Bernardo Congote

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8 de octubre: fecha memorable

Pertenezco a una generación fracasada. Por los años 60 estudiamos el bachillerato. Y nos graduamos en la misma década en que nacieron las FARC. En efecto, en 1964 una decisión que profundizó la historia sangrienta colombiana, lanzó bombas sobre un grupo de guerrilleros que, cansados de servirles a los gamonales libero-conservadores, decidieron su propia guerra. Y, muertas las gallinas y los marranos, como lo dijo Tirofijo cuando puso a hablar su silla vacía en El Caguán, tomaron las de Villadiego.

Años antes, esos mismos gamonales habían conducido una guerra civil que nació en el mediano siglo diecinueve. Luego del asesinato de Gaitán, uno que todavía no tiene un solo preso, y cansados de matar campesinos a nombre del azul y el rojo, acordaron uno que llamaron <<frente nacional>> hacia 1958. Un frente fracasado porque fue diseñado a espaldas de la base comunera.

Los gamonales bipartidistas decidieron que sus antiguos sirvientes guerrilleros, ahora que se habían alzado en sus propias armas eran apenas unos indios y negros insurgentes que ya no formaban parte de Colombia. Y aquellos señorones, a la sazón nuestros padres generacionales, firmaron ese acuerdo para <<hacerse pasito>> mientras buscaban darles duro a los insurgentes.

Fortalecida la insurgencia en medio de una economía agraria empobrecida, vio pasar por los caminos del contrabando los primeros cargamentos de marihuana. Otro <<negro>>, Escobar, decidió lanzarse al tráfico de específicos y de drogas sin respetar fronteras. Y, temprano que tarde, guerrilleros y narcotraficantes lograron llenar de violencia los espacios que los caudillos citadinos, hartos de sangre, no coparon por estar concentrados en repartirse los puestos públicos abrevando finos licores en los clubes de Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla.

Luego dimos a luz al ELN. En los jóvenes años 70, cuando nuestra generación estudiaba en las universidades, la iglesia católica importó desde España a los curas Pérez y Laín. Quienes no dudaron un momento en armar un matrimonio perfecto entre comunismo y cristianismo <<para liberar a los oprimidos>> con otro tipo de opresiones. Otro fracaso nuestro. Se empotraron en la ideología castrista que flameaba desde Cuba por sobre una América sojuzgada por sus propios caudillos y terminaron echándole sal a la herida.

Nuestra generación también parió al M-19. Los hermanos Pizarro habían estudiado con nosotros en el ilustre Instituto de la Salle. Hijos de un militar de alcurnia, actor por supuesto de la guerra civil bipartidista, se alzaron en armas contra sus mayores instaurando una caótica versión urbana de la guerra campesina. Versión mediática, cruenta, de impacto contra personajes de la vida citadina. Una frágil acción de protesta contra <<valores patrios>> que no habían hecho más que devaluarnos año tras año.

Crecimos de fracaso en fracaso. FARC, ELN, Escobar, Lehder y M-19 sacaron de madre al paramilitarismo. Indefensos ante la violencia insurgente alzada contra ellos, por sus propios errores, los gamonales de los años 80 financiaron las autodefensas.

Y en los 90 las Convivir acabaron con todo vestigio de convivencia. Nacidas en la Antioquia que alguna vez fue grande, recibieron el impulso de una clase negligente que, luego de haber estado a la ofensiva por decenas de años, había sido puesta a la defensiva gracias a sus propios errores.

Y al amparo de las Convivir se hizo fuerte el que, luego, vino a ser llamado el <<gran colombiano>>. Empoderado por los vacíos de un partido sin Lleras ni López, huérfano de Galán y teniendo a Gaviria por bombero, El Innombrable se hizo fuerte en la gobernación de Antioquia y, muy velozmente se vino para Bogotá.

Apareció en el Senado en el filo de los años 2000 y también rápidamente llenó los vacíos de su partido a escala nacional aliándose con la caverna conservadora más rancia. Tanto que terminó siendo, como presunto liberal, el más notable de un conservatismo venido a menos con el asesinato de Álvaro Gómez. Otro magnicidio que no tiene un solo preso, impunidad aupada por los mismos que denuncian <<la impunidad de las FARC>>.

Acaudillando una minoría dirigencial y empresarial mediocre, la nuestra, El Innombrable decidió <<darle chumbimba>> a una guerrilla que habría cobrado la vida de su padre en circunstancias por aclarar. Aprovechando las torpezas cometidas por el imberbe Pastrana en El Caguán, recibió el voto para contratacar desde la Casa de Nariño a una insurgencia que se encontró con un doble enemigo militar y paramilitar. El surgimiento de las Convivir se convirtió en una bomba de tiempo.

Todas las tropelías. Todas las violaciones. Todas las formas de lucha fueron empleadas durante los primeros 2.000 para, apenas, arrinconar a la insurgencia hacia las fronteras. Las mismas desde las cuales, hoy mismo se hacen contrarréplicas terroristas contra un ejército de <<héroes>> que, vistiendo verde oliva, en verdad no han ganado batalla alguna. Sobre todo, porque <<produciendo positivos>> a como diera lugar, se fueron contra inocentes civiles en asesinatos cargados de una alevosía y premeditación sin límites.

Enredado en su propio ombligo, el <<gran colombiano>> probablemente estará hoy sentado ante la Corte Suprema de Justicia. ¿Y quiénes son sus testigos? La estirpe más oscura de delincuentes, paramilitares y abogansters que, a la sazón, termina por confirmar que <<quien anda entre la miel, algo se le pega>>.

No importa lo que pase después de hoy en la Corte Suprema de Justicia. Pero este 8 de octubre, con la presencia de El Innombrable o sin ella, porque dudas las habemos, ha marcado un hito en la fracasada historia de mi generación. Por primera vez un expresidente maculado por todos los vicios de sus congéneres libero – conservadores, se sentará a escuchar numerosas preguntas de un juez de la República.

Ya conocemos de antemano sus respuestas: <<¿siguiente pregunta?<<. Sólo que, ante la Corte, cada <<siguiente pregunta>> suya, agravará las causas de quien, autodenominado <<el frentero>>, no ha hecho sino escapar de sus múltiples responsabilidades en esta fracasada historia de una generación fracasada. La mía.

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