Coma Cuento: cocina sin enredos

Publicado el @ComíCuento

La gastronomía en los tiempos del show: ¿arte o chiste?

Por Daniel Serrano Corredor

@dancaffeinated

La preparación de los alimentos que comemos puede entenderse como una molestia diaria, un oficio, una disciplina, una profesión, una ciencia, e incluso un arte por derecho propio. En cualquier caso, lo cierto es que la básica necesidad de comer se ha refinado a lo largo de los siglos en todo tipo de modales, tradiciones culinarias y rituales, hasta llegar a convertirse, de algunos años para acá y como lo es hoy para muchos (que no para todos) en un culto hedonista y lujurioso para todos los sentidos.

Un culto que ha desembocado en una mayor atención a qué nos llevamos a la boca, a los ingredientes con los que está hecho y a quién lo hace. Es decir, hemos desarrollado una cultura culinaria que ha cobrado importancia social y económica hasta el punto de que el antes desacreditado oficio de cocinera ha sido “redescubierto” y ahora llega al extremo de poner a fuego alto el ego de algunos chefs, exaltándolos como estrellas del espectáculo. Y, si bien no es la primera vez que la cocina se encumbra y se convierte incluso en una muestra de poder o riqueza (solo hace falta recabar un poco en la historia, hacia la tragedia de François Vatel —inmortalizada en la película Vatel (2000)— o hacia el absurdo Banquete de Cleopatra, por citar dos ejemplos) sí es la primera vez que el preciosismo culinario se convierte en un fenómeno de masas.

“Cualquiera puede cocinar” ©Disney-Pixar
“Cualquiera puede cocinar” ©Disney-Pixar

Hoy, los viejos programas de cocina han desaparecido para dar paso a todo tipo de realities culinarios al servicio del marketing; hoy, tenemos todo tipo de ingredientes en cualquier supermercado y recetas de cocinas de todo el mundo al alcance de un click; hoy, Facebook dice que se puede preparar un plato de restaurante en cinco sencillos pasos o, incluso, en cinco minutos; hoy, se vende la idea de que “cualquiera puede cocinar (como un chef)”, tal como diría el mentor del famoso roedor, Remy, de la película animada Ratatouille (2007).  Una idea que acerca la alta cocina al gran público y que, a la vez, banaliza una profesión que con contadas excepciones y hasta su más o menos reciente auge, había sido históricamente marginada.

Pero, vale la pena preguntar, ¿realmente acerca la alta cocina al gran público? Sin lugar a dudas, el buen comer está de moda y el acceso a la alta cocina es más fácil que nunca: todo tipo de restaurantes proliferan como champiñones tras las lluvias, a cuál más refinado y costoso, tal que su existencia puede convertirse, tocando las puertas correctas, incluso en un fenómeno mediático. Pero nada de esto es en realidad accesible a todo el público; ni los restaurantes, ni los ingredientes, ni los gadgets, ni los implementos para replicar las recetas que se ven en la red o en la televisión. Y por cada reality que promete cumplir los sueños de un participante (vaya uno a saber si son promesas de político), miles de aplicantes, más los veinte que quedaron eliminados en pantalla, deben volver a casa para ver la siguiente temporada.

Por el otro lado, la popularización del fenómeno de la alta cocina parece estarse desbordando hasta ridiculizarse a sí misma pues, si cualquier amateur o un niño de diez o doce años puede cocinar igual e incluso mejor que un chef con años de estudio y experiencia, la profesión y “el arte” mismos están en duda. Si media hora basta para preparar el mejor de los platos, la calidad de las preparaciones está en duda. Si un perfil de cualquier red social puede enseñar con un video cómo preparar un plato de alta cocina en cinco minutos, la formación está en duda, y si cualquiera puede poner y quitar estrellas a un restaurante o a un chef desde la comodidad de una app o con una mala reseña online, la crítica y la experticia están en duda. Así, la gastronomía parece haber pasado del descrédito a tener un estatus cercano al arte, y de allí a caer en la más burda banalización.

Al final, ¿de qué vale haber reivindicado la dignidad y el propio oficio culinario, para luego ser vendidos al mejor postor por sus propios y supuestos, mejores exponentes? ¿qué tanto vale una estrella Michellin? O es que simplemente y a fuego bajo, lo que se cuece es una costosa y continua espectacularización de la gastronomía que buscando espectadores y fotos de Instagram sólo se aleja, cada vez más, de la experiencia sensorial, sí, pero sobretodo universal y cotidiana que es comer.

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