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Bajo fuego: estudio muestra la tendencia de incendios en la Amazonía norte de Colombia

  • Un estudio del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI) revela las áreas con mayor ocurrencia de incendios de vegetación en la Amazonía colombiana. El objetivo es que estos datos mejoren la prevención y control de los fuegos.
  • La zona sur del departamento del Meta es una de las más afectadas. Municipios como Puerto Concordia, durante el periodo de análisis del reporte, tuvieron casi el 90 % de su territorio con alta densidad de focos de calor.

(Mongabay Latam / Antonio José Paz Cardona)

La Amazonía norte de Colombia es una de las zonas, entre todos los países que comparten el bioma, que más está viviendo los efectos de la deforestación. Esta región, que limita con los Andes y la Orinoquía, sufre una de las presiones más fuertes de transformación hacia pasturas con el objetivo de acaparar tierras donde el Estado históricamente no ha hecho presencia.

Incendio de vegetación en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.
Incendio de vegetación en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.

El incremento acelerado de la pérdida de bosque empezó hace tres años, en 2016, y su mayor pico fue en 2017 cuando la deforestación se ubicó en 214 744 hectáreas, de las cuales 144 147 se encontraban en la Amazonía. Se espera que la cifra oficial del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) para 2018 sea mucho mayor y la tendencia es que esta región seguirá presentando las tasas más altas del país.

Una de las estrategias frecuentemente empleadas para apoderarse del territorio amazónico son los incendios de vegetación. En un reciente estudio publicado en la revista Colombia Amazónica, del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI) se indica que el 12 % del territorio amazónico colombiano tiene una alta ocurrencia de incendios y los departamentos más afectados son Guaviare, Caquetá y Putumayo, así como la zona sur de Vichada y Meta.

En estas zonas se registran más del 90 % de los focos de calor cada año y el 95 % del área total de cicatrices de quema —los parches de territorio donde se evidencia que hubo fuego previo—.

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Norte de la Amazonía bajo fuego

El artículo ‘La Amazonía se quema: detección de áreas con mayor ocurrencia de incendios de vegetación como estrategia para la prevención y control’ revela el constante uso del fuego como práctica para la limpieza y el manejo de zonas agrícolas, la expansión de la ganadería y la tala y quema de bosques.

Para mostrar las zonas más afectadas, Uriel Murcia y Samuel Otavo, autores del reporte e investigadores del Instituto SINCHI, utilizaron dos variables: los focos de calor y las cicatrices de quema. Para las primeras se emplearon fotografías satelitales del sensor VIIRS del satélite Suomi-NPP de la NASA y la NOAA. En el caso de las cicatrices se utilizaron los reportes mensuales del Sistema de Monitoreo de Incendios de Vegetación de la Amazonía Colombiana del Instituto SINCHI durante 2017 y 2018.

Los resultados son alarmantes. Según el informe, en 2017 se registraron 22 327 focos de calor y para 2018 hubo un incremento del 43 %, pasando a 38 950. Además, más del 90 % de los focos de calor del país se detectaron en la Amazonía.

La quema de pasturas es común en las zonas previamente deforestadas. No se conoce el efecto en emisión de gases efecto invernadero. Foto: Jorge Contreras.
La quema de pasturas es común en las zonas previamente deforestadas. No se conoce el efecto en emisión de gases efecto invernadero. Foto: Jorge Contreras.

El estudio también indica que la mayoría de zonas con anomalías térmicas, muchas de las cuales terminan en incendios, se ubicaron en la parte norte de la región y esto “concuerda con la frontera agropecuaria y su expansión en los últimos años”. “Entre enero y marzo se pueden superar los 10 000 focos de calor, esto es una cifra muy alarmante que se concentra en determinadas zonas”, afirma Samuel Otavo.

Entre 2016 y 2018, el 59,2 % de la región amazónica del departamento del Meta presentó alta densidad de focos de calor, así como el 25 % de Putumayo, 21,7 % de Caquetá y Guaviare, y el 16,6 % de Vichada.

Los análisis del reporte no se quedan solo a nivel departamental sino que llaman la atención sobre los municipios más afectados por incendios. Por ejemplo, el 88,6 % del territorio de Puerto Concordia tuvo una alta densidad de focos de calor durante el periodo analizado, le siguen La Macarena con 77,4 % y Puerto Gaitán con 73,2 %. Todos estos ubicados en el departamento de Meta.

