Gato andino: recrudecen las amenazas que complican el futuro de esta enigmática especie
La minería y los perros pastores son las principales amenazas para el gato andino, la especie en mayor riesgo y con menos políticas de protección en los cuatro países donde habita: Perú, Bolivia, Chile y Argentina. La caza del gato andino para rituales ha ido decayendo, pero continúan las matanzas del animal como resultado de…
La minería y los perros pastores son las principales amenazas para el gato andino, la especie en mayor riesgo y con menos políticas de protección en los cuatro países donde habita: Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
La caza del gato andino para rituales ha ido decayendo, pero continúan las matanzas del animal como resultado de las supersticiones. Los casos de atropellos del félido van en aumento.
No hay un registro actualizado sobre la cantidad total de gatos andinos. Llegar a verlos sigue siendo un reto que profundiza la permanente degradación de su ecosistema natural, situado en sectores altoandinos.
Dos años de travesías entre heladas inclementes y pueblos inhóspitos no le habían dejado aún una evidencia concreta. El biólogo Anthony Pino cumplía su quinta salida de exploración en el límite de Lampa y Ayaviri, en Puno, sierra del Perú. Era también su quinto intento por presenciar al enigmático objeto de estudio para la tesis de pregrado que preparaba: el gato andino. Pero aquella mañana de 2015, don Honorio, ganadero afincado siempre sobre los 3 500 metros de altura, por fin accedió. En su casa, cercana del centro poblado Chullunquiani, Honorio extendió una lliclla (manta típica de los andes peruanos) que envolvía la piel disecada y completa de un gato andino. Así, Anthony Pino y su compañero de investigación, Dennis Huisa, vieron por primera vez al félido que buscaban sin tregua. Con el hallazgo, sin embargo, confirmaron también que, aunque ya se iba perdiendo, la práctica de rituales con la especie seguía vigente.
“Tengo colegas que llevan más de 20 años estudiando al gato andino y no han podido verlo. Estar frente a este animal resulta muy extraño”, dice Pino.
No hay un consenso actual entre los estudiosos del félido con respecto a su cantidad poblacional. La última cifra oficial da cuenta de 1 378 individuos adultos esparcidos en los cuatro países que conforman el ámbito de vida de la especie: Perú, Bolivia, Chile y Argentina. La estimación fue producto de un trabajo de la Alianza Gato Andino (AGA), organización multinacional integrada por investigadores y científicos, y la publicó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en 2016. La UICN, además, incluyó al gato andino dentro de su Lista Roja de especies en la categoría En Peligro, y evalúa las nuevas categorías de amenazas que enfrentan sus poblaciones. Especialistas consultados para este reportaje resaltan que el crecimiento de las fronteras ganaderas, los ataques de los perros de puna y la minería son los principales factores de riesgo para el futuro de esta especie. El peligro de los rituales ahora es menos gravitante, pero por muchos años fue la actividad más perjudicial.
En estudios posteriores, los investigadores constataron que la caza de gatos andinos para el “tincacho” era una práctica cada vez más rara. Si había lugares donde la tradición permanecía, las familias aimaras y quechuas utilizaban pieles recibidas de sus antepasados. El ritual había dejado de ser la amenaza más fuerte para la especie.
Gabriel Llerena es biólogo y director de Pro Carnívoros, una asociación de profesionales orientados a la conservación de la biodiversidad en el sur del Perú. Según considera, dos factores habrían abonado a la merma del “tincacho”: los preceptos religiosos impartidos en las comunidades altoandinas y la migración de generaciones recientes desde sus pueblos a las ciudades. “En el ritual, el gato andino era considerado un representante de Dios o del apu, y se le pedía por la productividad”, explica Llerena. Con la llegada de grupos que profesan la religión adventista y la difusión de su postura contra los ídolos o deidades, subraya el experto, la costumbre empezó a perderse.
Anthony Pino, miembro de la Alianza Gato Andino, remarca que los hijos o nietos de quienes cultivaban la tradición no han asimilado la convicción en el ritual, por cuanto ya no viven en los pueblos de sus familias y sólo retornan a su lugar de origen cada cierto tiempo.
El gato andino (Leopardus jacobita) habita los sectores de roquedales y próximos a bofedales, situados por encima de los 3 500 metros de altura, en las regiones peruanas de Áncash, Junín, Ayacucho, Arequipa, Cusco, Moquegua, Puno y Tacna. El mapa de distribución de la especie se extiende hasta las zonas altoandinas de Bolivia, Chile y el norte de la estepa patagónica de Argentina. Se trata de ámbitos donde también vive la vizcacha, roedor que es el principal alimento del félido.
