Coma Cuento: cocina sin enredos

Publicado el @ComíCuento

Oda no lirica al sediento criollo

Por: María Alejandra Cera (@alejitacera)  Instagram: maalejandra22

-Vea mijo, le tenemos guarapo, sevillana, masato, chicha, carajillo, canelazo, agua ‘e panela, tinto, perico, candil, tetero y chocolatico. Perdone no tenerle un tecito pero es que aquí no se toma tanto deso, lo más parecido es la aromática. Entonces, ¿Qué se le ofrece?

Parte 1: Al chocolate

-Pues deme un chocolate que es lo único que me suena.

-¿De comer se le ofrece algo?

-Regáleme un pandebono como pa’ acompañar. Todo lo que quiero es mojar la lengua un poco y con este frio tan berraco aguanta algo bien caliente.

-Todos están aquí por lo mismo. Ya mismito se lo traigo.

Cuando la taza estuvo servida frente, recordó cómo fue recibido al llegar a Brasil en el 2013 para el JMJ: una sopa de fideos, rica, no muy espesa como sí se acostubran en su país, y una tasa de chocolate; la tasa de chocolate más espesa que había tomado jamás. Bueno, lo de taza es una gentileza, realmente fue en un vaso de icopor pues junto con él habían llegado tantos peregrinos que la casa que los acogió en un primer momento no contaba con los utensilios para dar a bastos. Pero volvamos al chocolate. Este chocolate le pareció entonces que era como beber unas 5 barras de chocolatina Jet derretidas. Espeso como él solo, suave y dulcísimo, sin rastro alguno del aroma a clavos y canela con el que le gustaba llenar sus pulmones.

Todos sus compatriotas estaban aterrados de la densidad de la bebida. Para que se haga una idea: el chocolate era tan suave que por su misma espesura, por mucho o brazo fuerte que lo batiera, no se iba a formar la capa de espuma acostumbrada. Esa que le hace pensar a uno que el chocolate esta en su punto, que fue preparado con amor. Para su mamá si alguien se atrevía a servirle el chocolate con poca o sin espuma, era un insulto, un insulto tan grave como servirle agua en un pocillo de porcelana o darle jugo en un vaso de plástico o de aluminio. Agárrese mundo. -“Es que acaso esto es lo mejor que merezco. ¡Tráteme bien! ¡No me ofenda! ¿Acaso así fue como le enseñe? ¿Alguna vez yo le serví así?- Así es como se riega la leche… descuidándose un momentico.

Entonces empezó a pensar que diría su mamá de haber probado ese chocolate de Brasil. -Hum, ese chocolate esta duuuulce. Si su papá lo probara, aquí quedaría, le cuento.- Y usted papito no se lo tome que sabe bien que sumerce tiene que cuidarse. O sino, pa’ que me esfuerzo cuidándolo tanto?-. No iba a dejar de tomarlo… es decir tenía 17 y ¡Era chocolatina Jet derretida! Eso no se deja pasar, incluso si se tiene hipoglicemia y hay altas probabilidades de que esta se torne en  una diabetes por propensión hereditaria. Sorry, not sorry.

En su tierra, el chocolate se servía, en comparación, bastante aguado. Nunca había pensado que el chocolate que él bebía desde chiquito era aguado. Era el punto exacto, ¿no era así? Una bebida, y aún más si es caliente tiene que estar no tan espesa, es así como las había bebido.

Tras el primer sorbo de chocolate hirviendo, con sus minúsculas bombas con visos de arcoíris flotando, pensó que era de espesura perfecta. Seguro que no lo habían batido con amor… pero que buen brazo debía tener. Entonces imaginó al ‘chocolatero’ en la cocina con una olleta de aluminio gigante sobre el fogón y un molinillo de madera de iguales proporciones. Cuan rara es una olleta, ¿no? En toda casa Colombiana respetable, lo que sea que eso signifique si es que significa algo, hay una olleta en su cocina. Uno de esos utensilios regionales que son utilizados con frecuencia pero tienen un uso básicamente exclusivo: hacer chocolate, y para todo aquel que quiera profanar la olleta, funciona también para el agua de panela.