Departamentos y zonas de baja, media y alta densidad de focos de calor entre 2016 y 2018 en la Amazonía colombiana. Mapa: Uriel Murcia y Samuel Otavo – SINCHI.
Departamentos y zonas de baja, media y alta densidad de focos de calor entre 2016 y 2018 en la Amazonía colombiana. Mapa: Uriel Murcia y Samuel Otavo – SINCHI.

Sobre Puerto Concordia, Uriel Murcia indica que parte de su territorio fueron sabanas naturales “y la gente acostumbra a que eso se quema”. Los terrenos perdidos en este municipio son muy importantes pues hacen parte de la franja de transición entre Amazonía y Orinoquía. “Tiene una parte de bosques en la Sierra de La Macarena que están siendo afectados. Hay que concientizar a los pobladores rurales de que no usen el fuego para preparar suelos”, dice el investigador.

Si bien estos son los casos más preocupantes, en otros departamentos hay municipios con altas anomalías térmicas que abarcaron entre el 40 y el 70 % de sus tierras. En Putumayo se encuentran Puerto Guzmán y Puerto Caicedo, y en Caquetá, los municipios de Solita, Curillo, Montañita, Cartagena del Chairá y San Vicente del Caguán.

Una carretera en medio de bosque quemado en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.
Una carretera en medio de bosque quemado en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.

Meta es el departamento más aquejado, pues además de las poblaciones con más del 70 % de su territorio con alta densidad de focos de calor, los municipios de Puerto Rico, Mapiripán, Mesetas y Uribe tuvieron entre el 40 y el 70 % de sus tierras con alta ocurrencia de incendios entre 2016 y 2018.

Los investigadores también determinaron que las cicatrices de quema —rastro de quema sobre una superficie que ha sido afectada por el fuego— coinciden con las zonas de mayor densidad de focos de calor. “520 872 hectáreas de cicatrices de quema (95 % del total) detectadas en el periodo analizado (marzo de 2017 a noviembre de 2018) se ubicaron en zonas con alta de densidad de focos de fuego […]. A partir de los resultados se logró estimar que, aproximadamente, 41 240 hectáreas afectadas por incendios de vegetación en 2017 reincidieron en el año 2018”, dice el informe.

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Deforestación y fragmentación

Los incendios son una de las formas más utilizadas para avanzar con la deforestación. No solo porque destruyen bosques rápidamente, sino por la poca inversión económica realizada por el que decide “limpiar” el territorio.

Otavo asegura que el fuego destruye los servicios ecosistémicos de la Amazonía y también se genera un proceso de fragmentación del territorio que afecta a las especies directa o indirectamente. “Vemos posibles efectos negativos como la disminución de las poblaciones de ciertas especies, como el mono tití del Caquetá, descubierta hace poco y ya declarada En Peligro Crítico de extinción”. Este primate ha visto cómo su hábitat se ha convertido en suelo para ganadería extensiva y producción de cultivos ilícitos.

De igual manera, el informe advierte que las áreas con alta y media densidad de focos de calor pueden estar asociadas a fuertes procesos de deforestación, donde la pérdida y degradación de hábitat natural está cambiando la composición y estructura de las comunidades, alternando las condiciones óptimas para las especies e interrumpiendo diversos procesos ecosistémicos que no solo afectan la biodiversidad sino el bienestar humano.

Imagen que refleja una cicatriz de quema. Foto: Jorge Contreras.
Imagen que refleja una cicatriz de quema. Foto: Jorge Contreras.

Uriel Murcia destaca —además de la alta correlación entre focos de calor y cicatrices y focos de calor e incendios— que los fuegos se disparan en una época específica del año. “A partir de finales de diciembre y en enero se da la temporada de tala de bosque, esa madera se deja secar unos meses y por eso en enero y febrero (temporada seca en la Amazonía norte) se da el pico de incendios. Lo que se tumbó está suficientemente seco para quemarlo y luego, en el inicio de la época de lluvias, se aprovecha para sembrar pastos”, le dice a Mongabay Latam.

El investigador también es contundente en indicar que este fenómeno no es nuevo y es algo que se sabe desde hace muchos años. Según dice, luego de que los pastos se establecen, es costumbre que la gente use el fuego como una forma de renovación de las praderas. “Eso es cíclico, hace parte de ese modelo de ocupación y uso de la Amazonía y se viene dando incluso desde la década de los 60”.