La mayor altura en la que ha sido captado el animal supera los 5 000 metros, mientras que los registros a menor altitud (menos de 1 000 metros) corresponden a la zona central de Chile. Sin embargo, los avistamientos y capturas de imágenes con cámaras trampa en los cuatro países son muy escasos. En Perú, por ejemplo, los expertos calculan que no hay más de 50 registros de gatos andinos vivos obtenidos para estudios. En Bolivia, hasta hace 20 años, se contaban apenas 25.
La coordinadora administrativa de la AGA en Bolivia, Lilian Villalba, una de las pocas profesionales que ha podido ver al gato andino, estima que este animal tiene un uso de hábitat de entre 35 y 45 kilómetros cuadrados. El gran rango de hogar del gato andino se debe, entre otras cosas, a que no encuentra su alimento en áreas pequeñas. Así lo han determinado los análisis elaborados por la organización internacional que trabaja para la conservación del félido. “Por eso no hay muchos individuos en un mismo sitio y las densidades poblacionales son bajas”, menciona Villalba.
Daniel Cossios, especialista en biodiversidad y zoología, relata a Mongabay Latam que los primeros avistamientos del gato andino en Perú fueron en 1957, en Arequipa, y 1969, en Puno. A partir de 2003, él realizó los hallazgos y evaluaciones iniciales de heces y pieles que permitieron ir trazando las coordenadas por donde el animal transitaba. Encontró fecas en diversos puntos, desde Junín hasta Tacna, en los andes peruanos, y también trabajó con heces de Bolivia y Argentina. “Esto te informa sobre la posición exacta, te dice dónde estuvo el animal, mientras que las pieles pueden pertenecer a un gato andino que fue atrapado muy lejos”, señala.
El investigador recuerda que en localidades como Covire y Candarave, en Tacna, o Jihuaña, Acollo y Laraqueri, en Puno, conversó con pobladores que poseían pieles para el ritual del ya infrecuente “tincacho”. Lo que allí continúa, resalta con preocupación, además de la amenaza constante de los perros pastores, son las supersticiones, es decir, el hábito de gente que mata gatos andinos o de pajonal porque cree que atraerán la mala suerte.
“Pasa, sobre todo, en el sur del Perú. Piensan que, si ven uno de estos gatos, van a pasarla mal a menos que lleguen a matarlos”, narra Daniel Cossios.
Aun cuando su presencia resulta extraña, y hasta misteriosa, de lo que el gato andino no puede escapar con facilidad es de los perros domésticos y los que acompañan a los ganaderos en las zonas altoandinas.
Estos perros a veces andan sin supervisión humana y se han convertido en predadores del félido, además de vectores de las enfermedades mortales que este contrae. A partir de las exploraciones científicas en campo, algunos rasgos que caracterizan a estos perros no supervisados son la mala alimentación y el total descuido sanitario por parte de sus dueños. “Los comuneros les dan lo poco que tienen de comer, por eso suelen escaparse de noche para cazar”, detalla Gabriel Llerena. Y al ser perros que no están desparasitados ni vacunados, pero que tienen el mismo territorio de desplazamiento, anota el biólogo, transmiten sus males a otros carnívoros.
Una de las últimas evidencias gráficas de un gato andino enfermo fue captada por un turista en el norte de Chile, y ello ha vuelto a poner en alerta a la Alianza Gato Andino: “Se le nota en la cara cuando el gato está demacrado y no es saludable”.
El Programa para la Mitigación de Amenazas de los Perros Domésticos y Asilvestrados, tiene un enfoque sobre el gato andino en el sector boliviano de la cordillera de Apolobamba y el norte de la Patagonia argentina, en Mendoza. Su coordinador, Juan Carlos Huaranca, afirma que los perros representan un riesgo fuerte sobre toda la biodiversidad a lo largo de la cordillera de los Andes. “En el norte del altiplano, área de Bolivia y Perú, atacan a vicuñas; y en Argentina, a guanacos. La probabilidad de que ataquen gatos andinos es muy alta”.
Más grave todavía, en palabras de Huaranca, es la transmisión de parásitos o enfermedades como el moquillo. Diversos reportes acerca de ambas amenazas (ataques y enfermedades) han llegado a la oficina del programa desde las zonas de intervención, pero también de otros lugares donde las dos complicaciones se están intensificando.
Si bien los peligros que afronta el gato andino son los mismos dentro de los cuatro países que constituyen el mapa de distribución de la especie, en Chile la destrucción de su hábitat por causa de la industria extractivista minera es una preocupación creciente. El investigador y coordinador de campo del programa CATcrafts en Chile, Nicolás Lagos, indica que los yacimientos mineros de oro, plata y cobre operan precisamente en zonas de alta cordillera donde el félido tiene presencia. Las compañías se instalan y para construir sus redes de caminos, de tuberías o de alta tensión, dinamitan cerros e impactan enormes extensiones de territorio.
