Bernardo Congote

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Me Declaro Persona No Grata

Recientemente escribí que habíamos sobrevivido al covid sin necesidad de  iglesias[i]. En algún momento mi esposa, muy circunspecta, me dijo: “Leí tu blog. Fuiste implacable”.

Hace poco en sesión virtual con estudiantes recibí la crítica de que “eso de pretender que se cumplan las reglas, es utópico, profesor”.

Y desde meses atrás he tenido diferencias con mis familiares porque me atrevo a decir lo que pienso sobre el dudoso comportamiento social de algunos.

Sobreviviente varias décadas en nuestra Colombia criminal, me he dado el regalo de presentar mi único libro publicado, parafraseando nuestro himno nacional como sigue:

“¡Oh gloria inaccesible! ¡Oh júbilo mortal!”[ii]

Se da por supuesto que tengo pocos familiares con los que puedo dialogar, pocos amigos con los que podemos discutir y pocos estudiantes dispuestos a dar la pelea. (No en vano acabo de ser calificado como el antepenúltimo profesor de mi facultad).

La persona no grata que soy me ha llevado a practicar el único mandamiento de mi religión: la Amistad y el Amor se construyen con base en la Franqueza.

(Iba a decir “la verdad”, pero como esta es múltiple, contradictoria, difusa, llena de sombras, bastaría con fuéramos francos los unos para con los otros.)

No he estado de acuerdo con que la familia sea el escenario para tapar o callar. En que la amistad se convierta en concierto para delinquir. Ni en que la educación consista en “facilitarles las cosas a los chinos” (como se dice sin vergüenza en algunos comités académicos).

Sostengo que el silencio familiar, la amistad cómplice con el delito y la estafa educativa, deberían declararse Delitos de Lesa Humanidad.

Nuestra pésima educación ha permitido que a nombre del “perdón de Dios” y la “promesa celestial” se cometan todo tipo de delitos, comenzando por los que cometen los sacerdotes en los llamados “templos de Dios”.

Los dudosos códigos de nuestra pésima educación han establecido que “este tipo de cosas” no se deben decir en la familia, no se deben tocar entre amigos, ni se deben ventilar en las escuelas.

Sin razones por las que he abanderado la empresa contraria provocando que en mi familia, con mis amigos o estudiantes, se puedan exponer francamente nuestras dudas, ideas y percepciones sobre la vida.

Y si lo anterior no bastara, me he lanzado a desbaratar el cielo que nos asfixia desde niños.

Primero conmigo, por supuesto. Deseducado cristianamente en mi hogar, la faena quedó completa cuando resulté víctima de esa férula militar cristiana que nuestros colegios osan llamar «educación».

Y, luego, enfrentado a la vida universitaria me encontré con que la mayoría de las universidades privadas en Colombia eran, y siguen siendo, controladas – que no dirigidas – por creyentes sectarios.

Ha llamado mi atención – sin sorpresa – que esta dudosa “civilización cristiana” haya permitido que las sectas se apropien impunemente de las escuelas.

Tengo claro por qué se considera un atrevimiento desnudar las fragilidades de un cielo que, para casi todos, consiste en la única razón de vivir.

Por ello he sido criticado como si pretendiera sacar de la cárcel a un preso que está feliz comiendo y durmiendo gratis.

O como si pretendiera advertir algún comportamiento errático en el hombrecillo que, aferrado en la calle a las rejas exteriores de una prisión, les grita desaforadamente a los guardias: ¡Déjenme entrar!

Por supuesto que nadie agradece ser sacado de lo que llama “su comodidad”. Nadie agradece oír a alguien probando que el cielo donde dice vivir sea un presidio.

Nada es más cómodo – dicen esos presos – que sobrevivir «haciéndonos pasito» y disfrazando como bondadosa a la perversidad seguros de que, al final, un buen dios que nadie conoce nos recibirá cómplice en sus brazos.

Buena parte de la criminalidad, corrupción y degradación social estaría explicada por esta cultura que, despreciando la vida, considera que la pobreza, la esclavitud y la muerte sean las claves de la “salvación” humana.

Pero decir, hacer o escribir estas cosas ratifico el placer que me produce declararme persona no grata.

Congótica. No tengo remedio. Afortunadamente.

Congótica 2. Esta cultura social es la misma que está huyendo hacia adelante destruyendo toda idea democrática.

Congótica 3. Esta cultura es la misma que endiosa como caudillos a los peores criminales.

Congótica 4. Fracasar en una sociedad fracasada, constituye un éxito.

[i] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/sobreviviendo-las-iglesias-vacias-aleluya

14 noviembre 2020

[ii] Congote, B. (2011). La iglesia (agazapada) en la violencia política. Charleston: Edición propia disponible en (www.amazon.com), Página 11.

 

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