Hace casi 15 años cuando escribía columnas de reflexión sobre “mercadeo a la colombiana” -en El Heraldo de Barranquilla-, redacté un artículo que titulé: “Shakira, un fenómeno de consumo”. Allí destacaba no solo su calidad artística, sino que ella -sobre todo con su “Tour de la Mangosta”- se había convertido en un fenómeno de ventas y de marketing artístico como Colombia no había tenido jamás. Y hoy esa es una verdad más incuestionable que nunca. Muy al contrario de lo que algunos vaticinaban hace unos años, su carrera artística no se ha detenido entre los vericuetos de la envidia y la desesperanza, por el contrario, ha crecido de forma tan inmensa que pocos se atreven a negarlo sin quedar en ridículo ante la tosudez de los acontecimientos que ha demostrado asumir con seriedad y rigurosidad artística y profesional. Hoy, más que nunca ratifico algunas de las palabras que escribía en aquellos tiempos: “Shakira es y será, si no la mejor, una de las mejores artistas nacidas y moldeadas por la gran riqueza cultural que por esta tierra caribeña destila en cada esquina y en cada ola del mar. Ese volcán de talento que lleva por dentro ha impregnado las más exigentes tarimas y rincones del espectáculo y la farándula mundial. Y por supuesto, los más encumbrados reconocimientos no se han hecho esperar, como un merecido pago a toda su entrega y a toda su infinita capacidad artística”.
La gran diferencia hoy es que, aunque siga teniendo muchos detractores que continúan dudando de la calidad de su voz, su figura artística ha crecido de manera exponencial hasta llegar al cenit donde se encuentran instalados solo los más afamados artistas de marca casi inalcanzable. Su luz brilla hoy con mayor intensidad. No solo ha logrado presentarse en los más reconocidos eventos de talla universal -varios mundiales de fútbol, eventos de la NBA, juegos centroamericanos, copa Davis de tenis-, sino que se ha transformado en un símbolo de identidad nacional. Se ha convertido en una digna representante de esa cromática diversidad cultural que recorre nuestra idiosincracia colombiana y que algunos prefieren negar por aquello de estarse viendo su propio ombligo regional.
La mayor demostración de la conciencia que Shakira tiene respecto al mundo caribe que lleva tatuado en su alma donde confluyen sus matices ancestrales con ese desparpajo costeño que la hace vibrar, se lo mostró al mundo en el espectáculo del medio de tiempo del LIV Super Bowl -la final del fútbol americano-. Allí, donde solo han tenido cabida los mejores representantes del mundo artístico, estuvo ella con su endemoniado movimiento de caderas y el folclor caribeño del que todos nos sentimos orgullosos hasta la locura. No únicamente escogió las canciones que reflejan la esencia de lo que somos y que buena parte del mundo nos reconoce, sino que, además de hacerse acompañar con artistas colombianos -caleños y costeños-, lo hizo con la precisión, la armonía y la belleza que la ocasión exigía. Baste solo ver el video y aunque pueda sonar muy “nacionalista”, estuvo por encima de su acompañante de show -Jennifer López-, al menos en el contenido auténtico de su presentación: salsa, champeta, mapalé, y en los instrumentos musicales que tocó: órgano, guitarra, batería. Con su cuerpo, con sus movimientos, con su voz y sobre todo con su encanto caribeño, Shakira le hizo un homenaje al mar, a las tradiciones, a la cultura colombiana, al universo antillano del que cada día todos hemos aprendido a apropiarnos sin rubor.
Con el repertorio de las canciones que escogió -que duró ensayando más de dos meses- logró poner a Colombia en la cima del mundo artístico, haciendo saber que los colombianos somos mucho más que los corrosivos esterotipos con los que han querido identificarnos. Somos alegría, arte, fiesta, cultura, sensualidad.
No se puede negar cómo este tipo de espectáculos la han mostrado cada vez más grande, más icónica. Y justo es decir que su inmensidad proviene no solo de su innegable profesionalismo y talento, sino que nace en el portentoso sentido de identidad que tiene con la tierra que la vio nacer y le dio las herramientas iniciales que le permitieron construir su propio camino. Sentido identitario de pertenencia que no solo se traduce en su éxito profesional, sino que ha sido el sustento humano con el que se ha empeñado en contribuir a la educación de quienes históricamente han tenido menos oportunidades de vivir de forma digna: a través de su fundación “Pies Descalzos” viene desarrollando un trabajo que no muchos artistas han querido enfrentar en este mundo repleto de inequidades y desigualdades sociales.
Por ello, Shakira es hoy ya no solo un fenómeno de consumo que bien vale la pena analizar desde la perspectiva de marketing, sino es un símbolo colombiano de lo que somos, de lo que hemos sido y muy seguramente de lo que seguiremos siendo. El impacto de las huellas que ha venido dejando en la conciencia de muchos pobladores del mundo es indudable. Shakira nos pertenece a todos porque ella pertenece a este imaginario colectivo que bulle en el seno de nuestras folclóricas conciencias.