Escrito por: Ivone María Cudris Maldonado (@ivikudryz)
El primer recuerdo que tengo es el mar; para ser exacta el mar furioso y salvaje de Santa Verónica a 30 minutos de Barranquilla, tierra natal de mi papa.
Desde entonces, todos los años de mi vida escolar y parte de la universitaria, viajamos con mis padres y hermanas a la costa caribe, casi siempre a Cartagena o Santa Marta y un día de las vacaciones las destinábamos a visitar a toda la familia de mi papa en Barranquilla. Para mis hermanas, el día no-feliz de las vacaciones ya que no había mar ese día, pero para mí, era el más esperado. ¿Por qué era yo el bicho raro? Simple: mi tía cocinaría para recibir a su hermano, mi abuela jamás borraría la sonrisa de su cara durante todo el tiempo de la visita, mis primos desfilarían por esa casa preguntando la por la vida en “la nevera” y, a medio día, como se podía, en un comedor grande – lo recuerdo – la familia se reuniría por la llegada del “cachaquisado”

Me acuerdo del guineo paso, las carimañolas , los pasteles, los dulces de coco o el jugo de corozo; también de las visitas al barrio Las Flores, donde se ve la desembocadura del Río Magdalena en el Atlántico. Viendo cada tanto pasar los barcos hacia el puerto, en ese lugar, se come el pescado más fresco de toda Barranquilla; pero hubo un plato que siempre recordaré como una de las cosas más sabrosas que haya probado jamás: el sancocho de guandú con carne salada. Eran tantos sabores y texturas, era tan fuerte cada ingrediente pero tan balanceados los unos con los otros que hacían perfecto el plato; era probar el mar, la arena, los orígenes y fundamentos de mi gente.

Nos contaban mis primos, en son de burla, que una vez confirmada la fecha de visita por parte de mi papá, iniciaban los preparativos. La cocción del sancocho comenzaba el día anterior a su llegada; la salada del pecho la hacían ellas, remojaban los frijoles, escogían muy bien los ñames y las yucas y entre mi tía y mi abuela se turnaban la vigilancia del mismo.
“¡Catástrofe si algo le pasa a ese sancocho…”, les decían.
Las delatadas se defendían diciendo que era la única manera de lograr el sabor, y a los acusadores amenazaban: “¡Agradezcan estar probando un plato de ese sancocho!” Puedo decir que al sentarnos todos en esa mesa reíamos y sabíamos que el sancocho era un pequeño detalle para aquel que amaban tanto y que sólo veían de vez en cuando.
Hoy mi abuela ya murió y mi tía no se para; no se puede mover por sí sola y no cocina. La memoria la perdió hace rato. El Alzheimer le robo sus recuerdos y sentimientos y para desgracia de todos los que alguna vez tuvimos la suerte de probar ese plato, la receta y su preparación se perdió con ellas. Sólo me quedan los recuerdos de esas espectaculares tardes reunidos en familia ante un plato de sancocho de guandú con carne salada: una cocina ya olvidada.
