Observando algunos documentales y producciones en plataformas como Netflix, Prime Video y Max, en donde se describen situaciones relacionadas con la industria audiovisual para adultos (porno), se llega a la triste conclusión de que es un mundo donde se degrada a la mujer, mientras se enaltece al hombre.

No es normal que la sociedad rechace y señale a la mujer por algo que es producido por ambos sexos, y que muchas veces no se hace por gusto, sino porque a quienes protagonizan estos productos audiovisuales no les queda otra opción para suplir sus necesidades.

Tampoco falta el joven o la joven que cae en engaños para ser llevado a redes de trata de personas, de las que difícilmente se sale con vida. Y, claro, también existen quienes ejercen el oficio por cuestiones de lujo y vida ostentosa.

Sin embargo, es lamentable ver cómo se juzga a la mujer mientras se felicita al hombre. Se trata con severidad a las personas del sexo femenino y se exalta al masculino. Como ejemplo, podría decir que no he escuchado los mismos comentarios que suelen expresar algunos ilustres personajes de la alta sociedad sobre la actriz Esperanza Gómez, en comparación con lo que dicen sobre Nacho Vidal o el colombiano Leo Galileo.

En mi oficio como periodista, tuve la oportunidad de entrevistar a una pareja de esposos (hombre y mujer), ambos dedicados a prestar servicios sexuales para llevar el sustento a su hogar. Su historia fue desgarradora, algo difícil de creer, porque lo primero que comentaron fue su disgusto por dejarse tocar por personas que muchas veces no son de su agrado, pero que la necesidad los obliga.

Es ahí donde uno se pregunta: ¿cómo se juzga a quienes ejercen este tipo de oficio y, en cambio, se calla y se permite que personas —en su mayoría del sexo masculino— accedan a estos servicios ante los ojos de todos y todas, y se mantenga un silencio cómplice? Si existe el oficio, es porque hay un mundo que lo consume, ¿o no?

Lo mismo ocurre con las producciones audiovisuales para adultos: se juzga a quienes participan en ellas, pero nunca a quienes las consumen, que, a decir verdad, son hombres y mujeres de todas las edades, de todos los estratos sociales y profesiones, incluso con posgrados, PhD, doctorados, etc., los mismos que dictan cátedras de moral y buenas costumbres.

En un mundo donde se lucha por la igualdad y se pide respeto por las mujeres, es necesario que organizaciones de la sociedad civil y las instituciones del Estado que defienden a la mujer se pronuncien al respecto.

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