La demanda de productos derivados de la palma de aceite y el aumento de los cultivos ilícitos ha generado trampas para las especies de fauna y flora en diferentes regiones del país. De las más de 50 000 especies que tiene Colombia, 798 están amenazadas. Mongabay Latam / María Margarita Fontecha Los consumidores de Estados…
La demanda de productos derivados de la palma de aceite y el aumento de los cultivos ilícitos ha generado trampas para las especies de fauna y flora en diferentes regiones del país. De las más de 50 000 especies que tiene Colombia, 798 están amenazadas.
Los consumidores de Estados Unidos, la Unión Europea y China encabezan el listado de países que están poniendo en riesgo la biodiversidad de otros lugares del mundo. En otras palabras, la demanda de ciertos productos está acelerando la pérdida de especies de fauna y flora en países como Colombia, Brasil o Perú. Esta es una de las conclusiones que se desprende de la investigaciónrealizada por Daniel Moran de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología; y Keiichiro Kanemoto de la Universidad Shinshu de Japón.
Los científicos sobrepusieron los lugares donde están ubicadas las especies de la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), determinaron los commodities que afectan a estas especies y rastrearon a los consumidores finales de los bienes. El resultado de esta investigación es un conjunto de mapas que muestra qué lugares del mundo, incluyendo los océanos, están en mayor peligro.
“Encontramos que las amenazas a la biodiversidad son responsabilidad de un grupo muy pequeño de países”, explica Kanemoto quien añade que, para Latinoamérica, los consumidores de Estados Unidos son quienes ejercen mayor presión, la cual se concentra en la Amazonía brasileña, sur de Colombia, Ecuador y Perú.
Igualmente, la investigación indica que el 90,8 % de los 6 mil millones de dólares anuales que se dedican a temas de conservaciónson gastados en países económicamente ricos, donde rara vez se presenta una amenaza en algún hotspot de biodiversidad, porque la mayoría de estos se encuentran en los trópicos. “Por medio de esta herramienta los países que causan mayor impacto pueden dirigir mejor sus esfuerzos de conservación y asumir la responsabilidad de una manera más eficiente”, afirma Moran.
Colombia y la demanda internacional
En Colombia las zonas que llaman más la atención son el Pacífico, las regiones aledañas a la cordillera de los Andes y un sector entre los departamentos de Magdalena, Atlántico y la Guajira. De hecho, las zonas que según los mapas han sido más afectadas se superponen a los dos hotspots de biodiversidad que tiene el país, los Andes tropicales y el Chocó-Magdalena.
Según el Sistema de información de Biodiversidad nacional (SiB), el país tiene 56 343 especies de fauna y flora, de las cuales 798 están amenazadas. De las especies en riesgo, las aves son las más vulnerables, de hecho 68 tipos de estas, que viven en los bosques húmedos de los Andes y el Pacífico están en peligro. De acuerdo con el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) en los últimos 20 años el país ha perdido casi 6 millones de hectáreas de bosque, es decir, 200 000 hectáreas anuales aproximadamente.
Los lugares donde se ha focalizado la deforestación son Caquetá, donde ocurre el 19,2 % de la pérdida de cobertura boscosa, seguido por Antioquia con el 12,8 % y Meta con el 12,4 %. Las causas detrás de este fenómeno van desde la utilización del suelo para los cultivos de ilícitos, particularmente la coca, a la ampliación de la frontera agrícola y la extracción de minerales.
Para el caso de la coca, en noviembre de 2016, la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA por sus siglas en inglés) reportaba que Colombia es la principal fuente de suministro de cocaína. Es decir, que Colombia es el lugar donde se produce la mayor cantidad de coca, la cual es llevada a México para ser transformada y luego comercializada en Estados Unidos. Según el informe, los grupos ilegales llamados Los Rastrojos, el Clan del Golfo y las FARC permanecen como los principales traficantes de coca y su área de influencia recae en zonas de importancia vital para el medio ambiente como el sur del departamento del Chocó, Nariño, Cauca, Putumayo, Caquetá y Guaviare.
Según un informe de 2014 de la Dirección de Antinarcóticos de la Policía Nacional, la coca se puede producir en zonas que van desde el nivel del mar hasta los 2000 metros y en climas húmedos como el de la costa pacífica de Nariño y secos como en la parte media de la región Magdalena. Algunas de las consecuencias que ha dejado al país esta actividad son un gran número de especies amenazadas: 210 especies de mamíferos, 170 reptiles, 100 anfibios y más de 600 tipos de peces en peligro por la alteración del hábitat en la Amazonía colombiana, además de la contaminación de ríos y caudales en los departamentos de Vichada, Guaviare, Arauca, Vaupés y Caquetá.
A pesar de que las actividades ilegales han dejado severas consecuencias para la biodiversidad, Moran señala que estudios como el publicado por él y Kanemoto no rastrean la actividad ilegal y menos la que se hace a pequeña escala, lo cual deja vacíos y preguntas en torno al efecto real de la producción de coca en el país.
El Global Forest Watch commodities es una herramienta de autoreporte en línea, desarrollada por el Instituto de Recursos Mundiales (WRI), que permite a las empresas evaluar el riesgo de la cadena de suministro a través de mapas de alta resolución de la pérdida de cobertura arbórea, deforestación en tiempo casi real y alertas de incendios y análisis de fábricas y granjas individuales. De acuerdo con esta herramienta, entre el 2001 y el 2014 la reducción del bosque de Colombia aumentó considerablemente, y la titulación minera en departamentos como Antioquia, Boyacá, Chocó, Nariño, Cauca también subió. Además, el mapa en línea muestra que en todas las áreas protegidas por la ley hay puntos de deforestación.
