“Si un Estado gesta y edifica su peor mal: la desigualdad, al final terminan asesinando cualquier tipo de esperanzas”
En todo deporte que se compite en el mundo la cancha está demarcada. Me refiero a las líneas, perímetros, medidas, distancias y normas que todas y todos deben acatar.
Imaginemos un partido de fútbol, donde los dos equipos tienen 11 jugadores y con los mismos reglamentos: arcos, cancha, la distancia del punto penal a la portería, y un balón estándar. Las estrategias defensivas y ofensivas que aplica cada entrenador, solo buscan evitar una goleada y obtener lo planeado. Ambos equipos durante el partido son supervisados por un árbitro central, dos jueces de línea y miles o millones de espectadores “aficionados” de forma directa o indirecta, al final: el árbitro central toma decisiones de acuerdo a su experiencia y conocimiento durante los 90 minutos reglamentarios. En el mundial reciente de fútbol en Rusia 2018, se incorporó el famoso VAR o videoarbitraje. El cual le permite al árbitro central detener el partido, salir de la cancha y con ayuda de la tecnología “cámaras de alta resolución-definición” analiza las jugadas dudosas: penaltis, fuera de lugar “offside”, faltas severas, agresiones verbales o físicas entre jugadores y lo fundamental “fue o no gol… de Yepes”.
Hasta el momento todo funciona a las mil maravillas en los deportes. También puede suceder cuando uno o más deportistas de la competencia, dependiendo del deporte, presentan dopping, generando ventaja con sus adversarios, en: resistencia, agilidad y capacidad. Al final se someten a pruebas de control antidopaje, normalmente son escogidos al azar. Una cancha bien demarcada en cualquier deporte, facilita una competencia equilibrada.
Ahora pasémonos al ámbito de la vida cotidiana. Cuando nacemos en una cancha demarcada sin la presencia de un árbitro central y el VAR, en pocas palabras, sin un juez “El Estado”, el cual debe ser un facilitador neutral, para evitar los abusos desde lo social, económico, ambiental entre otros, y todo aquel que quiere actuar de manera alegal e ilegal para sacar ventaja frente a sus adversarios, sin el uso de las virtudes y capacidades, si no con la ley del todo vale, del apellido, del usted no sabe quién soy yo. Colombia y su modelito económico avinagrado llamado capitalismo de: compadrazgo, el de cuates, el de cómplices (términos acuñado por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, 2001), el que no se basa en la competencia sino en la obstaculización, el que demarca la cancha a su antojo y conveniencia de manera desigualitaria.
Nacer en un país donde la cancha además de estar demarcada, se encuentra más inclinada hacia un lado que otro, es decir, cuando no existe la presencia de un Estado garante, en pocas palabras: es llegar a un lugar exclusivo para pocos y ajenos para muchos “la mayoría”.
¿Por qué la desigualdad-pobreza y violencia, las cuales son creadas por las políticas que dictaminen sus dirigentes, generan más desventajas entre regiones que tienen la misma cancha demarcada llamada Colombia?.
La razón es muy simple, nacer en esos lugares o regiones que tienen indicadores rojos “muy alarmantes y desesperanzadores”, es como cargar una cadena en el cuello y un grillete en el pie al mismo tiempo, frente al que no lo tiene (menor desigualdad-pobreza y violencia). Aclaro, habrá excepciones, uno entre miles, donde se nace en una cancha demarcada y se logra movilidad social (alejarse de la desigualdad). Algunos le llaman suerte o berraquera, ni lo uno ni lo otro, cuando se encuentra la preparación con la oportunidad, es otra cosa, por eso no creo en la suerte. El tema es, como alcanzar la preparación idónea donde las mejores universidades de Colombia no están bien posicionadas en el orbe, además, cada vez el acceso a la educación es más reducido, y las oportunidades de empleos de calidad se vienen desvaneciendo. La meritocracia aquí es excluyente, “sonríes y reinaras, la historia de smiling Lombana”.
Aterricemos y vivamos por un instante en aquellos lugares de Colombia, departamentos: Antioquia, Cauca, Cesar, Choco, Guajira, Guaviare, Quibdó y Meta básicamente (cuando se une desigualdad con distribución de tierra, leer: https://blogs.elespectador.com/medio-ambiente/mineria-sin-escape/antioquia-boyaca-cesar-guajira-desigualdad-pobreza-violencia). Donde la mayoría de los niños tienen dos opciones: pobreza o pobreza extrema, ¿cuál escogen?. A esas generaciones les espera una cancha mal demarcada, donde cada segundo le repintan la línea que los excluye de las oportunidades: educación digna, protección, salud y servicios básicos de calidad (constitucionalmente es un derecho, no es que quieran todo gratis y regalado, para eso recaudan impuestos, solo es saber redistribuir la riqueza y demarcar bien la cancha). ¿Qué se puede esperar de esa niñez?. Por eso cuando escucho que un niño fue reclutado, o por su voluntad agarra un fusil, a quién le recae gran parte de esa problemática: pues al Estado, porque así demarcaron la cancha, de manera obscenamente desigualitaria. El Estado sigue condicionando a la sociedad, no los dejan elegir si quieren la vida o la muerte. La mayor parte de esos territorios tienen indicadores negativos en: esperanza de vida, desnutrición, deserción escolar entre otros. “No se le puede pedir peras al olmo a esos niños”.
Finalmente el Estado ha construido y demarcado mal la cancha al servicio de unos pocos, donde la brecha se sigue ampliando de manera salvaje sin piedad alguna. El promedio de la sociedad colombiana tiene el gatillo montado antes de nacer, con una sola opción: ustedes verán cómo se defienden. Por eso nuestros dirigentes políticos siguen demarcando la cancha a su conveniencia, favoreciendo a sus descendientes (los cuales serán los próximos alcaldes, gobernadores, ministros o presidentes) y al interés corporativo, para que ellos sigan con el adagio popular: “en tierra de ciego el tuerto es rey”. Estoy convencido si a todas y todos nos dejan “competir” en una cancha demarcada equilibrada, estaríamos hablando de otro país.
Solo nos queda llenarnos de valor y luchar para cambiar las reglas de juego con una nueva demarcación de la cancha, para equilibrar el juego que nos han robado por décadas. Cada vez que los organismos del Estado ejecutan acciones para asesinar, cuando la política es ofensiva militar, pero no es educación y vida digna para acabar con la criminalidad, dejo esta pregunta: ¿saben cuántos criminales nacen por cada uno que muere?. El remedio es peor que la enfermedad. Antes de solucionar los conflictos con las armas, se debe buscar la presencia del Estado con concertación y con políticas claras, pero todo transcurre y no pasa nada en el país de la cancha demarcada, donde se piensa con la ideología, más no con la cabeza.