Lagos considera que sucede, entonces, un efecto cascada: se secan los bofedales (humedales con vegetación permanente) y, al quedar dañados los pastos, las vizcachas ya no tienen alimento y migran. “En consecuencia, el gato andino también va perdiendo su alimento. Con la extracción del agua, las mineras han secado muchas lagunas, salares y bofedales, que son la fuente de vida en el altiplano”, apunta.
Tanto en Chile como en Perú, los avistamientos de gatos andinos han sido pocos. De hecho, en 16 años de trabajos de campo, Nicolás Lagos todavía no ha podido ver al animal de frente. Tiene claro, no obstante, que el salar de Surire, situado a más de 4 200 metros sobre el nivel del mar, en la precordillera altiplánica chilena, es el lugar de su país donde más veces el gato fue observado y fotografiado: unas cinco, en sus cálculos más optimistas.
En Surire, actualmente, la minería ha generado un fuerte impacto contra el ecosistema del félido y la vida de los comuneros. El investigador chileno cuenta que los poblados vecinos del salar están prácticamente vacíos, pues sólo permanecen algunas familias de ancianos pastores. “La gente más joven se ha ido a la ciudad y dejó de lado su cultura originaria”, anota Lagos.
Como resultado de esa migración, la práctica de rituales con gatos disecados casi se ha extinguido, tal cual pasa en las zonas altoandinas peruanas. “Ahora la amenaza central son los grandes proyectos mineros y las pocas trabas legales que tienen para establecerse”, declara.
Del lado peruano, cerca de la frontera con Bolivia, el problema para el gato andino vinculado con la minería está enclavado en La Rinconada, distrito de Ananea, en Puno.
La Rinconada es una ciudad ubicada a más de 5 100 metros de altura próxima a una mina de oro, y a partir de la cual se ha extendido la operación de mineros ilegales y los delitos que esta actividad conlleva: prostitución, sicariato y trata de personas. A diferencia de Chile, aquí la vulnerabilidad del félido está marcada por la minería informal.
Anthony Pino refiere que, en teoría, un sector importante de la distribución de la especie está integrado por el distrito de Cuyocuyo (en Sandia, Puno), La Rinconada y la cordillera de Apolobamba, que abarca parte de los Andes peruanos y bolivianos. “La Rinconada está en un punto fijo del hábitat natural de gatos. Es decir, debería haber muchos allí, pero no nos arriesgamos a hacer algún estudio en ese sector por su nivel de peligrosidad”, sostiene. A juicio del investigador de la AGA, aquel territorio peruano dominado por la minería ilegal fragmenta la población del gato andino.
“En esas zonas que antes de la minería eran ideales para el gato, si ahora ven a esta especie amenazada, se callan; o si lo cazan, no pasó nada”, declara.
La franja de la cordillera de Apolobamba que está en suelo boliviano también registra extracción de oro. Pequeñas cooperativas mineras —al menos 30, de acuerdo con Juan Carlos Huaranca— operan a cielo abierto sin autorización legal sobre el área protegida.
El incremento de estas organizaciones ha sido exponencial durante los últimos años, explica Huaranca, y ya no explotan sólo en las zonas de planicie o donde hay rocas sueltas y arenales. “Ahora están subiendo a la región montañosa de la cordillera, van acercándose cada vez más hacia los sitios de presencia del gato andino”, dice el experto boliviano.
Además de Apolobamba, las evaluaciones especializadas en Bolivia dan cuenta de que el área cercana a la frontera de este país con Perú y Chile, donde está el Parque Nacional Sajama, es habitada por el félido. Otro sector por donde el carnívoro se desplaza, según los mismos estudios, es la frontera entre Bolivia, Argentina y Chile.
“En el parque Sajama hubo la intención de extraer oro. En el Parque Nacional Tunari (Cochabamba), donde se obtuvo un registro reciente del gato, hay fuerte presión de empresas extranjeras para explotar. Y en el Parque Nacional Cotapata (La Paz) las actividades mineras están iniciándose”, señala Huaranca.
Pese a que el gato andino habita en escenarios caracterizados fundamentalmente por la aridez y exigua vegetación, un estudio desarrollado en 2022 por el tesista peruano Ausbel Cépida confirma que el carnívoro también utiliza espacios con alta productividad para vivir.
