Por: Camila Cera Cabrera
Son las 4 de la mañana en una pequeña casa de Bosa. La mujer se levanta, prepara su tinto y se alista para salir. Coge el bus que la deja en carrera 60. Hace 15 años tiene la misma rutina. Una vez en su destino, toma sus guantes, su gorra, y empieza con las chuguas. “ayudan a la digestión” me dice.
Es curioso pensar que detrás de las oficinas de la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico hay un terreno, de 800 metros cuadrados, donde la mujer cultiva su huerta. Que esos 800 metros sostienen a 7 mujeres, con sus respectivas familias. Que, en medio de la ciudad, casi al lado de una calle principal, hay un pequeño espacio donde se cultivan alimentos orgánicos.
La mujer, hija de campesinos, se había mudado, todavía siendo joven, a la ciudad. Traía sus conocimientos de Boyacá. En la capital, sacó adelante a sus dos hijos vendiendo artesanías en la calle. Encontró la opción de la agricultura, y desde entonces se dedica a sembrar raíces. Para ella es más que solo sacarle provecho a la huerta, se trata de la continuidad del campo a la ciudad. “La lucha es en preservación de nuestras semillas nativas. Un pueblo sin semillas es un pueblo esclavo”
Les rinde tributo a sus padres (y a sus nietos) intentando que la gente de la ciudad coma comida sana, de la misma forma que en el campo. “Desde que trabajamos en la huerta, ninguna de nosotras ha tenido la necesidad de ir al médico, o muy poco. La salud está en las plantas. Queremos que en lugar de tanta pepa, la gente tome remedios caseros y se curen desde dentro” Alrededor de 8 años atrás comenzó a estudiar botánica seriamente, y utiliza esos conocimientos para darle consejo, sobre su dieta o dolencia, a quien se lo pida.
Todos los días de la semana, desde las 7 am, cuida de las más de 500 especies que tiene. Hortalizas, flores, especias, tubérculos, aromáticas y frutas. Las vende durante el fin de semana en el mercado campesino. Tienen convenios con otras huertas en localidades alrededor de la ciudad, haciendo trueque de semillas. Así crecen entre ellas.
Una vez acabadas de alistar las chuguas, visita las oficinas. Les lleva hierbabuena “para que se hagan su aromática”. La gente la saluda, le compra sus remedios y le pide que le trasplanten las maticas que decoran sus escritorios. Llegan jóvenes para hacer servicio social, le ayudan a arrancar la maleza y el pasto. Se cultivan las maticas junto a la conversación y el té “sin azúcar, por favor”. Ella continúa sus reflexiones.
La farsa de los alimentos de hoy en día. El cómo entre peor comen las personas, más enfermas están. Las personas creen que solo por tener una lechuga en el plato, o algo verde, ya están comiendo sano, pero se necesita más que un tomate de Monsanto para pensar que estamos bien alimentados. Esos vegetales que venden en los supermercados, la mayoría, están contaminados. En la huerta todo es artesanal, se cuidan las plantas con las propias manos y el sudor de las 7 mujeres, junto con el que quiera ayudar.
Doña Rosa Robles quisiera poder contribuir más a mejorar la salud de la ciudad, por eso invito a todo aquel que esté interesado en visitar su pequeña huerta, en la carrera 60, plaza de los artesanos. Y le pregunte por el remedio casero, la receta en ayunas, o la plantica que podría ayudarle con su mal, como consecuencia de estar comiendo sucio en la ciudad.