ESPECIAL | Los pequeños y olvidados gatos silvestres de Latinoamérica
En América Latina habitan 17 especies de félidos, de las cuales cinco de ellas aún no han sido evaluadas. Los científicos coinciden en que, con excepción del puma y el jaguar, poco se conoce sobre su biología, ecología y estado de conservación. Faltan investigadores y recursos económicos para realizar estudios que permitan conocer mejor a…
En América Latina habitan 17 especies de félidos, de las cuales cinco de ellas aún no han sido evaluadas. Los científicos coinciden en que, con excepción del puma y el jaguar, poco se conoce sobre su biología, ecología y estado de conservación. Faltan investigadores y recursos económicos para realizar estudios que permitan conocer mejor a estos animales.
La principal y común amenaza que enfrentan es la pérdida de hábitat por la deforestación y la ampliación de la frontera agropecuaria, pero también están en riesgo por el tráfico ilegal de vida silvestre, la cacería, el mascotismo y la minería.
Mongabay Latam presenta una serie de reportajes que abordan la situación actual de cinco de las especies pequeñas de félidos más amenazadas de Latinoamérica: el gato andino, el huiña, el tigrillo, el tirica y el margay.
Probablemente quienes lean esta nota no hayan escuchado hablar nunca de ellos. A diferencia de sus “hermanos más mediáticos” –los jaguares y los pumas–, estos escurridizos félidos son poco conocidos. De hecho, muchos expertos los consideran crípticos, es decir, animales difíciles de diferenciar a simple vista. Algunos son más pequeños que un gato doméstico, por lo que observarlos en estado silvestre es una hazaña para muchos científicos y encontrar pistas o rastros de su paso es como hallar una aguja en un pajar.
“No hay más estudios sobre el huiña porque es poca la gente que se ocupa del tema, y es poca la gente porque no existen planes concretos de estudio”, dice Martín Monteverde, director de Ecosistemas Terrestres del Centro de Ecología Aplicada del Neuquén, en la Patagonia argentina. El huiña es un pequeño gato silvestre que apenas pesa 2.5 kilos. Es de hábitos nocturnos, acostumbra a hacer nidos en las copas de los árboles y su sonido se parece más al de un ave que al de un félido. Además, es tan pequeño y difícil de observar que le basta con herbazales que lleguen a la altura de las rodillas de un humano para transitar por zonas forestales, y hasta agrícolas, sin ser detectado.
El huiña no es el único pequeño gato poco estudiado. El tirica no supera el metro de largo, es estilizado, tiene el hocico angosto, una cola corta y fina, y un pelaje más áspero que el de otras de sus especies hermanas. Habita en el Bosque Atlántico de Paraguay, Brasil y Argentina, pero su hogar cada vez se encuentra más disminuido, por lo que ha quedado confinado a pequeños parches de bosque.
El tirica sigue siendo un animal lleno de misterios que fue descrito como una nueva especie apenas diez años atrás. Y aunque fue escogido como la mascota oficial de los Juegos Sudamericanos (ODESUR) en Paraguay el año pasado, la mayoría de los paraguayos no lo conocen y no logran diferenciarlo de otras especies como el margay o el ocelote.
“Muchas veces lo que conocemos de los pequeños felinos es información casual, ocasional e incluso incidental, es decir, se obtiene información de ellos cuando se están haciendo estudios sobre otras especies”, dice José Fernando González Maya, director científico del Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras (ProCAT) y copresidente del Grupo de Especialistas en Pequeños Carnívoros de la UICN.
En esta serie, Mongabay Latam profundiza sobre lo que se sabe y se desconoce de cinco pequeños gatos silvestres que enfrentan los mayores obstáculos para su conservación: el gato andino(Leopardus jacobita), en la categoría En Peligro; el huiña(Leopardus guigna), el tigrillo(Leopardus tigrinus) y el tirica(Leopardus guttulus) en estado Vulnerable, y el margay(Leopardus wiedii), registrado por la UICN como Casi Amenazado.
El vacío de información sobre muchas de las especies pequeñas de félidos es gigantesco. José Fernando González asegura que “para la mayoría de ellas, no conocemos aspectos muy básicos de su ecología y su biología, además que ignoramos su estado de conservación”.
