Bernardo Congote

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¿Qué le enseñó el Paro a un Profesor?

Que no es negociable la misión formadora-transformadora de la academia y, muy especialmente, de la academia superior universitaria.

Que la función esencial de una universidad es la de permanecer abierta. La “solución” de cerrar la universidad equivaldría aceptar que, “para hacer la revolución”, se debieran incendiar los campos, desocupar las fábricas o cerrar los hospitales.

Que tal como los agricultores u obreros que protestan no ponen en duda el valor de sus oficios, los profesores no tenemos por qué dudar del valor social de lo que hacemos.  Nuestra mejor y más digna forma de protestar, es, día tras día, ¡educar revolucionarios!

Estas confusiones explican que, en el seno de algunas universidades, se nos haya llamado a profesores y estudiantes a “invadir las calles” como señal “revolucionaria”. Y, peor, que se nos haya satanizado a quienes no salimos a las calles.

Salir a buscar “la revolución” por fuera de la academia, arriesga convertirse en una vergonzosa confesión de parte de quienes, como profesores, ignoran que su labor académica es, por esencia, revolucionaria.

Nuestra misión es la de educar (guiar) a los jóvenes que se ponen en nuestras manos para profesionalizarse en alguna disciplina. Éticamente nos obliga demostrarles que su principal compromiso político consiste en hacerse profesionales-personas constructivas.

Resulta lamentable que jóvenes de 15 a 25 años compren como “obligatorio” y, peor, “revolucionario”, exponer su vida en las calles, mientras sus padres, maestros y conductores políticos evadimos asumir nuestras  responsabilidades en el descuadernamiento de Colombia.

Estos meses hemos visto que las vacunas, sus sistemas de producción, los aviones que las transportan, los vehículos que las llevan a los ciudadanos y los profesionales que las inventan y aplican, habrían revolucionado la vida de millones de personas. ¡¿De dónde salieron?!¡De las aulas, laboratorios y campos de experimentación académicos!

La profesionalización es la que le entrega a la sociedad personas capaces de producir profundas transformaciones sostenibles. Quienes predican lo contrario, pretenden demostrar que la mejor manera de entrenar marineros para gobernar el barco social, sea tirarlos al mar sin salvavidas.

Dado que las coyunturas socio políticas están induciendo a propósito estados de desesperación social que induzcan a las masas a reclamar la dictadura fascista como “salvación”, los académicos no debemos jugar el papel de idiotas útiles de este (o de cualquier otro) degradante proyecto politiquero.

¡Eso es lo que les conviene a los agentes de la fascista destrucción social que ahora se disfraza de “centrodemocrática”!

A sabiendas de que el juego político se mueve entre diversos intereses (en el sistema capitalista los obrero-patronales), la mejor forma de proteger los intereses populares es elevando el nivel de conocimiento y formación de sus jóvenes. ¡¿Cómo salir de la pobreza sin educar a sus víctimas?!

La misión política máxima de los jóvenes (y sus profesores), se desarrolla ocupando productiva y persistentemente los laboratorios, los campos de experimentación y las aulas de clase.

La historia abunda en pruebas de que las más profundas, sostenibles y genuinas revoluciones humanas, están asociadas al desarrollo de las ciencias.

Ningún objetivo legítimamente político debería significar, como ha ocurrido, la pérdida de salarios profesorales y la prórroga de la fecha en que los jóvenes profesionales comiencen a aliviar las inmensas dificultades de sus familias.

Profesores y estudiantes debemos responder por nuestras familias. Su bienestar es nuestro primer objetivo revolucionario. Sin Hogares, no hay Sociedad.

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