 

Las instrucciones para su preparación, comunes en la Santa Fé de antaño, fueron descritas por José María Vergara y Vergara en Las Tres Tazas. Uno de esos cuentos obligados que le hacen leer a uno en el colegio como para entretenerlo y de paso aprender un poco de historia patria, eso a lo que le que llamaron Costumbrismo. La primera taza la recordó de inmediato pues estaba dedicada al chocolate, la segunda al café y la tercera al té. En él se narra que por eso de los años de 1810, se bebía un chocolate tan espeso que hacía falta una cuchara para degustarlo. Eso sí era chocolate, sugiere Vergara, no como lo que se bebe ahora, que es más bien leche saborizada. ¡Leche achocolatada! Dizque Milo, Chocolisto, Nesquik; el pobre de Vergara se estaría revolcando en su tumba si probara alguno de esos groseros remplazos. ¿En realidad qué hay de malo en ellas? Estas bebidas traen gratos recuerdos. Basta con decir que estas bebidas pulverizadas acompañaron encuentros después de clases con amigos para realizar tareas al gusto del toque secreto de las galletas ducales; y, si es que la palabra cabe, también alimentaron en múltiples descansos mientras jugaba Yermis en el patio. ¿Qué más energía que la aportada por una leche achocolatada y un chocorramo? Con esa fusión ¡corran lejos todos! que lo que se viene son pelotazos a diestra y siniestra.

 

 

Pero volviendo a Vergara, ¿de qué van tales instrucción? Sus palabras:

Es de advertir que la regla usada entonces por aquellas venerables cocineras, era la de echar dos pastillas por jícara, y ninguna de aquellas sabias cocineras, se equivocaba. Si los convidados eran diez, se echaban veinte pastillas. Hoy… ¡llanto cuesta el decirlo! ¡quis talia fando temperet a lacrymis! Hoy… hay cocineras que echan a pastilla por barba. ¿Qué digo? ¡Hay casas en que con una pastilla despachan tres víctimas!”. [La indignación].

Este hombre en definitiva se iría de pa’ tras si le dijera que la tradición Santafereña que ahora es Bogotana, porque cambio el gentilicio pero no las malas costumbres, sigue siendo la de despachar de dos a tres comensales con una pastilla estándar de chocolate. Y ¿qué pensaría si le dijera que a veces cuando la leche no alcanza para todos porque llega visita inesperada toca rendirla con pocillos de agua y poner el chocolate en agua- leche? Bogotá, tierra de profanos y las razones sobran. Que se profane el chocolate, si hace falta, pero que a ninguno le falte una taza.

En uno de esos domingos en los que se esté desprogramado después de haber asistido a misa como toda buena familia de bien, lo que sea que eso signifique si es que significa algo, la familia se daba el lujo de elegir a cuál pariente querían ir a visitar siendo que tenían familia regada por toda la ciudad. Con la victima ya en mente, por cortesía se le llamaba y decía: -¡Quihubo mija!, ¿cómo va todo? Ah bueno… Mija, lo que pasa es que estamos aquí cerquita, ¿están en la casa? Ah bueno, entonces vayan poniendo el chocolatico y nosotros ya le llegamos con pancito ¿oye?-. Y qué más podía hacer le víctima sino -Listo mija, acá la espero. Me trae pancito con quesito, también integral que estoy a dieta, sí, ese el de los siete granos, ¿oye? Bueno, acá la espero-.

Papá, mamá, y la prole que en promedio son de dos a tres pero que pueden ser cuatro, cinco, a lo que dé, porque como ‘cada hijo viene con el pan debajo del brazo’ y puesto que ‘donde comen 2 comen 3’; llegan. Quienes reciben: hermanas, tíos, primos, mamá, papá, abuelos. Sin importar hora a la que se llegue y mucho menos hora a la que piensen partir, la visita no estará completa sin el chocolate. No importa cuanto afán puedan tener los anfitriones porque no esperaban la visita, tampoco el afán de los (auto) invitados porque “esta es una visita de enfermo”; la reunión no tenía su culmen si antes no se pasaba a la mesa del comedor con una canasta de pan en sus dos presentaciones básicas: rollito o tajado, y si en la casa no había chocolate -Lo que haya mija, no queremos ser un encarte. Cualquier cosa es cariño-.

Con el cuncho al fondo de la taza y sin las habilidades necesarias para descifrar lo que tenía por decirle sobre su vida, aparto el pocillo probablemente raquireño, inhalo los residuos de cocoa que quedaban en el aire, dejo el dinero en la mesa y se esfumo.

 

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