Este gran desconocimiento, explican los científicos, alcanza incluso a las especies de félidos más grandes, a pesar de que se ha generado mucha más información sobre el puma y el jaguar que sobre todas las demás. Los gatos silvestres más pequeños, además, no son tan carismáticos como sus hermanos mayores, lo que los pone en una fuerte desventaja. ¿Por qué? Pues porque son muy pocos los científicos que los estudian y escasos los recursos y la inversión destinada a investigarlos.
Un obstáculo más que aleja a los investigadores de este grupo de félidos es que se trata de especies elusivas y muy complicadas de estudiar, ya que requieren grandes esfuerzos de muestreo en campo. En algunos casos, hay científicos que han tardado años en verlos o que simplemente nunca los han visto en estado silvestre. Por ello, las cámaras trampa juegan un rol clave para confirmar su presencia en los ecosistemas.
“Hay colecciones donde todavía se encuentran ejemplares de los cuales hay incertidumbre taxonómica, donde no sabemos sus nombres precisos. Todo eso va complicando la situación”, asegura el director de ProCAT.
El mejor ejemplo está en todos los obstáculos confirmados por aquellos investigadores que, a pesar de las dificultades, llevan años tratando de estudiar especies tan escurridizas como el huiña y el margay.
“¿Cuántos gatos huiña vi en los más de 15 años que llevo estudiando la especie? En la naturaleza y vivo, ninguno, sólo dos que habían sido cazados”, confiesa el biólogo Martín Monteverde.
Si observar en estado silvestre a este pequeño habitante de los bosques andinos del sur de Argentina y Chile puede catalogarse como una hazaña, encontrar pistas o rastros de su paso es como ganarse la lotería. Por ejemplo, la dificultad para encontrar heces impide tener un mayor conocimiento sobre los componentes de la dieta del huiña, por lo que ahora abundan las hipótesis no confirmadas: “Seguro come roedores, pequeños mamíferos y reptiles. ¿Aves? Como pasa bastante tiempo arriba de los árboles es muy probable que también. Los rastros de pájaros muertos al pie de las distintas especies de árboles del género Nothofagus permiten suponerlo, lo mismo que la posibilidad de que depreden nidos para comer los huevos”, sugiere Monteverde.
El margay, más conocido como el trapecista de los árboles, posee una enorme agilidad, pues pasa casi todo el tiempo moviéndose entre ramas. Este pequeño félido moteado, con dorso café de diversas tonalidades, se diferencia de otras especies por su larga cola, que puede medir más del 70 % de la longitud de la cabeza y cuerpo, además de tener unos grandes ojos que lo hacen ver tierno y llamativo. Sin embargo, esto no lo ha salvado de formar parte de la lista de los pequeños gatos silvestres olvidados. “La verdad es que no hay suficiente información del margay por falta de fondos, no es por falta de interés”, comenta Sasha Carvajal, bióloga y doctora en Ecología de Vida Silvestre.
Si bien la necesidad de obtener más información es un factor común para todos los félidos latinoamericanos, González —coautor de la revisión más completa sobre el tigrillo en Colombia— considera que esta es una de las especies que requiere atención urgente porque todavía tiene una gran incertidumbre taxonómica. Es probable, por ejemplo, que el tigrillo que habita en Costa Rica y Panamá sea una especie diferente a la que vive en la cordillera de los Andes, “y al ser una especie diferente, estaría muy restringida, casi que micro endémica de las zonas altas de la Cordillera de Talamanca”, asegura González.
Mientras tanto, el biólogo venezolano Ilad Vivas, quien se propuso estudiar en detalle al tigrillo en Venezuela, asegura que “quien no es experto podría confundir a un tigrillo con un cunaguaro u ocelote, con un margay e incluso con un gato común por su tamaño”.
El gato andino, como buen félido, también es esquivo y difícil de observar. De todas las pequeñas especies, es el que habita a mayores alturas, en zonas rocosas, áridas y de escasa vegetación. Es por eso que su dieta está restringida a pocas especies como la rata cola de pincel, la vizcacha, el chinchillón o el pericote panza gris.
Es poco lo que se sabe sobre sus poblaciones. La última cifra oficial da cuenta de 1378 individuos adultos esparcidos en los cuatro países que conforman el ámbito de vida del gato andino: Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Quienes lo investigan coinciden en que ya es momento de hacer una nueva evaluación. “Tengo colegas que llevan más de 20 años estudiando al gato andino y no han podido verlo. Estar frente a este animal resulta muy extraño”, dice el biólogo peruano Anthony Pino.
