Por: Daniel Zappa Jaimes
Los reportes de inflación del DANE apuntan a que los precios relacionados al sistema de salud, en concreto los de los medicamentos, son los que más han crecido a lo largo del año. Siendo más exactos, los precios han subido un promedio de 3 veces más que el crecimiento del IPC (Índice de precios al consumidor). La situación es tan grave a tal punto que un estudio realizado por Health Action International (HAI) demuestra que los precios de los medicamentos en Colombia alcanzan los niveles más altos del mundo.
El panorama de los exorbitantes precios de los medicamentos ya es conocido por la mayoría de colombianos que, con indignación, escuchan cómo los intereses comerciales van deteriorando más y más a un sistema de salud donde “extrañamente” los que “pagamos los platos rotos” somos tanto los pacientes como los médicos. Si bien la situación del sistema de salud no nos alienta mucho, los colombianos nos tendremos que llenar aun más de indignación al enterarnos de lo que ocurre en los diferentes sectores de la economía colombiana.
Los monopolios, esa falla de mercado que radica en un gran poder acumulado en un agente capaz de controlar los precios y poner barrera a los bienes de un país, son los que parecen definir y describir los diferentes sectores de la economía colombiana. Cabe resaltar que los monopolios en Colombia trascienden las fronteras de la economía para inmiscuirse en la política y directamente afectar la situación social que atraviesa el país. En Colombia el gobierno hace un buen tiempo parece haber renunciado a su papel de poder público para convertirse en un árbitro de diferentes intereses comerciales.
Para empezar a ilustrar la situación habrá que hacer un diagnóstico en general de lo que ocurre con los diferentes sectores. Por poner un ejemplo, el paraíso de monopolios en el que nos sumergimos toma sentido cuando nos damos cuenta que sólo en el sector financiero existen 3 conglomerados internacionales y 5 nacionales que mantienen las tasas de intermediación más altas del mundo, con niveles superiores al 12% anual, que a su vez le genera ni más ni menos que ganancias cercanas a 20 billones de pesos a dichos conglomerados. Primer síntoma del control de precios y ganancias, típico de los monopolios por definición.
La condición se extiende al sector minero energético, donde los 6 consorcios internacionales que manejan el sector le dejan al país ni más ni menos que las regalías más bajas de todo el continente, sin contar con el desastre ecológico asociado a la actividad, como lo han sido los casos del carbón y el petróleo.
Para seguir ilustrando el particular panorama de los sectores de la economía, las multinacionales de los principales insumos agropecuarios como lo son las semillas, fungicidas, insecticidas o abonos insecticidas han encontrado en Colombia el escenario ideal para alzar sus precios por encima del resto de países de la región, con niveles que duplican o triplican a los de países como Venezuela o Ecuador.
Cuando nos enteramos que los 5 laboratorios más grandes del país, productores de medicamentos esenciales para tratamientos tales como hepatitis, cáncer, sida, diabetes y otras enfermedades someten al país a precios de usura que oscilan entre 100 y 1000 veces por encima de sus propios costos de producción, refugiándose en el monopolio de las patentes y por ende impidiendo que las personas pobres tengan mucho menos acceso a los mismos, las cifras publicadas por Health Action International toman todo el sentido del caso. Todo lo anterior ha sido increíblemente favorecido por algo que la mayoría de colombianos recordarán como el emblema de una campaña política, ni más ni menos que la famosísima “confianza inversionista” que a decir verdad no suena muy convincente si se analiza lo que ocurre detrás de la misma. Quien sabe en qué parte de la confianza inversionista quedan las ridículas regalías que el “boom” minero le deja al país y ni hablar de la confianza inversionista en el sector financiero, o en el mismísimo sistema de salud que cada día que pasa demuestra su insostenibilidad y exclusión en su máxima expresión.
“Prosperidad para todos”, el emblema de la primera campaña presidencial de otro personaje que a su vez no nos explica en qué parte de la compleja competencia monopolística está el desarrollo social, el crecimiento para la sociedad o incluso en donde quedamos “todos” cuando el país se rinde a que los monopolios cada vez tengan más y más poder. En la “prosperidad para todos” resulta difícil encontrar crecimiento económico a favor al bienestar de la población, más difícil aun encontrar algo que se aleje de la larga historia de monopolios en la que estamos sumergidos con grandes barreras para entrar y fomentar la competencia.
A decir verdad y a estas alturas, es muy difícil encontrar actividades económicas en Colombia donde opere el libre juego de las fuerzas del mercado, que si bien no es del todo convincente, constituye una forma mucho más justa en términos de regulación de precios y producción que la que puedan representar los monopolios que abundan en Colombia. Así, la cosa parece muy complicada.