Para Guillermo Rudas, Master en Economía Ambiental y de Recursos Naturales del University College London y quien ha investigado durante mucho tiempo la relación entre los recursos no renovables y el ambiente, “la demanda de productos mineros y en menor medida de hidrocarburos genera una fuerte presión sobre la biodiversidad. Puede haber algunos sectores minoritarios de la industria y del consumidor que demandan que haya un comportamiento más racional en relación con los impactos negativos de sus consumos sobre la biodiversidad y los servicios ecosistémicos”. Sin embargo, Rudas advierte que mientras no se incorpore el costo de los impactos en el medio ambiente en el precio de la producción y no haya sólidas medidas de vigilancia y control, los efectos positivos de investigaciones científicas como las realizadas por Moran y Kanemoto continuarán siendo muy débiles.
La palma de aceite y el desafío colombiano
El informe de Forest Trends afirma que cerca del 70 % de la pérdida de bosque en el trópico es explicada por la ampliación de la frontera agrícola. Colombia no es la excepción a esta coyuntura internacional.
El país depende de la importación de maíz, sorgo y soya, los tres principales cereales del mundo para satisfacer la demanda interna. Sin embargo, el aumento del precio del dólar desde el 2015 ha sido un factor importante para que las industrias y gremios de alimentos para consumo humano y animal reclamen aumentar la producción nacional que para el 2015 apenas llegaba al 23 % en maíz, según la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales y Leguminosas (FENALCE).
Estrategias como Colombia Siembra, impulsada por el Ministerio de Agricultura, espera cultivar un millón de nuevas hectáreas y “producir alimentos para el mundo y lograr la autosuficiencia y seguridad alimentaria”, como lo afirmó Aurelio Iragorri, jefe de esta cartera al anunciar el plan en octubre de 2015. La pregunta es ¿dónde se ampliará la frontera agropecuaria?
Desde hace cerca de 70 años el país ha producido la mayor parte de sus alimentos en la región Andina, es decir, en el centro. Pero factores como el cambio climático y decisiones económicas han hecho que la presión sobre los recursos se desplace. Así, la región caribe en el norte del país y la altillanura y sabana en la región de la Amazonía cada año cambian más su vocación por actividades agroindustriales.
No obstante, es la palma de aceite la que genera la mayor demanda internacional. Esta industria es líder a nivel mundial en provisión de aceites y grasas, además de la producción de biocombustibles como señala el Sustainable Palm Oil Transparency Toolkit (SPOTT). Esto ha incentivado el cultivo de palma en el país, el cual pasó de 150 000 hectáreas en el 2000 a 483 733 hectáreas a febrero del 2016 según la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, Fedepalma.
Actualmente, Colombia es el cuarto productor de aceite de palma en el mundo y el primero en América. Según un reporte de esta federación en abril de 2016, las exportaciones de aceite de palma alcanzaron 419 800 toneladas durante 2015, lo cual indica un crecimiento de 146 300 toneladas con respecto al 2014. La producción de este cultivo está concentrada mayoritariamente en el norte, oriente y sur occidente del país, particularmente, en algunos departamentos como Nariño, César, Bolívar, Córdoba, Meta y Casanare. Además, los países que importan más aceite de palma colombiana son Holanda con 50%, le sigue México 22 % y Chile con 8 % de acuerdo con cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Teniendo en cuenta los hallazgos del estudio de Moran y Kanemoto, Holanda y sus consumidores serían quienes están demandando más palma aceitera de Colombia.
La expansión de este cultivo principalmente en la región de los llanos orientales y la altillanura podría derivar en impactos para las especies que habitan allí. Sin embargo, como explica Laín Pardo, biólogo que se ha dedicado a investigar la relación entre los mamíferos y el cultivo de palma de aceite, hay que considerar cada contexto y región antes de determinar las consecuencias del cultivo en los ecosistemas. “En los llanos orientales 80 % de las tierras que se han utilizado para sembrar más palma de aceite son tierras transformadas, el 60 % eran pasturas”, explica Pardo. Asimismo, hay que tener en cuenta que los ecosistemas naturales de esta región, como lo señala Laín Pardo, no son bosques similares a los del Pacífico, sino sabanas abiertas. Sin embargo, el conocimiento relacionado con la biodiversidad asociada a estos cultivos y su posible repercusión sobre la fauna silvestre nativa es mínimo en el país.
En una de las investigaciones realizadas por Pardo en conjunto con Esteban Payán, director de la Fundación Panthera en Colombia, en la zona de Orocué (Casanare) durante el 2014, encontraron que mientras algunas especies de animales como los zorros, yaguarundis, cachicamos y venados son más tolerantes a la presencia del cultivo, la ausencia del armadillo cola de trapo, armadillo sabanero, ocarro, tayra, hurón, jaguar, pecarí de collar y de labio blanco genera una alerta sobre el estado de conservación de estas especies.
Igualmente, los autores hacen un llamado de atención sobre el uso del agua y los recursos hídricos en la zona teniendo en cuenta las condiciones climáticas. Por ejemplo, en las sabanas de orientales donde se cultiva la palma de aceite hay temporadas secas en ciertas épocas del año, las cuales pueden durar entre tres y ocho meses. Sin embargo, el cultivo necesita de al menos 2000 mm de agua, por lo cual muchos productores de palma captan el agua de ríos cercanos y podría dejarse desprovistas a las comunidades y especies cercanas a las plantaciones.
Como sugiere el estudio de Moran y Kanemoto la demanda del consumidor tiene consecuencias reales para los ecosistemas de otros países. En Colombia lo legal e ilegal ha servido como motivo para poner en riesgo el capital con el que cuenta el país en temas de biodiversidad. Como sugieren los autores, no se trata de dejar de producir, sino de tener más responsabilidad con el planeta y sus recursos.
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