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Publicado el @ComíCuento

Pornogastronomía nacional 10: Ignacio Medina y el lado oscuro del periodismo y la crítica gastronómica

por @JLodemesa

 

Hace algunas semanas, el “crítico” gastronómico Ignacio Medina, periodista español radicado en Lima, se volvió a ensañar gratuitamente con Jorge Rausch. En la columna Una selva de cocinas, (El País, agosto 11 de 2016), dedicada a exaltar la cocina amazónica y a algunos de sus representantes en Colombia, de la nada, en el último párrafo, se dedica a atacar al chef de Criterión. Lo grave es que lo hace desde la maledicencia, malintencionadamente, haciendo gala de una de las características más sobresalientes de la mala crítica gastronómica: la irresponsabilidad frente al manejo de la información. Además, lo hace con base en cotilleos y chismes, para generar escándalo, divisiones y rencillas entre cocineros y periodistas locales para así entrar él a mediar sobre lo que está bien y lo que está mal en nuestra cocina (como cuando intenta torpe y superficialmente calificar algunos restaurantes de Bogotá en su última columna Cocina joven en Bogotá).

La manzana de la discordia en la columna acerca de la Amazonía fue una infortunada frase que supuestamente le mencionó Rausch a un periodista argentino (Alejandro Maglione) hace unos meses y a la que apeló Medina cuando lo ataca en su columna asociándolo con lo que está “mal” de nuestra cocina: según Maglione/Medina, Rausch desdeña la cocina amazónica cuando dice que “[…en la Amazonía] sólo comen mico y yuca”. Hay que decir que la afirmación de Maglione que Medina cita es falsa: ni el cocinero le dijo a Maglione la frase, ni Maglionne entendió lo que Rausch le decía, ni, lo que es peor, Medina se tomó el trabajo de verificar la veracidad de su fuente; simplemente validó un rumor como cierto y lo hizo real al hacerlo el centro de su ataque. Lo que dijo Rausch (hace meses y en un contexto muy diferente al de una entrevista) es que él no tenía mucho conocimiento acerca de la cocina amazónica, pero que había estado con los niños de MasterChef en las comunidades étnicas de Leticia donde habían comido mojojoy (no mono, como entendió el periodista argentino) – una larva suculenta muy apreciada en la gastronomía amazónica – y que la base de la alimentación de la zona era la yuca brava (lo cual es completamente cierto). Sin embargo, Medina, haciendo gala del oportunismo que le ha caracterizado a lo largo de su carrera, aprovechó la frase para dividir a cocineros “buenos” de “malos” en su columna.

Suculento mojojoy relleno de queso del Restaurante Tierras Amazónicas, en Leticia, Amazonas

El anterior es tan sólo un ejemplo de las muchas prácticas reprochables que hacen parte del repertorio del lado oscuro de la crítica gastronómica; lado oscuro del cual Medina es el representante más dilecto. Sus críticas a Bogotá y a Rausch giran en torno a sus prejuicios, alimentados por su falta de ética periodística y su fantochería arrogante. Empero, cuando se trata de responder a los cuestionamientos que se le hacen, se esconde; con la altivez de un funcionario colonial del siglo XVII, voltea la vista y hace oídos sordos. El gran “crítico” no tolera crítica alguna a su trabajo o a sus métodos, y es por eso que a buena parte de Colombia nos tiene bloqueada de sus redes sociales. (Señor Medina, cuando se vive de dar golpes, se ha de estar dispuesto a recibirlos…)

Medina además explota hábilmente una de nuestras peores taras coloniales: la pleitesía que sabe le rendimos a todo lo que sea extranjero sólo por el hecho de serlo; astutamente se aprovecha de nuestra credulidad servil frente a cualquier acento foráneo y, por lo mismo, a la validación irreflexiva e irresponsable que le damos a todo aquello que venga de fuera. Por eso, Medina se siente con la autoridad (que le damos en latinoamerica) de dictar cátedra acerca de lo que no conoce y de decirnos qué pensar, qué comer y cómo vivir. Aunque es triste que tras 200 años sigamos perpetuando estas dependencias, la verdad es que en pleno 2016 parte de la crítica local busca desesperadamente perpetuar el espíritu imitativo tan fomentado por generaciones pasadas – siempre tan deseosas de aceptación y simpatía fuera de Colombia – y la adopción de modelos foráneos como aquellos que representa Ignacio Medina.

