Por David Bardey
En uno de sus artículos de esta semana, la revista The Economist publicó un mapa mundial indicando y agrupando los países según las fechas a partir de las cuales se anticipa que las poblaciones se habrán beneficiado de la vacuna contra la covid-19. Como se puede ver en este mapa, hay una brecha abismal entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo, pues según las estimaciones de esta revista, estos últimos no habrán vacunado una buena parte de su población antes del 2022 e incluso del 2023. Esta brecha es moralmente inaceptable y no se puede justificar en términos de eficiencia para luchar contra esta pandemia mundial, pues los países desarrollados no se salvarán si la cobertura en términos de vacunación no es igual de global que la pandemia. Mejor dicho, la única forma de salir de esta pandemia global es tener una solución global. Respecto a la vacunación, esta solución global requiere romper los cuellos de botella que existen actualmente en la producción y distribución, pero también priorizar la entrega de las vacunas en función de criterios sanitarios y no de criterios económicos con sabor a nacionalismo sanitario.
Antes de proponer unas ideas que podrían contribuir a mejorar la situación actual, es importante recordar brevemente cómo hemos llegado a esta situación. Claramente fue un problema de gobernanza mundial, el cual tiene muchas aristas -una de ellas con nombre propio y con copete anaranjado-, pero sería un error creer que los caprichos de Trump constituyeron el único factor. Los innombrables errores que la Organización Mundial de la Salud (OMS) cometió durante esta pandemia le restaron mucha credibilidad también. Tanto los cuentos chinos que se tragaron al inicio de la pandemia y que permitieron al virus prosperar y circular sin muchos obstáculos, o por sus cambios de posición frente a los tapabocas, seguramente este tipo de salidas en falso afectaron mucho su reputación y el protagonismo que habría debido jugar en el tema de la vacunación. Es realmente una lástima, porque respecto a la vacunación, la OMS tiene una iniciativa muy interesante con el programa COVAX. En pocas palabras este programa consiste en pedir cotizaciones a los países, comprar a los laboratorios que han desarrollado una vacuna, y organizar su repartición en función de las emergencias sanitarias de los países.
Infortunadamente, no le fue bien a la OMS con esta iniciativa, probablemente por no haber diseñado bien los incentivos, los cuales son cruciales para superar este difícil problema de acción colectiva. Otro obstáculo de peso y relacionado con el anterior fue la presión que los gobiernos de los diferentes países han enfrentado para vacunar lo más rápidamente posible a sus respectivas poblaciones. En efecto, después de largos periodos de encierros, se impone en muchos países la percepción de que la vacuna es sinónimo de salvación, lo cual no es totalmente cierto, pero no se puede negar que esta constituye un arma importante para luchar contra este virus y volver más rápidamente a una “vida normal”. Frente a esta presión popular, muchos gobiernos privilegiaron los acuerdos bilaterales con la industria farmacéutica, buscando ganar puestos en la cola de espera.
Ahora, ¿qué se podría hacer para mejorar esta situación? Acá voy a soltar varias ideas, más precisamente tres, las cuales no son mutuamente excluyente.
La primera idea es insistir con el programa Covax, pero interiorizando que ya nos encontramos en otra fase. Por otra fase me refiero a que, antes de que varios laboratorios desarrollaron vacunas que fueron aprobadas, muchos países desarrollados hicieron pre-compras sin conocer los resultados definitivos de investigación & desarrollo (I+D). Por ejemplo, la Unión Europea (UE) y EE.UU. gastaron billones de dólares en la vacuna de Sanofi-Pasteur, la cual fracasó por resultados de eficacia relativamente inferiores a los de otras vacunas (el proyecto de vacuna del Instituto Pasteur no está del todo desechado y tiene aspectos interesantes). Pero estos países gastaron también billones en proyectos que afortunadamente han tenido un final feliz, de tal forma que varios países desarrollados han comprado muchas más dosis de lo que necesitan. Si la OMS no retoma el protagonismo que debería tener acá, lo que sucederá es que los países desarrollados usarán estas dosis como herramientas de soft/hard power para mantener o extender sus zonas de influencia en el mundo. De hecho, la pelea fuerte que tuvimos estos días entre Astrazeneca, Reino Unido y la UE revela claramente que las vacunas van a constituir el campo de batalla del primer enfrentamiento post-Brexit entre la UE y Reino Unido.
Cerrando este paréntesis, es un eufemismo decir que, si las vacunas se convierten en una herramienta de soft/hard power entre países desarrollados, es poco probable que el juego geopolítico mundial logre repartir las vacunas en los países en un orden que cumpla unos criterios sanitarios sensatos. Es entonces acá donde la OMS tiene que intervenir para organizar esta especie de mercado secundario aprovechando que las consideraciones geopolíticas de los países serán un poco menos fuertes que el nacionalismo sanitario que comentamos al inicio. Para eso, se tendrán que evitar los errores del pasado, es decir entender que el problema de acción colectiva requiere un diseño robusto de los incentivos y no simplemente unas declaraciones de buenas intenciones y unas quejas posteriores criticando que el resultado no fue el deseado.
Digamos que esta primera idea consiste en organizar mejor la repartición de las vacunas a capacidad dada de producción de las vacunas. Las dos siguientes ideas se centran más en cómo romper estos cuellos de botella para acelerar la producción de las vacunas.
Primero se tienen que formalizar los acuerdos entre laboratorios para que los que no han descubierto una vacuna puedan “prestar” sus plantas de producción, cuando estas sean compatibles, con los laboratorios que tienen vacunas. Típicamente, el acuerdo firmado entre Pfizer y Sanofi esta semana va en la buena dirección, pues Sanofi va a poner a disposición en Alemania una de sus plantas para producir la vacuna de Pfizer. Astrazeneca es otro laboratorio que, por sus capacidades de producción relativamente limitadas, busca en sus contratos de entrega a los países que estos pongan a disposición plantas de producción. De paso, es uno de los problemas de Colombia, porque el país renunció hace años a la producción de vacunas y, por ende, no tiene una infraestructura lista para poder responder a esta demanda de algunos laboratorios.
Si bien estos acuerdos entre laboratorios van en la buena dirección, es probable que no sean suficientes si queremos realmente acelerar la producción de las vacunas. Otra opción sería entonces negociar que los laboratorios que tienen vacunas renuncien a sus patentes sobre las vacunas para repartir la producción en muchos más sitios. Esta opción no le va a gustar a la industria farmacéutica porque el modelo de negocio de los laboratorios es precisamente beneficiarse de la protección de la propiedad intelectual para obtener ganancias importantes, y con parte de ellas, financiar sus inversiones en I+D. Pero frente a esta situación excepcional, creo que se requieren soluciones igual de excepcionales. Obviamente, esto no se puede hacer de manera gratuita o sin una contraparte, como lo piden algunos militantes que trabajan con la OMS, porque en este caso los laboratorios no recuperarían los billones invertidos (estoy consciente que hubo también mucho dinero público invertido, lo que legitima aún más esta última opción que estoy proponiendo). Dicho eso, quienes creen que incumplir las patentes sin ninguna contraparte económica sería un meterle un golazo al llamado “Big Pharma”, sufren de una miopía severa, pues lo veo más bien como un autogol con consecuencias desastrosas a la vista. En efecto, en un momento en que hay muchas variantes del virus que circulan por el mundo que pueden afectar la eficacia de las vacunas, y quizás impliquen ajustar a las vacunas existentes o hasta descubrir otras, claramente necesitamos trabajar más que nunca en buena armonía con la industria farmacéutica, no en contra de ella, porque como dice el dicho “al perro no lo capan dos veces”.