La firma del voucher en la compras con tarjeta de crédito no es solo un modelo primitivo y mandado a recoger, sino que representa un riesgo de contagio durante la cuarentena que provocó la propagación del COVID-19

Foto tomada de Pixabay.com

Hace poco más de un mes, Marc Hofstetter se quejó en Twitter de cómo está funcionando el pago con tarjeta de crédito en medio de la coyuntura actual de salud pública. Anotó que es un contagio asegurado: no solo es necesario intercambiar la tarjeta y la cédula con el cajero, sino que también se debe firmar utilizando un esfero compartido con otros cientos de personas. Comparto su crítica. Esta práctica, como otras tantas, se debe reevaluar a la luz de la pandemia.

Lo primero que alguien podría pensar es que sin firma del voucher no hay transacción. Esto es un mito. Ese papel no es una factura, y mucho menos un pagaré: tan solo es un comprobante de que quien realizó la transacción es, efectivamente, el titular de la tarjeta. En un país como Colombia, en el que el fraude con tarjeta de crédito es usual, el voucher permite corroborar la identidad de quien utilizó la tarjeta, y de paso también es una muestra del nivel de diligencia del establecimiento de comercio. Entonces, más que una formalidad, es un mecanismo de autenticación.

En otras latitudes ya existen mecanismos de autenticación que hacen que la firma sea no solo obsoleta, sino primitiva. El estándar EMV, por ejemplo, permite que la autenticación se haga a través de un PIN. También hay tecnología que permite que no haya contacto: el contactless payment se ha implementado con éxito en algunos países de Europa, donde no es siquiera necesario que la tarjeta toque un datáfono. La identificación por radiofrecuencia, por ejemplo, permite que existan métodos de pago como Apple Pay, Samsung Pay, Google Pay, etc. Sin embargo, todo lo anterior necesita no solo de una infraestructura avanzada, sino también de un proceso cultural importante.

Adicionalmente, la práctica de firmar no solo es arcaica sino también, en muchos casos, ineficaz. En más de una ocasión mi firma fue un mamarracho garabateado de afán, lo cual resulta contraproducente para los fines de autenticación pretendidos. Una amiga, mucho antes de la pandemia, me comentó que ella no ponía su teléfono real en el voucher, por miedo a que la acosaran después de una transacción. Sospecho que estos eventos no son la excepción, sino más bien la regla, lo que pone en entredicho la efectividad de la autenticación por firma.

En el contexto colombiano, aunque ya exista la infraestructura para hacer pagos contactless, parece que su máximo potencial está lejos de alcanzarse. Mientras se tenga que seguir firmando cuando la transacción supera ciertos montos, seguirá siendo incómodo y un riesgo de contagio. En el corto plazo podemos pensar en mecanismos transitorios que puedan reemplazar la firma como autenticación. En España, donde utilizan el EMV, permitieron las transacciones sin PIN. Existen posibilidades que no implican renunciar al escrutinio de las transacciones: pueden ir desde un registro fotográfico hasta aplicaciones de verificación que permiten usar el celular para autorizar la transacción. Pagar con tarjeta de crédito no tiene por qué ser una sentencia inexorable de contagio.

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