Por: Fernando Cárdenas
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Hace un tiempo ya, hice una columna sobre el éxito desmedido que tienen los extranjeros en Tinder. Puse a un amigo inglés (con permiso de su novia) a bajarse la aplicación y escribirle a ilusionadas señoritas a ver qué pasaba, y claro, el desgraciado a los veinte minutos ya tenía como cuarenta ‘matches’. Las mujeres le respondían a frases como “yo soy como James Bond pero más blanco” o “y contigo sirve la labia o te crees muy sabia”, y además les parecía lo más tierno del universo… Mientras tanto yo solo tenía cinco pretendientes, de las cuales tres me borraron tan pronto les solté la primera línea de un reggaetón de Nicky Jam. Desde ese día yo quedé frustrado, pero con la frente en alto. El té con galletas le ganó a la Pony Malta con Chocoramo; pero ahora estoy determinado a posicionar el producto nacional como se lo merece: en lo más alto. Así fue como salió la idea de bajarme Tinder Plus, ponerme a disposición de incontables féminas alrededor del globo y mirar a ver si mi esencia de pura pasión bogotana despertaba amores desde Nueva Dehli hasta Berlin.
Lo primero que hice fue, aunque no lo crea, leer otros artículos que encontré en internet para poder definir un método de investigación. Yo quería que en mi método, por chistosos que fueran los resultados, hubiera algo de seriedad en la investigación; y así fue como me puse a buscar algo que me pudiera guiar en mi búsqueda de levante internacional. Buscando me encontré con una nota publicada en otro portal, donde le piden a un sommelier de primera categoría probar el Moscatel, el Vodka Ivanof y el Whisky (si se le puede decir whisky) Old John; y decidí apegarme al mismo método investigativo. Lo primero que hacía el sommelier era leer las etiquetas, y de la misma forma yo me dispuse a escribir una descripción en mi perfil que me ayudara a conquistar austriacas desprevenidas. Al final me decidí por algo sincero, para que en caso de que me buscaran en Facebook no muriera mi fachada tan rápido, puse (traduzco) “Economista y Periodista, estrella del ukulele cada tanto. Orgullosamente Colombiano”, y así me dispuse a deslizar pantallas hacia la derecha indiscriminadamente.
Para acostumbrarme a los avatares de la aplicación decidí empezar jugando de local, darle otro chance a la capital de la república y, como el sommelier, empezar la vuelta por lo que me pareciera más conocido. El problema llegó porque no caí en cuenta de mi propia reputación, como ya lo dije en la primera frase de este texto esta no es mi primera columna de Tinder, y la primera señorita que decidió sucumbir ante mi pálida tez cayó en cuenta inmediatamente de lo que sucedía.
-Hola cómo vas?
-Bien y tú?
-Súper, probando esto del Tinder a ver qué tal, la última vez me dejó decepcionado.
-Por qué?
-Le fue mejor a un amigo inglés haha
-Te me haces conocido
-A sí, de dónde?
-Tú no eres el de la columna de Tinder (envía link)
-sí…
Y así la jugada de local se fue al abismo y me tocó recurrir a las otras regiones del país. En Medellín me fue más o menos igual que en Bogotá, en Barranquilla y Cartagena me fue sumamente bien, y el Cali… fijo pensaron que yo de cachaco no tenía ni idea de la vida. Ahí sí que despertó mi curiosidad, ¿qué me diferencia del mercado en Medellín y en la costa que no me permite entrar de la misma forma a la consumidora caleña? ¿Por qué en algunas ciudades del país tengo éxito y en otras no?
Preguntando se llega a Roma, entonces me dispuse a preguntarle a mis nuevas amigas qué les había gustado de mí. La respuesta que llegó más seguido fue “no sé, te ves interesante” (o variaciones), pero en Cali la respuesta que me llegaba era más del estilo de “me gustaron tus fotos”. Llegué entonces a la primera conclusión de mi viaje internacional dentro de mi celular: no es que tenga diferenciadores de mercado distintos en Cali y en las otras regiones del país, lo que pasa es que el mercado cambia, y el bien que se busca es distinto. Piénselo así: imagínese que yo soy una Pony Malta en un supermercado (como para seguir por la misma línea de productos nacionales), puede que en Barranquilla me busquen porque soy refrescante, en Cali porque soy más barata y en Medellín porque están comprometidos con la industria nacional; el producto es el mismo, pero lo que se busca obtener de él cambia.
Y bueno, llegó la hora de ver cómo me iba cruzando fronteras. La primera ciudad que decidí visitar fue Boston, una ciudad que ya conozco y donde existía la posibilidad de ver un par de caras conocidas para reírme un rato. Aproveché el TLC y salté digitalmente, con este cuerpecito aún libre de arancel, a los ‘Yunaites’ para probar mi suerte entre las gringas. Me fue bastante bien, pero solo entre las gringas. Ninguna de las latinas que me aparecían en la pantalla del celular quiso conectarse conmigo; sin embargo yo esto ya lo esperaba, yo sabía que el producto orgánico importado (i.e. yo) se iba a vender más fácil entre las primermundistas que se iban a impresionar porque me llamara “Fernando”.
