curan las llagas del que recibe? Tampoco. Ni el limosnero que entrega ni el que recibe, ganan algo. Ambos quedan en peores condiciones. El que entrega, porque sigue enfermo. Y el que recibe, porque ninguna limosna le satisface. Siempre piensa que el donante es un tacaño miserable. (Y no se equivoca).
¿Acaso gana la sociedad como un todo? En absoluto. Estos miles de millones de pesos limosneros sólo degradan el valor del trabajo esforzado. Recogidos estos dineros por empresas basadas en el trabajo, sólo logran, contradictoriamente, que tan voluminosas limosnas devalúen el valor social del trabajo como generador de prosperidad. Ninguna persona o entidad que estimara o creara trabajo honrado, pediría o entregaría algún tipo de limosna.
Al final, los miles de millones de pesos limosneros sólo logran, por un lado, disminuir los impuestos de algunos avivatos; engordar las bolsas de los predicadores; aumentar las angustias de los donantes y, peor, multiplicar el número de limosneros. Por ello cada vez más fundaciones se inventan <<donaciones>> para evadir impuestos, cada vez hay más iglesias limosneando, cada vez hay más enfermos donantes y, cada vez son más los profesionales de la limosna.
La limosna profundiza el culto a la miseria. Estimula el desahorro. Convierte en saludable entregar dineros bien habidos para lograr objetivos ignotos. Deprime a la sociedad. El trabajador entrega sin cuentas parte de lo que gana trabajando, lo que no es correcto; y el limosnero se queda con ello sin trabajar, lo que tampoco es correcto.
No se sabría quién es más miserable: si el que entrega o el que recibe la limosna.
Congótica. Miserables, $7400 millones.
Congótica 2. $7400 millones miserables.
Congótica 3. ¡Miserables! ¡¿7400 millones?!
Bernardo Congote es profesor universitario colombiano, miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (Argentina -www.federalismoylibertad.org) y autor de La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com).
[i] Diario El Tiempo, Bogotá, Edición de marzo 5 2019, Pg. 1.7.
[ii] Se estima que mínimo un tercio de los católicos vivirían hoy en esta región.
[iii] Nietzsche, F. 1994. Aurora. Aforismo 118.