La Universidad de la Sabana también sucumbió al atractivo neocolonial y al engaño de Medina

Sin embargo, la falta de ética de Medina va más allá: descaradamente acepta dádivas de empresarios y cocineros para posicionar a sus negocios; se hace invitar a los restaurantes y asume que por ser él no ha de pagar las cuentas. Para no ir más lejos, su primera visita a Colombia – aquella tras cual, después de cuatro días, se dio el lujo de juzgar y condenar la cocina de toda Bogotá – fue costeada por Juan Manuel Barrientos y su agenda también fue cuidadosamente planeada por el empresario de El Cielo y su compañía. La generosidad del dueño del restaurante para con el “critico” se vió compensada con la publicación de la columna La cocina que apaga el fuego (27 de mayo de 2016. El País.) en la que, a falta de algo bueno qué decir de los restaurantes de su dadivoso anfitrión, tuvo la brillante idea de exaltar lo único que podía de Barrientos: su Fundación (mal, pues ni se tomó el trabajo de verificar los datos citados – inflados y falsos – y ni siquiera constató el nombre del generoso cliente que lo invitó a Colombia y al que llama “José Manuel Barrientos” en su mediocre columna).

Ignacio Medina en el restaurante El Cielo, durante su trístemente celebre primera visita a Bogotá

Hay que decir que el creciente interés de Medina por nuestra cocina no es gratuito. Nuestro país está a las puertas de una revolución gastronómica sin precedentes que nos posicionará en los próximos años como un epicentro de la cocina mundial. Me permito afirmar lo anterior y apostar por dicho futuro porque los pasos en pos de ese ideal se han ido dando desde hace más de 15 años, pero sobre todo porque de forma lenta y paulatina – tan imperceptiblemente que aún nosotros mismos no nos lo creemos – hoy la nueva cocina colombiana va más allá de una moda para convertirse en una parte importante de nuestra renovada identidad como nación, en un motor de desarrollo económico y en un  espacio de reconciliación social que identifica a cada vez más cocineros en Colombia.

En los últimos tiempos desde la cocina se han labrado amistades y complicidades entre cocineros, académicos, productores y activistas. Se han tejido redes y se han ido asociando quienes hasta hace unos años eran rivales acérrimos; los odios, los resquemores y las cuentas del pasado se han ido olvidando. Desde hace un par de años, vientos de cambio soplan por doquier. Últimamente, la empresa privada también ha ido vinculándose poco a poco al fomento de la gastronomía colombiana, e incluso el gobierno – tan inveteradamente lento en entender y aprovechar las oportunidades que producen los cambios de los tiempos – parece estar vislumbrando las enormes posibilidades que tiene la cocina colombiana frente al turismo, el desarrollo agrícola y el emprendimiento cultural como generadores de ingresos para el Estado.

Los 11 Colombia: el colectivo de exitosos cocineros quienes desde la camaradería están revolucionando la cocina colombiana.
Los 11 Colombia: el colectivo de exitosos cocineros quienes desde la camaradería están revolucionando la cocina colombiana.

Los colombianos hemos descubierto que nuestra cocina va más allá de las modas y de los listados y estándares internacionales a los que Medina contribuye y a los que pretende atarnos. Hemos descubierto que al asumir nuestra identidad culinaria desde nosotros mismos nos dignificamos; y que al hacerlo tenemos la oportunidad única de refabular para nuestros hijos esta nueva nación que nos es dada construir en este momento histórico. Que desde la cocina podemos contribuir eficazmente a reconciliar a Colombia, a hilvanar de nuevo el tejido social, a generar nuevas oportunidades de empleo por lo que las palabras llenas de inquina de Medina no sólo son de mal gusto, sino que sobran; por eso hoy, señor Medina, es usted también obsoleto.

