En la actualidad se contabilizan 532.175.530 contagiados y casi 6.300.000 muertos por el COVID-19 en el mundo*. Pero, ¿cuál es el papel que juegan los bosques y la interacción de los seres humanos con estos ecosistemas en el surgimiento de una pandemia como esta?
Enfermedades modernas como el ébola, el sida, el zica o el chikunguña tienen algo en común: son causadas por virus que se han originado en animales y son resultado de la interacción directa o indirecta con ellos. Los avances en la investigación indican que el origen del coronavirus SARS-CoV-2, patógeno que genera el COVID-19, es un coronavirus proveniente del murciélago —a través de la combinación con un coronavirus de pangolín—, que se pudo haber transmitido a los humanos debido a la interacción de estos con los murciélagos.
Muchas instituciones han comenzado a alertar sobre la relación entre la pérdida de los bosques y el surgimiento de esta enfermedad. Para tratar de esclarecer el porqué de esta afirmación, conversamos con la doctora Lilia Roa-Fuentes, directora del doctorado en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, y experta en el funcionamiento de ecosistemas tropicales.
¿Qué es una enfermedad zoonótica?
Son enfermedades infecciosas causadas por parásitos —bacterias, hongos, microorganismos o protozoarios— que tienen la capacidad de transmitirse entre animales de diferentes especies, por lo general entre vertebrados. No olvidemos que los seres humanos somos animales.
¿Qué tienen que ver la protección de los bosques tropicales con la pandemia?
Sin importar dónde esté —si es húmedo tropical, seco tropical o boreal—, el bosque es un ecosistema natural que tiene muchas funciones importantes; una de ellas es proveer resguardo a la biodiversidad. En los ecosistemas naturales el componente vivo —animales, plantas y microorganismos— mantiene una serie de relacionamientos que le permite autorregular su funcionamiento a nivel de organismo (Ej. el metabolismo), a nivel poblacional (Ej. controlar el crecimiento de las poblaciones), y así a niveles de organización mayores. Cuando contraemos ese hábitat natural a su mínima expresión, en términos de área, o le extraemos componentes vivos, rompemos ese equilibrio.
Cuando extraemos animales o plantas de los bosques y comenzamos a convivir con ellos, nos incorporamos en su red de relaciones e incrementamos la posibilidad de compartir los microorganismos que traen consigo. Puede suceder que éstos no afecten a los humanos; sin embargo, puede ocurrir que sí lo hagan y les generen alguna enfermedad que, incluso, los lleve a la muerte. Esto es lo que sucede en la actualidad con el coronavirus.
¿De qué depende que un patógeno afecte al ser humano y se convierta en una enfermedad?
Con los animales compartimos más patógenos que el SARS-CoV-2; sin embargo, a diferencia de este virus, muchos no tienen la capacidad de “engancharse” con nuestras células y generar la patología. Siempre es una apuesta. Incrementar la interacción aumenta la probabilidad.
¿Cuál es la relación entre la deforestación y el surgimiento de nuevas enfermedades?
Cuando se contrae el ecosistema a su mínima expresión, en términos de área, muchos de los animales buscan otros hábitats cercanos, los cuales están cada vez más próximos a nosotros. Esto hace que estemos expuestos a compartir con ellos sus patógenos. Por ejemplo, si un murciélago hematófago ve reducida su fuente de alimento en el bosque, buscará alimentarse de otros vertebrados cercanos. Podría ser el caso que se alimente de los cerdos de un criadero aledaño al borde del bosque. Los cerdos van a adquirir los patógenos del murciélago, pues se los transmite a través de su saliva. Cuando nos alimentamos de la carne de estos cerdos, ésta ya porta los patógenos del murciélago. Las consecuencias de la deforestación no es solo tumbar árboles; los bosques albergan unas redes tróficas —intercambio de materia y energía a través de diferentes componentes vivos del ecosistema— sumamente complejas que, al alterarlas, nos involucramos en ellas.
¿Cuáles son las consecuencias de la pérdida de biodiversidad?
Históricamente, las especies han sobrevivido transformaciones catastróficas de la superficie terrestre —periodos de glaciación y desglaciación—; sin embargo, este tipo de eventos se presentan en rangos de tiempo supremamente amplios que brindan la oportunidad para la adaptación a las nuevas condiciones. En la actualidad, estos cambios se dan de manera abrupta y un grupo cada vez mayor de la biodiversidad no logra adaptarse y simplemente desaparece. En la medida en que esto ocurre, se rompen las redes tróficas y se altera todo el ecosistema, haciendo que incremente la posibilidad que surjan nuevos relacionamientos y con estos, nuevos patógenos.
¿El cambio climático también influye en el surgimiento de este tipo de enfermedades?
Sí, porque hace que las especies silvestres cambien sus hábitos de vida y de consumo. Por ejemplo, debido a que el cambio climático ha generado mayor temperatura y menor precipitación, algunas zonas de bosque andino se empiezan a reducir y las zonas tropicales secas o de tierras bajas aumentan de tamaño, en términos de franjas altitudinales. Como resultado, las especies que habitan estas últimas y todo este ecosistema, amplían su rango de distribución. Esto modifica toda la red trófica y, al hacerlo, empiezan a moverse las enfermedades tropicales a otras zonas.
¿Por qué el crecimiento de la población y de la urbanización incrementa el contacto con la vida silvestre?
A diferencia de las zonas rurales, las urbanas se caracterizan por una alta densificación. En la primera, lo que hacemos es ampliar la frontera agrícola, haciendo que la mancha de bosques sea cada vez más pequeña.
En la segunda, en la actualidad, hay una gran demanda por espacio debido a la expansión y a las tasas de crecimiento humano. A medida que crece la población, en una tasa exponencial como lo hacemos, no demandamos solo territorio sino también alimento, proteína animal y vegetal. Esa demanda que generamos, sin lugar a dudas se va a reflejar en la necesidad de más territorio natural. Esto obliga a que haya una expansión de esas manchas urbanas, que empiezan a robarle espacio a los ecosistemas naturales. Eso sin lugar a dudas rompe el equilibrio.
Por otra parte, no solo el crecimiento poblacional genera necesidades. Aún si no naciera un niño más, nuestras demandas cada vez son mayores: la lavadora tiene que ser más grande, la nevera, el televisor… Todo esas “necesidades” emergentes, directa o indirectamente, requieren bienes y recursos de los ecosistemas, como el oro, que se extrae en suelos de ecosistemas de páramo.
Parece un círculo vicioso del cual es difícil salir…
La Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI-Colombia) me parece pertinente. Las instituciones religiosas, con la cuales podemos o no estar de acuerdo, ejercen un poder importante en la construcción de sociedad y necesitamos construir una sociedad diferente. IRI-Colombia tiene la capacidad de llegar a una audiencia muy amplia y de generar cambios trascendentales. La evidencia nos está diciendo que, si seguimos con nuestros hábitos de consumo, tenemos nuestros días contados y estamos a pocos años de llegar a un punto de no retorno.
* Datos del Coronavirus Resource Center, de la Universidad Johns Hopkins, emitidos el 6 de junio de 2022.
EXPERTA INVITADA
Lilia Roa-Fuentes es bióloga de la Universidad Industrial de Santander, magíster en Restauración Ecológica de la Universidad Autónoma de México, Ph.D en Funcionamiento de ecosistemas tropicales, de la misma universidad; desde hace 2 años es directora del Doctorado en Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Pontificia Javeriana. Parte de su trabajo científico se ha concentrado en combinar los aspectos relacionados con la restauración ecológica, pensada desde el aspecto funcional de cada uno de los elementos del ecosistema.