Entre marzo y agosto del año pasado, Cépida incursionó en un bosque de queñuas (del género Polylepis), en la comunidad de Licapa, al norte de Ayacucho, sierra del Perú. Se había propuesto ser el primero en registrar al gato andino en la región donde nació, y medir la densidad de la especie en el bosque que fijó para su evaluación. Luego de un muestreo piloto en que halló huellas y una suerte de letrina frecuentada por el animal, instaló 20 cámaras trampa, de las cuales seis captaron al gato. El tesista asegura que hasta el momento ha constatado que tres de las imágenes corresponden a individuos diferentes, pero su análisis aún continúa.
“Estamos resaltando que los gatos andinos transitan ecosistemas diferentes, bosques en este caso, lo que permite ampliar la perspectiva de nuevos lugares para la conservación”, sostiene.
El bosque donde Ausbel Cépida trabajó se encuentra entre 4 300 y 4 700 metros de altura y concentra grandes cantidades de parches de queñua (incluidos arbustos y árboles que absorben la humedad del medioambiente), conectados entre sí. Se trata de una particularidad que lo diferencia de otros queñuales donde las agrupaciones de vegetación no necesariamente están juntas.
Cépida indica que los bosques de Polylepis están distribuidos desde Colombia hasta la Patagonia argentina, y que la mayoría se expande sobre zonas rocosas y con pendientes pronunciadas. Por eso, apunta, los resultados de su exploración podrían también acrecentar el interés hacia otras áreas de exploración: “No se han realizado investigaciones en ese tipo de bosques, especialmente, sobre gatos andinos”. Los registros obtenidos por el tesista son, a la fecha, algunos de los últimos del félido vivo, en Perú.
Las imágenes más recientes en torno al gato andino remiten a otro serio problema en cuanto a la preservación de la especie.
El 6 de junio de este 2023, miembros de la asociación Pro Carnívoros fueron alertados de que en la carretera Arequipa-Puno, sector correspondiente a la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca, en Perú, un gato andino había sido atropellado. Al parecer, sospecha Gabriel Llerena, uno de los cientos de camiones que transitan diariamente rumbo a las minas cercanas al centro poblado de Imata mató al animal. Quien constató lo ocurrido fue un poblador que desde hace unos meses está en comunicación con Pro Carnívoros ante cualquier incidencia que involucre a la especie. “Teníamos un registro del gato a 500 metros de la carretera. Un bosque llega hasta la curva (donde fue el incidente), y al frente hay otro bosque. Por alguno de esos lugares tenía que pasar el gato”, puntualiza Llerena.
La piel del félido que fue arrollado está ahora en el Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional San Agustín, y será preparada como elemento de estudio. Con este caso, el primero en Perú, según el director de Pro Carnívoros, ya son cuatro gatos andinos atropellados: hubo dos en Argentina, donde incluso se ha colocado señalética de prevención, y uno en Bolivia el año pasado.
El especialista boliviano Juan Carlos Huaranca dice que no todos los atropellos son reportados. Así que con seguridad el número de casos es mayor. En su país, según precisa, los incidentes vehiculares que han cobrado la vida de gatos andinos también fueron consecuencia indirecta de la actividad minera, puesto que tuvieron lugar en la región de Apolobamba. El peligro en aumento sobre este lugar lo describe así: “Están abriendo caminos por todos lados para llegar a las minas o a las nuevas áreas de explotación, y así se está incrementando la probabilidad de atropellos”.
En medio de toda esta cadena de alarmas en torno al gato andino, la coincidencia quizá más lamentable dentro de los países del rango de distribución es la falta de políticas sólidas para la protección de la especie. En Perú, el decreto supremo 004-2014 del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego categoriza al gato andino como animal “En Peligro de extinción”. Anthony Pino subraya que más allá del documento no existe un plan de manejo o conservación enfocado en el félido.
Una situación similar a la de Bolivia, donde pese a que el gato andino fue incluido en un libro rojo de especies amenazadas, opina Lilian Villalba, nada se traduce en acciones concretas. Chile también contempla al gato andino entre sus especies bajo peligro y tiene una ley que regula la caza de animales silvestres. Lo grave, resalta Nicolás Lagos, es que no hay políticas públicas de protección ambiental para detener los grandes proyectos mineros en lugares donde habita la especie. Conservar al gato andino supone así una tarea tan ardua como poder llegar a observarlo.
*Imagen principal: Pocos estudiosos del gato andino han podido verlo. En Perú no habría más de 50 registros del félido a través de cámaras trampa. Foto: Merinia Mendoza & Ausbel Cépida / Wildlife Conservatión Network , Alianza Gato Andino, Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, Pro carnivoros, Peruvian desert cat, bios peru y Anthony Paqui.
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