Por David Bardey
En mi entrada anterior comenté el incremento de un odioso nacionalismo sanitario cuando se trata el tema de las vacunas contra la covid-19. Esta semana que acabó de pasar fue bastante movida en este aspecto, especialmente con la Unión Europea (UE) peleando de nuevo con Astrazeneca para que este laboratorio no pueda exportar sus dosis a Japón bajo el pretexto de que esta empresa tiene que cumplir primero sus contratos de entrega de dosis con los países del viejo continente. Después de tantas críticas a Trump por su “America first”, tristemente podemos observar que la UE no se aparta de esta lógica.
De nuevo reitero que estos conflictos por obtener las dosis primero, si bien se pueden entender en el sentido en que es el rol de cada gobierno hacer lo mejor posible para su población, nos llevan a resultados absurdos, dado que no podemos salir de una pandemia global sin una estrategia global. Por lo menos, es poco probable que estos reflejos nacionalistas nos ayuden a salir rápidamente de esta pandemia, y más allá de la pandemia, este nacionalismo creciente genera menos multilateralismo y puede traer más conflictos. Como lo dijo en su último discurso en el parlamento europeo el presidente François Mitterrand, “el nacionalismo, es la guerra”. Añadiría que el nacionalismo sanitario también lo es, y además puede resultar muy letal.
Dicho eso, no todo fue negativo durante esta semana. Hemos podido observar muchos más acuerdos entre laboratorios que tienen una vacuna contra la covid-19 con laboratorios sin vacunas, pero con infraestructura para producirlos. Seguramente a partir del mes de marzo tendremos un nivel de producción mucho más alto. Claramente, eso va en la dirección correcta, pero como lo indicaba en mi entrada anterior (ver acá), es probable que no sea suficiente para poder vacunar rápidamente a las poblaciones de todos los países. En esta entrada, voy a desarrollar la última opción que había propuesto para incrementar de manera importante la producción de dosis de las diferentes vacunas aprobadas, la idea siendo que los laboratorios que tienen estas vacunas cedan sus patentes.
Vamos por partes.
Primero, me parece importante volver al tema de las patentes y explicar para que sirven. Las empresas que invierten mucho dinero en Investigación & Desarrollo (I&D) -a veces billones de dólares- necesitan poder disfrutar de un tiempo sin demasiada competencia, pues si enfrentan precios competitivos desde el inicio, no recuperarán los montos invertidos, por ende no invertirán y nos quedamos sin innovaciones. Las patentes impiden entonces que competidores copien durante un tiempo la innovación que una empresa acabó de descubrir. En algunos sectores, es también una figura jurídica que compromete a los Estados a no hacer un “hold-up” con las empresas innovadoras. En efecto, en el sector de la salud, los Estados tienen todos los incentivos para que las empresas hagan descubrimientos, en el caso que nos interesa las vacunas, y una vez que estos descubrimientos son una realidad, decir a estas empresas que necesitan estas vacunas al menor costo (sin importar si estas empresas puedan recuperar sus inversiones). La figura jurídica de la patente se puede interpretar entonces como una manera que tienen los Estados para señalar que van a resistir a esta tentación, y aunque tengan ganas de hacer un “hold-up”, legalmente no lo pueden hacer tan fácilmente. Mejor dicho, las patentes son una de las herramientas de política pública con las cuales los Estados se comprometen, y gracias a este compromiso, tenemos más innovaciones. Estos compromisos constituyen a veces costos de corto plazo, sin duda, pero credibilidad y prosperidad en el largo plazo. Si necesitan convencerse, piensen en el tema de la independencia de la Junta del Banco de la República…
Criticar las patentes y la protección de la propiedad intelectual porque estas limitan el acceso, es una crítica que se cae sola por su propio peso, ya que sin ellas efectivamente no habría problemas de acceso en la medida en que no tendríamos innovaciones, o casi ninguna. Además, dado que por parte del Estado estas patentes conllevan un compromiso, hay un problema moral asociado a su incumplimiento.
A lo anterior, alguien me podría contestar que el problema moral que lleva el cumplimiento de estas patentes es aún más agudo si estas impiden que los países en desarrollo puedan acceder en un tiempo razonable a las vacunas contra la covid-19, argumento con el cual estoy totalmente de acuerdo. En esta situación de pandemia, tenemos que pensar “por fuera de la caja”, y proponer soluciones más heterodoxas. Sin embargo, podemos pensar en soluciones que respeten el espíritu de las normas y que al mismo tiempo nos traigan salidas rápidas.
Mi propuesta es entonces que, bajo la égida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Estados se unan para comprar estas patentes a los laboratorios. Por haber comprado estas patentes, después cualquier laboratorio certificado por este mismo organismo podría producir las dosis de una de las vacunas aprobadas. Este mecanismo no debería ser muy costoso dado que, una vez que se ha comprado un par de patentes, el poder de negociación de los otros laboratorios se ve bastante reducido.
Por el lado del financiamiento, podemos pensar en un esquema progresivo donde los Estados contribuyan a esta “vaca” en función de su PIB, para implementar una solución progresiva, y en función del tamaño de su población. Así, ya no tendríamos cuellos de botella al nivel de la producción de las dosis de las diferentes vacunas, y, por otro lado, los laboratorios recibirán una remuneración que les permitiría tener ganancias razonables, cubriendo de esta forma los costos hundidos asociados a la I&D. ¡En otras palabras, nos quedaríamos con el pan (vacunas para todos a la vista), el queso (se respeta el principio de las patentes, i.e. garantizar una remuneración a los que innovan) y pongo mi toque personal, también tendríamos vino para celebrar una solución multilateral que nos aleje del nacionalismo sanitario!