Coma Cuento: cocina sin enredos

Publicado el @ComíCuento

Oda no lírica al sediento criollo

Por: Camila Cera

Guarapo – Sevillana – Masato – Chicha – Carajillo – Canelazo – Agua de Panela – Tinto – Perico – Candil – Tetero – Chocolate

Parte 2: A la chicha

El cartel en la entrada del establecimiento tenía la lista completa de las bebidas, con su respectivo precio guiado por una línea de puntos suspensivos. Para poder decidirse que tomar, quiso intentar un juego. Si podía recordar la primera vez que había tomado algo, eso sería lo que pediría. El agua de panela, el tetero y el chocolate quedaron descartados de inmediato, pues la primera vez que los había probado tuvo que ser antes de tener uso de conciencia. Supuso que el perico, el masato, el canelazo y la sevillana los tomó hace relativamente poco, pero sin ningún importante suceso, pues no podía recordar con exactitud la primera vez que los había degustado. Finalmente llegó a su memoria ese lejano día, cuando aún estaba en el colegio, en el que haciendo un trabajo de campo para algún proyecto escolar, había probado por primera vez la chicha.

Estaba en un círculo de aproximadamente 15 mujeres, de entre los 13 y 25 años ella siendo la menor, sentadas en un profundo “bosque” de la Universidad Nacional. Habían dicho que antes en ese sitio solía haber una laguna, pero que por las construcciones y malos tratos de la tierra, se había secado. Les dieron una charla sobre el significado de ser mujer para las indígenas muiscas, leyeron unas páginas de Mujeres que corren con los lobos, cantaron al son de la guitarra hippie canciones sobre un útero empoderado y, durante todo el ritual, se iba rotando una pequeña totuma llena de chicha para que cada una le diera un sorbo y la rotara hacia la izquierda. Recordaba muy bien cuando llegó su turno, tenía miedo de embriagarse en presencia de la profesora encargada de la excursión, probó la totuma ya baboseada por el resto de sus compañeras, y el sabor burbujeante y ácido que le mojó los labios quedó impregnado en su memoria.

Entró en el almacén y pidió una botella de chicha natural, nada de sabor a: maracuyá, fresa, uva o tamarindo. No las había probado, y no tenía ganas, así sentía que rendía tributo a la bebida ancestral original, aunque en realidad solo fuera un mal prejuicio basado en la costumbre.

Ninguna chicha sabe igual a otra. Eso lo confirmo la segunda vez que la tomó. En ese caso iba con su madre caminando por el centro, cuando a la progenitora se le antoja tomarse una chicha “porque hace mucho que no la pruebo”. Entraron a un establecimiento del Chorro y pidieron una totuma y dos pitillos. Esa sí era una totuma grande, la madre se desanimó al probarla pues al parecer la textura no era de su gusto, muy espesa. Para no perder la plata, ella se la terminó con los dos pitillos en la boca. Al salir se le dificultó caminar por el callejón, pues las piedras sobresalientes estaban un poco húmedas. El mareo se le pasó hasta llegar a la casa. Ahí empezó a creer, realmente, que antaño la gente se emborrachaba con chicha, hasta entonces no pensaba que el maíz podía embriagar a alguien.

Pero retomando el hilo de sus pensamientos, ninguna chicha sabe igual a otra. Algunas más espesas, otras más fermentadas, algunas más dulces, otras más charladas, algunas más risueñas y otras más solitarias. Tomar chicha se convirtió en el plan B de cada salida. Siempre que se encontraba de sorpresa con un amigo, para evitar el querer hablar y no tener con qué beber la compañía. O cuando la dejaban plantada y no tenía ganas de devolverse a su casa. O simplemente cuando terminaba, más rápido de lo que pensaba, las vueltas que debía hacer y se descubría con algún tiempo libre. Pero en cada sorbo de chicha estaba esa extraña sensación de estar probando algo por primera vez. Un pequeño cambio en el aroma o el ambiente afectaba el sabor de la chicha.

También relacionaba la chicha con lo incierto. Siempre se vivía una aventura después de una chicha, ya sea en tutuma o en botella para llevar, en cualquier presentación. Como cuando, bajo los efectos de dos botellas seguidas y un ligue fallido, se aventuró a probar una nueva ruta de bus, que la terminó dejando por los lados del Park Way y, sin más dinero, tuvo que caminar hasta su casa. O la vez que la invitaron a una obra de teatro a las 7 pm, pero aquella quien la invitó nunca apareció y terminó explorando callejones hasta que se acabó la botella y se le cansaron los pies.

O cuando se encontró con el conocido de una conocida y para romper el hielo terminaron con una totuma entre los dos. No más la última vez que había tomado chicha (esa vez sí habiéndolo planeado) con un amigo para terminar en la casa del man borracha y vomitando el baño ajeno. Y ahora que simplemente quiso probar suerte en ese lugar, solo por el placer de escapar de lo cotidiano.

Con todos esos recuerdos cruzándole la mente, casi olvida pagar la totuma ya vacía de la mesa. Saliendo del establecimiento, con una mal disimulada sonrisa, para terminar en dios sabe dónde.

 

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