Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Sordera y arrogancia desde el poder

Jamás, nadie de mi generación, había asistido a tan deprimente sensación de frustración, desconsuelo y desaliento, como lo hemos vivido recientemente. Nunca, aunque parezca extraño, el país se había sentido tan al garete como desde que Iván Duque se convirtió en presidente de este maltrecho país, por el miedo inoculado en la conciencia de millones de colombianos que de manera ingenua creyeron en las embaucadoras palabras de un expresidente y de todo un establecimiento que teme perder los privilegios que ha tenido a lo largo de nuestra prolongada historia de guerra y sinsabores. Ni siquiera en los tiempos de Andrés Pastrana, del que tanto se ha escrito por su pésima gestión presidencial, la población colombiana había estado tan sumida en la desesperanza. Es tan caótico lo que se siente en el alma de los colombianos, que nadie, excepción hecha de los más recalcitrantes áulicos del gobierno y sus más cercanos colaboradores, ha sido ajeno al trágico desbarajuste que padecemos en todos los órdenes de la vida nacional.

Por donde quiera que se le mire, no hay nada positivo que destacar de la figura presidencial en estos aciagos momentos. Ni en lo económico, ni en lo social, ni en lo político -hasta en esto-, en nada, este gobierno ha acertado en las decisiones tomadas. Esta situación se produce, en parte, porque tanto el presidente como sus asesores y ministros parecen estar padeciendo una gravísima enfermedad que nos está arrastrando a todos a un hondísimo precipicio: sordera voluntaria; una especie de “elogio de la sordera” -parodiando al gran José Saramago-. La impericia de este gobierno y su asombrosa desconexión con la realidad que se vive en Colombia es de tal envergadura que cada día nos ha venido hundiendo en un pozo tan oscuro que tendremos que ser muy ágiles e imaginativos para tratar de salir lo más indemnes que nos sea posible. Desde hacernos revivir nuestros aletargados miedos por la pavorosa inseguridad en campos y ciudades, hasta inundarnos de una corrosiva angustia por la cruel incertidumbre que producen sus desaciertos y desinformación en materia de vacunas y control de la pandemia, pasando por el diario pisoteo de nuestros derechos consagrados en la Constitución Nacional.

Y si este panorama es azaroso lo es más si tenemos en cuenta la arrogancia y la soberbia que caracteriza tanto al partido al que pertenece el presidente y sus más conocidas figuras, como a cada uno de los funcionarios que lo acompañan. Esta altanera actitud los ha llevado a asumir tan “extrañas” posiciones que no solo parecen extraídas del manual más bizarro de posturas irreales y absurdas del que se tenga conocimiento, sino, lo que es peor, en total contravía con lo que se vive en cada rincón del país.  No de otra manera se entienden las decisiones tomadas en plena pandemia respecto a la compra de aviones de guerra, camionetas blindadas, y su terco empecinamiento a no aprobar medidas en favor de los menos favorecidos. Ya ni siquiera los datos que el mismo gobierno produce convence a estos funcionarios con ínfulas de sabelotodo de dar un viraje a sus torcidos caminos a fin de evitar seguir llenado el cántaro de angustia que padecen tantas familias. Ni la pobreza galopante que no se detiene -42,5%, DANE-, ni los índices que muestran el creciente desequilibrio -Gini, 0.54-, ni el escandaloso volumen de familias que solo están comiendo dos veces al día, los mueve a darle un giro a esta bomba que les va a reventar en la cara llevándose por delante a gente inocente cuyo único delito es no pertenecer a la élite que nos ha gobernado o que ha estado cerca del poder. Macondiano.

Y si el presidente Duque y sus patrocinadores no han tenido la sensibilidad social mínima a pesar de sus altisonantes berridos en tarima y sus abúlicos relatos de presentador de televisión -prevaleciendo los intereses que defienden-, menos han tenido el olfato para percibir los efectos que en largo plazo tendrán sus desaciertos y su desgastante arrogancia. El terrible impacto que están teniendo estas irracionales decisiones sobre los mercados nacionales e internacionales será irremediable de manera inmediata. No solo están afectando la demanda agregada, sino lo que es peor, han hecho crecer la desconfianza en la estructura institucional y en las decisiones que favorezcan el consumo. No se entiende qué manera se presenta una regresiva reforma tributaria -revistiéndola de un lenguaje falaz y hasta risible-, como si no se dieran cuenta de su efecto en el incremento del clima de tensión social, sino, lo que es más peligroso para la recuperación económica: el sensible deterioro de la capacidad adquisitiva de las grandes masas de la población.

Es absolutamente demencial. Las evidencias están ahí, pero, infortunadamente los únicos que las deben ver son los mismos ciegos que se niegan a corregir el rumbo. Lo que vivimos parece de ciencia ficción. ¿Qué hacer frente a un gobierno sordo que no escucha el clamor popular, ciego que no ve las consecuencias de sus actos, y que no es capaz de oler lo que se vendrá? Sin duda, este árbol maduro de angustias debe ser sacudido de manera estruendosa de tal manera que quienes se creen sus propietarios se cercioren que hemos despertado de ese negro marasmo en el que nos han mantenido a lo largo de nuestra historia.

 

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