Por: María Paula Silva
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Aviso previo: La propuesta de matrimonio que aquí se cuenta es la clásica o si se quiere, popular: sí, esa del vestido blanco y un para toda la vida algo optimista.
Quizá el lector haya presenciado una propuesta de matrimonio alguna vez y haya notado que usualmente, el novio quiere impresionar a su potencial prometida, bien sea con algún truco creativo –como poner mensajes en su comida o hacer una alianza con los meseros– o confía en las tradiciones y sencillamente pide su mano y le pregunta: ¿Quieres casarte conmigo? Lo cierto es que en todas, los nervios invaden al novio y las dudas a la novia. Ella tiene una cara que refleja entre alegría y miedo; antes de que todas las miradas se enfoquen en ella esperando la respuesta (pues frecuentemente el novio se arriesga a proponer matrimonio en lugares públicos), analiza detalladamente cada aspecto de su relación, y de cuál sería el rumbo de la misma después del Sí, acepto. Hasta que el novio conquiste esa respuesta, así parezca un minuto, muy largo para el joven y algo corto para la señorita, tendrá que pasar por una prueba minuciosa.
Lo primero que asusta a la receptora de la propuesta es que es una decisión que tendrá efectos en el corto, mediano y largo plazo. Al pensar exclusivamente en sus tradiciones, Colombia es un país que se caracteriza por un matrimonio largo y estable, que a pesar de los obstáculos, sobrevive; o bueno, por lo menos eso es lo que alguien piensa cuando no se ha casado. De alguna forma, dentro de nuestras costumbres, casarse es visto como un ‘logro’ o en algunos casos, el fin último y prioritario de quienes aspiran a ello. Así que al ver el anillo frente a ella, solo se le ocurre pensar que un Sí o un No podrían cambiar rotundamente el curso de su vida.
Corto plazo
Volviendo a la escena en algún restaurante, ¿qué costos o riesgos enfrenta la novia al momento de su decisión? En el corto plazo, la relevancia de su respuesta no solo afectará sus planes y preferencias –pues se asume una mujer compulsiva que al salir del restaurante empezará a planear la celebración y a medirse vestidos– sino que a su vez afectará su relación con sus seres cercanos. Ella tendrá que informarles a sus amigos y familiares, lo que de inmediato trae a escena los comentarios que ellos han hecho del novio y de lo que creerían de su compromiso.
Mediano plazo
Después de algunos meses, ella puede cuestionarse del costo de oportunidad de su decisión. Hasta ahora empieza a entender que su esposo será su compañía ‘para siempre’ (como en las películas). Ya no es soltera. Ya son escasos los encuentros a los que asiste sola, pues siempre estará él a su lado; ya no comparte tanto tiempo con su familia y amigos. En este punto, ella también considera qué hubiera sucedido si la propuesta no hubiera sido por parte su novio, sino de otro. Así es, señores: ¡ella los compara con sus ex novios! Ella hace un análisis costo-beneficio –similar al de la imagen final de este artículo– y compara cuál posible esposo le garantizará una mayor utilidad. No seré tan cruda para denominar al novio como un bien de consumo, pero el análisis radica en determinar cuál le proporcionará un mayor bienestar.
Largo plazo
Aquí, ella considerará lo adverso o amante al riesgo que sea su novio, pues considera importante la estabilidad y permanencia de su relación. Su decisión obedece a factores como lo estable que sea su novio, aspectos que ella conoce y en el largo plazo pueden determinar (según las correlaciones particulares de las mujeres, no de la teoría económica) qué tan buen padre sea o qué tan dispuesto esté a ser fiel.
Cuando ve que el sudor vence la cara del hombre que tiene al frente, y de pronto todas las miradas del lugar se sitúan sobre ellos dos y de la respuesta que de ella depende, decide arriesgarse y pensar que puede ser más lo bueno que lo malo. De repente, se da cuenta que hay una porción que no cubre su detallado análisis; una variable exógena a su modelo de decisión, un impulso irreversible que causa una ovación en el lugar con un Sí de fondo.
Lo anterior, puede ilustrar al lector sobre la toma de decisiones económicas; no, no afirmo que siempre se tenga un vestido blanco en mente y un anillo al frente. Son decisiones que implican altos costos sociales y por ello, los economistas se han acostumbrado a hacer análisis detallados hasta en las situaciones más cotidianas. Y al igual que la novia, en ocasiones prefieren ser optimistas y asumir el riesgo que implican sus decisiones; de no ser así, ¡jamás tomarían una!
Digamos que este es el abstract del artículo:
Próximos a finalizar el primer especial de EME, espere mañana ¿Cómo come un economista? por Samuel González.