Conocer más sobre el tirica es otra de las grandes deudas de la ciencia, sobre todo si se considera que lleva pocos años siendo estudiado como una nueva especie y no como una subespecie del tigrillo. “Es una especie que puede tener actividad de día y noche. Además, son animales raros, esquivos y los horarios de actividad de repente son impredecibles. Quizás puede ser al amanecer o al atardecer”, dice Paula Cruz, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina. En pocas palabras, alrededor de este pequeño gato silvestre abunda la incertidumbre.
“La situación en general de los felinos pequeños en Latinoamérica es preocupante porque están sufriendo fuertes amenazas relacionadas principalmente con la deforestación, que lleva a la pérdida de hábitat”, dice el biólogo José Fernando González Maya.
Todos los científicos que vienen estudiando al huiña, al tirica, al margay, al tigrillo y al gato andino coinciden en que les preocupa que estos pequeños gatos se están quedando sin hogar.
El huiña habita en los bosques templados y patagónicos de la cordillera de los Andes y sólo hasta hace poco se supo que su límite podría llegar casi hasta el desierto de Atacama, donde podía vivir entre matorrales y bosques más secos. Sin embargo, la amplia superficie que ocupa está muy fragmentada y vive en regiones con mucha presencia humana, en medio de actividades agroindustriales y un entramado de vías que debe sortear. “La frecuencia de atropellos que vemos es alta, igual que el ataque que sufren por perros que no están controlados por sus dueños”, apunta Constanza Napolitano, profesora asociada en el laboratorio de Genética de la Conservación de la Universidad de los Lagos.
Tener un espacio amplio para desplazarse no es garantía de seguridad. El tigrillo y el margay, por ejemplo, han perdido enormes cantidades de hábitat.
La UICN afirma que no se espera que las áreas protegidas por fuera de la Amazonía conserven poblaciones viables de margay en los próximos años. El problema se acentúa más pues las estimaciones —según una investigación de Esteban Payán, biólogo y líder del programa Grandes Felinos para América Latina de Wildlife Conservation Society (WCS), para su tesis doctoral— sugieren que la especie no es tan abundante en ese bioma. Además, la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) calculó, en un escenario pesimista, que toda la región amazónica podría perder hasta 23,7 millones de hectáreas al 2025.
“El punto clave del tigrillo es que tiene un rango de tolerancia muy bajo a las perturbaciones ambientales, su nicho alimenticio es más restringido que el del resto de felinos del género Leopardus —exceptuando al margay—, su tasa reproductiva es menor y depende de los bosques primarios. Es difícil verlo en hábitats no amazónicos”, detalla Ilad Vivas.
El gato andino también posee un hábitat reducido y fragmentado, que cada vez está en mayor riesgo, pues al preferir ecosistemas de gran altura, su hogar es de los más vulnerables a los efectos del cambio climático. Esto se agrava porque el animal necesita espacios de entre 35 y 45 kilómetros cuadrados para vivir. El gran rango de hogar del gato andino se debe, entre otras cosas, a que no encuentra su alimento en áreas pequeñas. “Por eso no hay muchos individuos en un mismo sitio y las densidades poblacionales son bajas”, menciona Lilian Villalba, científica de la Alianza Gato Andino (AGA) en Bolivia.
El tirica, por otro lado, vive más arrinconado que nunca. Su hogar se restringe únicamente al Bosque Atlántico. “Esta zona está súper transformada y es probable que queden pocas poblaciones de la especie”, comenta González. Paula Cruz agrega que “el ocelote desplaza al tirica, entonces, este último necesita de los corredores de bosque para poder desplazarse. Sin embargo, al no encontrar esos ‘pasillos’, por así decirlo, su área de hábitat se reduce cada vez más”.
Esteban Payán, biólogo y líder del programa Grandes Felinos para América Latina de Wildlife Conservation Society (WCS), considera que las especies más pequeñas de félidos, al igual que el puma y el jaguar, están siendo afectadas por nuevas amenazas que se han acrecentado en los últimos años: los fuegos creados por el humano en ecosistemas como la Amazonía, el Pantanal y el Cerrado, así como un creciente mercado ilegal de partes de los “félidos manchados” (del género Leopardus). Además, estos animales también se enfrentan a la cacería, el mascotismo y hasta la minería legal e ilegal.
