Coma Cuento: cocina sin enredos

Publicado el @ComíCuento

Almuerzo en Bolirana

Por: Juan Camilo Zabala Liévano

El primer día que visité Boli me invitaron a tomarme una pola. Para ese momento aún creía que siempre que se bebía se llegaba hasta la última consecuencia, que la ingesta de alcohol implicaba un viaje seguro en taxi y excusas desesperadas buscando justificación. La concepción que tenía se desdibujo por medio de viajes en el último servicio, con la luna expectante y lecturas de medianoche, concluí que la entidad encargada de velar por este mundo estaba de vacaciones en Cancún y que la rockola cada 6 créditos regalaba 2.

Eran las 11 a.m. me disponía a tomar una pola luego de salir de un parcial, subí las escaleras que ya había subido decenas de veces buscando salvación, esta vez acompañado por la bendición de un sol triste que entraba por el acrílico del techo, no había nadie en caja seguí y me senté en la mesa en la que tendía a hacerlo; la “Veci” apareció y me pidió que me cambiara de mesa, que las del “frente” eran para las personas que almorzaban. A la mañana siguiente volví a subir con la determinación de comer, con la idea del almuerzo “exótico” en la cabeza, me senté y pedí un almuerzo (sobrebarriga, arroz, habichuelas en leche, ensalada, sopa de pasta y jugo con “refill”) todo por 5500 pesos. La idea de lo exótico y lo retador se desvaneció y fue remplazado por una idea de lo hogareño, el calor que trasmite la comida cuando se prepara para alimentar y no se vende solo como un producto dispuesto a consumir, aromas agradables y colores diversos, viaje a sentarme en la mesa de mi abuela y sentir sabores similares a los que traen alegría al distribuirse entre las papilas. Ese día empezó una temporada en que almorzaba todos los días allí, aún no sé porque dejé de hacerlo.

Las personas con las que convivía y convivo tenemos el debate de si el almuerzo de Bolirana cumple o no con estándares de calidad en términos generales, la verdad es que la mayoría de personas que se oponen sostienen la idea de comida “exótica”, no se puede comer donde se bebe, hacerlo implica un reto, un desafío, un escaño en el escalafón del “outsider”; sumado a esta composición de la comida exótica actúa la variable del opositor modelo, nunca haber comido o siquiera visto un almuerzo del lugar, juzgarlo siempre desde una posición cómoda desde una “torre de marfil” de la culinaria carente de cualquier atisbo empirista crucial para emitir juicios frente al comer (una experiencia por sí misma).

En las múltiples discusiones del asunto tal vez perdí el anhelo de ir a Bolirana a almorzar pero hace poco regrese y pedí un almuerzo, ahora a 6000 pesos, la comida sabrosa seguía allí, los colores cálidos también, pero me di cuenta que la discusión nunca se había realizado en completa igualdad porque yo también había creído que corría un riesgo comiendo allí la primera vez, llegue lleno de prejuicios concebidos por el “comer seguro”. Desde pequeño mi mamá me había dicho que no comiera en cualquier lado ni cualquier cosa, la realización a la que llegue fue que no lo estaba haciendo. Bolirana no era cualquier lado, confiaba en el lugar, la “Veci” que me entregaba el alcohol para no llorar en las noches, que me regalaba créditos para la música de los tristes y que se despedía con una sonrisa; también se ponía guantes gorro y tapabocas para preparar el almuerzo, todos los que se relacionan con la preparación y el servir del almuerzo cumplen con los requisitos de la “higiene” oficial y la material, los platos están limpios, las mesas, los cubiertos y el piso también. La idea de comida limpia y comida sucia, la concepción estructurada de lo que se puede y no comer, la discriminación frente a valores estéticos normalizados realmente son un impedimento para la idea del buen comer, “limpio” como todas las palabras carece de contenido común para todos. Así que con quienes he mantenido la discusión de comer o no en Boli aplican un criterio de limpieza clásico donde el blanco y lo uniforme es lo que merece ser comido.

Las categorías que se construyen a partir de factores como el precio y la cantidad dan lugar a establecer escalafones de superioridad en la calidad y el sabor de la comida entonces ¿si cobraran más y sirvieran menos se entendería como una opción válida?, dentro de estas políticas que buscan definir lo limpio se generan discursos higienistas y elitistas que impiden disfrutar la experiencia estética de la comida limitándose a entender como válida solo una de las posibles opciones de estética que ofrece el amplio catálogo del comer en esta ciudad.

Todo este discurso tiene como único propósito hacer una apuesta no al comer solo en estéticas diversas y renegar el estándar, el asunto es ser capaz de darle el valor a cada una de las experiencias que se presenten, como poder disfrutar un chorizo santarrosano a las 9 de la noche con arepa y guacamole picante, poder comer una promoción del OXXO, almorzar donde van oficinistas y estudiantes, comerse un buñuelo de 500, ir por un crepe, echarle limón a un pescado mientras la ropa empieza a oler a embarcadero, comer poutine, un tiramisú en un café árabe, un faláfel en Olímpica, ir a un restaurante mexicano con grafitis de gato, comerse una pizza que cueste lo que se gasta en 2 días de jornada, luego una que valga un cuarto. Lo anterior es una apuesta por el cocinero creativo y no el criminal, una invitación a disfrutar la comida en el contexto en que se desarrolla, es disfrutar cada experiencia por lo única que es, el anterior relato termina siendo una invitación a almorzar en Bolirana.

Bolirana – Mi Dianita

Cl. 15 #8a-38,

Bogotá

Comentarios