Muchas especies están en peligro debido a la fragmentación de ecosistemas que generan los incendios. Foto: Jorge Contreras.
Muchas especies están en peligro debido a la fragmentación de ecosistemas que generan los incendios. Foto: Jorge Contreras.

Murcia y Otavo comentan que los fuegos en esta zona se relacionan principalmente con la quema de pasturas, pues es la manera más barata que tienen los ganaderos de renovar pastos que ya ha han sido afectados por algunos insectos plaga y que hacen que las vacas coman menos. Uno de los principales efectos colaterales de la quema de praderas es que muchas veces el incendio se sale de control y puede llegar al bosque. De acuerdo con los investigadores, esto ocurre con mucha frecuencia en zonas como la Sierra de La Macarena. “Aunque muchos ya han dejado estas prácticas, todavía se siguen dando”, anota Murcia.

Sin embargo, también aseguran que muchos fuegos tienen como objetivo deforestar para obtener nuevos terrenos. Es el mecanismo con el cual se apropian tierras del Estado para usos privados.

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Más efectos: se necesita prevención

Los efectos del fuego no solo son devastadores para la vegetación y toda forma de vida superficial sino también para los suelos. Fuegos que alcanzan temperaturas de 600 o 700 grados centígrados —casi la temperatura que se necesita para convertir arcilla en ladrillo—compactan y afectan la estructura del suelo, causan erosión y eso termina por afectar procesos naturales de infiltración que se suman al efecto del pisoteo del ganado. “Como no hay infiltración de las lluvias, esa agua sale muy rápido hacia los drenajes principales, los ríos se desbordan porque también aumenta su sedimentación y por eso las inundaciones llegan más lejos y afectan más tierras”, dice Murcia.

Con base en lo anterior, se evidencia que los incendios generan una serie de efectos en cadena. Sin embargo, desde el Instituto SINCHI tienen disponibles los datos diarios y en tiempo real de los focos de calor en la Amazonía, así como los reportes mensuales de los incendios en los territorios. Esta información —que precisamente son los insumos del artículo científico publicado en la revista Colombia Amazónica— está disponible para todo público e incluso llega a través de diferentes medios a las organizaciones que deben vigilar y prestarle atención a esta problemática.

Llegados a este punto no sería extraño preguntarse: ¿por qué siguen ocurriendo incendios si estas conflagraciones se alertan oportunamente y además se conocen los principales meses de ocurrencia y las zonas históricamente más afectadas?

Evidencia de quema en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.
Evidencia de quema en la Amazonía colombiana. Foto: Jorge Contreras.

No hay una única respuesta. Los investigadores reconocen que el territorio es enorme y entrar a apagar todos los fuegos resultaría casi imposible. No obstante, aseguran que uno de los objetivos principales de su estudio es llamar la atención sobre la necesidad de fortalecer a las instituciones que están directamente involucradas con la gestión y prevención del riesgo de desastres, empezando por los cuerpos de bomberos, quienes son los primeros en atender las emergencias.

“Sería muy importante que toda la red de bomberos que atiende estos territorios sea fortalecida y generar unas redes de apoyo desde las comunidades”, comenta Murcia. A la par de esto, el investigador también menciona que se requiere un cambio en los métodos de preparación del suelo “y priorizar cuáles incendios deben ser atendidos porque está en riesgo la población o porque están en riesgo paisajes y ecosistemas estratégicos. Solo en febrero del año pasado hubo un pico de 30 000 focos de calor y era claro que se generarían incendios”.

Finalmente, el artículo recomienda que futuros estudios se centren en relacionar los efectos directos e indirectos de fragmentación por incendios con la pérdida potencial de biodiversidad en la Amazonía colombiana, como también calcular las emisiones de carbono producidas por incendios, discriminando por tipo de cobertura vegetal afectada. Además, «se recomienda la modelación de escenarios futuros, con el fin de mejorar las alertas tempranas de áreas afectadas por incendios de vegetación a partir de la información suministrada en el presente estudio y del diagnóstico de zonas con incidencia reiterativa de uso de fuego como práctica de manejo del suelo”, concluye el reporte.

El artículo original fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.

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