Los cocineros que sirvieron en agosto más de 2000 platos de sancocho en solidaridad con el campo colombiano y la soberanía alimentaria
Los reputados cocineros que sirvieron en agosto más de 2000 platos gratis de sancocho en la Plaza de Bolivar de Bogotá, en solidaridad con el campo colombiano y la soberanía alimentaria

De antemano advierto que esta será la última ocasión que desde este espacio le prestemos atención a los desvaríos de Medina o a sus malintencionadas y soterradas estrategias para posicionarse a toda costa como “critico” gastronómico, o líder de opinión, vocero de causas que desconoce por completo, o cualquier otra intensión mezquina que lo mueva. Afortunadamente en los últimos años muchos de los que escribimos, desde cualquiera de las múltiples ópticas desde las que se puede escribir sobre algo tan importante, trascendente y serio, pero a la vez tan delicioso y divertido como lo es la cocina, también hemos ido llegando a acuerdos tácitos y explícitos de unión en pos de nuestra cocina y del papel de ésta en la reconstrucción de nuestro país y en la reconciliación de nuestra sociedad. Cada uno desde su interés y desde su experticia empezamos a entender que, a diferencia de Ignacio Medina, si seguimos ciertos principios de independencia, honestidad, ética y transparencia, nuestro trabajo será eventualmente más valorado, y, quizás lo que es más importante, contribuiremos así a posicionar también, desde los medios, a la cocina en Colombia.

Por lo tanto, llegó en un mal momento, señor Medina. Llegó tarde. Hace ya unos años quienes valoramos a la cocina en Colombia anticipamos su futuro: este, el que estamos viviendo hoy, el que hasta hace 5 años era una imposibilidad; este presente de unión, en el que volvemos a darle significado a nuestra comida, este momento lleno de esperanza y posibilidades que se debe únicamente a nosotros, los colombianos. Le llevamos ventaja, señor Medina. Quien hasta ahora empieza a darse cuenta de nuestro potencial gastronómico es usted; nuestros cocineros, nuestros académicos, nuestros productores y proveedores, y nuestros propios críticos y periodistas han ido poco a poco alineándose y entendiendo la trascendencia que tiene la cocina colombiana no ya dentro de las modas pasajeras y banales que usted representa, sino frente a algo más grande, duradero e importante: la Colombia que queremos.

De izquierda a derecha: Eduardo Martínez de Mini-Mal, Harry Sasson y el padre Daniel Saldarriaga, director del Banco de Alimentos, sirviendo sancocho en la Plaza de Bolivar como símbolo del compromiso de los cocineros colombianos con la soberanía alimentaria
De izquierda a derecha: Eduardo Martínez de Mini-Mal, Harry Sasson y el padre Daniel Saldarriaga, director del Banco de Alimentos, sirviendo sancocho en la Plaza de Bolivar como símbolo del compromiso de los cocineros colombianos con la soberanía alimentaria

Señor Medina, es usted bienvenido a nuestro país, pero no en sus términos; celebramos su creciente interés en nuestra gastronomía y por tanto esperamos que aprenda primero; esperamos que venga a investigar y a preguntar y que luego opine, más no con base en sus prejuicios colonialistas camuflados de mesianismo gastronómico europeo. Si quiere diversificar su alcance periodístico para incluir a Colombia, hágalo; pero hágalo con humildad, entienda el contexto al cual llega, adáptese a las condiciones de nuestra sociedad y de nuestra actualidad sin pretender pensar que aún estamos en el siglo XVII; actualícese señor Medina: está usted ante la nueva Colombia… está frente a la nueva cocina colombiana que no necesita de usted para reconocerse ni ser reconocida.

 

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