-Quiero hacer una pausa para agradecerle a Hollywood por ponerle mi nombre a todos los galanazos latinos que ha puesto en sus películas, me ayudó bastante con la investigación-
Así, la respuesta en Boston volvió a ser “You seem like an interesting person”, y claro, en una ciudad de inmigrantes llena de estudiantes ansiosos de aprender me imagino que un tipo “interesante” es lo que quieren conocer. En ese momento decidí ir un nivel más allá y preguntar qué de mí les parecía interesante; la gran mayoría de las mujeres apuntaron a mi carrera y a una foto en la que aparezco tocando guitarra, pero ninguna a mi nacionalidad. No sé si fue la correctitud política estadounidense que les impide decir que les gusté por mi etnicidad, pero tocó seguir buscando.
Quise ponerme en el lugar más apartado posible, a ver si alguien era capaz de decirme que le gustaba porque les parecía estaba bueno (repito, en Bogotá me fue como un zapato entonces tan bueno no debo estar) o porque le llamaba la atención mi nombre, o alguna razón un poco más directa. Así me puse en Kinshasa, en el Congo, allá donde yo era un tipo exótico… pero de nuevo mi experimento fracasó. En Kinshasa no parecen ser fans de Tinder, y los escasos perfiles que hay son de esas mismas estadounidenses que me dijeron que era un tipo interesante. Apague y vámonos.
Entonces decidí recurrir a mis amigos con experiencia europea, llamé a tres y les pregunté cuál había sido la nacionalidad más atraída por los latinos. Me dieron dos lugares Tallin (Estonia) y Moscú (Rusia), puse la flechita azul sobre cada uno y hágale, a tinderear. Para mi sorpresa me fue como a los dioses, soy todo un rockstar en el mercado de Europa oriental. Las señoritas rusas, muchas de las cuales eran absolutamente espectaculares según mis estándares y gustos, deslizaban mi foto hacia la derecha como si no hubiera un mañana, y yo solo era feliz sentado en el sofá de mi casa. Así fue como pasé toda una tarde, y cuando mi cuenta de matches llegó a 150 (entre todas las ciudades anteriores) hice una pausa para interrogar. Por fin me dieron una respuesta honesta “es que no pareces colombiano”. Sí, obviamente me entró un poco la dignidad y me dieron ganas de decir “claro, ¿es que como soy mono ojiverde no puedo sentir la tricolor en el pecho?” Pero decidí seguir. A riesgo de que muchas de mis pretendientes fueran señores gordos en busca de un marido estadounidense les seguí preguntando, y cada vez eran más directas con las respuestas, todas apuntaban a que nunca se les había cruzado un latino como yo, y fue entonces cuando llegué a mi segunda conclusión. No hay mejor marketing que un empaque innovador.
Le pongo otro ejemplo, imagínese que yo soy un jugo Hit, y de pronto (que pena mi referencia noventera) llega el Capitán Frutonita; de repente todos los niños del colegio quieren que les manden el nuevo jugo piramidal en la lonchera. Obviamente es el mismo jugo con otro envase, pero eso no importa porque las rusas nunca habían visto un latino en un empaque tan innovador.
¿Será la cortina de hierro? Yo creo que sí, yo creo que algo tiene que ver la trágica historia de opresión de Berlín a la derecha porque en Japón y en Corea no sucedió lo mismo. En Tokyo me fue mal, yo, como cualquier cristiano, era un occidental cualquiera tratando de conquistar niñas asiáticas muy lindas, que importa que me llame Fernando si no parezco un Fernando. Ya deben estar mamadas.
Así decidí hacer mis últimas dos paradas: Paris y Bruselas, quería ver si en dos ciudades europeas, cercanas, y similares en muchas características, mi espíritu de adonis del altiplano era capaz de conseguir amigas. En Paris fracasé, pero en Bruselas sucedió algo que me lleva a mi tercera y última conclusión: le gusté solo a las mujeres de habla holandesa. Con francés chapuceado intenté sacar información, y lo logré. Por alguna razón el lado francés de Bélgica no tenía tanto interés por mí, pero el lado holandés estaba feliz de conocerme; le pregunté a una Belga (con la que después seguí hablando, divina y bien querida la china) qué le gustaba de mí y me botó la mejor de las respuestas: “me gustaron tus fotos, y me gusta cómo suena el español”… ¡Por fin! Yo sé que ella seguramente piensa que yo tengo un acento malagués a lo Antonio Banderas, pero logré obtener información clave de donde viene mi tercera y última conclusión: si su producto es bueno de fábrica no le meta tanta cabeza al márketing. Cierro con el ejemplo: Imagínese que yo soy un Chocoramo, o mejor aún un ponqué gala, ese ponquecito lleva como 20 años sin sacar una sola pauta comercial, ¿pero importa? No, no importa porque es un gran ponqué, un ponqué con mucho que ofrecer, y aunque el pobre gala fracase en París siempre tendrá un Moscú donde sí se venda bien, porque aprecian el todo lo que viene adentro.