El caso del tigrillo es emblemático por la extracción de oro en el conocido Arco Minero del Orinoco, un área de 111 000 kilómetros cuadrados, lo que equivale al doble del territorio de Costa Rica. En esta área se entregaron cientos de concesiones mineras para la explotación de oro, coltán y diamantes, un espacio complejo y violento donde operan las guerrillas colombianas, las bandas armadas locales e incluso grupos de mineros brasileños. En medio de este paisaje, la minería está desplazando al pequeño gato silvestre de su hábitat natural y hasta enfermándolo con el mercurio que queda en los ríos.
“Sería el primer felino en desaparecer. Los felinos son muy sensibles al mercurio, bien sea por la bioacumulación en sus presas como por presencia del metal en el agua”, asegura la bióloga María Abarca, coautora del libro Felinos de Venezuela.
El gato andino es otra de las especies amenazadas por la minería en países como Perú y Chile. El investigador y coordinador de campo del programa CATcrafts en Chile, Nicolás Lagos, indica que los yacimientos mineros de oro, plata y cobre operan precisamente en zonas de alta cordillera donde el félido tiene presencia. Las compañías se instalan y para construir sus redes de caminos, de tuberías o de alta tensión, dinamitan cerros e impactan enormes extensiones de territorio.
Lagos considera que se da un efecto cascada: se secan los bofedales (humedales con vegetación permanente) y, al quedar dañados los pastos, presas como las vizcachas ya no tienen alimento y migran. “En consecuencia, el gato andino también va perdiendo su alimento. Con la extracción del agua, las mineras han secado muchas lagunas, salares y bofedales, que son la fuente de vida en el altiplano”, apunta.
En el margay recaen delitos como la cacería por retaliación y el mascotismo debido a su aspecto tierno, el cual se ha convertido en una condena para la especie. Aunque a nivel global la UICN lo considera como una especie Casi Amenazada, en México se encuentra En Peligro debido a la caza indiscriminada de la que fue víctima varias décadas atrás.
Esa cacería la sigue padeciendo en otros países de la región como Colombia y Bolivia ya que, al quedarse sin los bosques donde habita, se queda sin presas para alimentarse y se ve obligado a buscar comida en otros lugares. Es ahí cuando entra en conflicto con los humanos.
“En los gatos chicos la gente no gasta una bala, porque la bala tiene un costo. Entonces, los métodos de retaliación son peores porque les tiran piedras y les ponen trampas. Me parece más sádico”, dice Paola Nogales-Ascarrunz, bióloga del Programa de Félidos de Bolivia.
En otros casos los margays son capturados como mascotas, pero al ir creciendo y manifestar sus instintos naturales, empiezan a ser víctimas de maltrato o enferman y mueren al adquirir enfermedades transmitidas por los animales domésticos. “No se comportará como esperas y te atacará cuando pueda”, dice Nogales y recuerda el caso de un margay hembra que fue rescatada del cautiverio pero a la que le arrancaron sus uñas, le faltaba un ojo y también los colmillos.
El huiña también es víctima de la cacería cuando se ve obligado a buscar alimento entre animales domésticos. “Es común que te digan que una güiña mató 20 gallinas y se llevó una”, asegura la investigadora Constanza Napolitano. “El problema económico es bastante menor”, aclara Nicolás Gálvez, ingeniero agrónomo y doctor en Manejo de Biodiversidad de la Universidad Católica de Chile.
Del tirica se sabe que también es víctima de la cacería y, de forma eventual, es capturado para el tráfico de vida silvestre. Sin embargo, en países como Paraguay son pocos los casos conocidos.
En el 2016, el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible de Paraguay (MADES) intervino un restaurante en Asunción porque el propietario del local tenía, colgadas en las paredes, varias pieles de animales silvestres. Entre ellas había dos de tirica. En octubre de 2018, el MADES rescató a un ejemplar de tirica que estaba en el patio de una casa en San Bernardino, una ciudad ubicada a unos 35 kilómetros de Asunción. Pero estos son sólo dos de los pocos datos oficiales que se tienen.
Hoy uno de los principales objetivos de los científicos es ampliar el conocimiento que se tiene, no sólo de estos cinco félidos, sino de todos los que habitan en el continente americano. “Probablemente Latinoamérica -remarca José Fernando González- es una de las regiones más ricas en diversidad de felinos del mundo y eso nos impone unos retos muy importantes en términos de su conservación”.
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