Por David Bardey
Hace un par de semanas se publicaron los resultados de una encuesta realizada en Colombia que indicaba que el 40% de los colombianos no se quieren vacunar contra la covid-19, en gran parte por la desconfianza que tienen en estas vacunas que la industria farmacéutica logró desarrollar en un tiempo récord. Mientras que la pandemia ya ha cobrado más de 57.000 vidas en Colombia, lo que ubica al país en diferentes rankings como uno de los más afectados (¡a pesar de haber tenido uno de los encierros más largos del mundo!), en esta entrada exploro algunas de las razones que hacen que nos llevan a este resultado tan desastroso. Digo desastroso porque realmente no hay otras palabras para expresarlo, pues la única forma de salir de esta pandemia es llegar a la inmunidad de rebaño, y la forma la menos letal de lograrlo son las vacunas contra la covid-19. Además, no solamente las vacunas nos pueden ahorrar muchas muertes evitables, sino que hay indicios de que la inmunidad que traen algunas de las vacunas resiste mejor a las variantes del virus que los anticuerpos desarrollados después de contagiarse por la covid-19.
La primera razón, seguramente la más obvia, es que estamos viviendo en un periodo de post-verdad, donde las teorías de conspiración compiten por el premio de lo absurdo. La última contienda electoral en EE.UU. mostró lo peor de lo que podía suceder en este aspecto. El tristemente famoso grupo QANON que agrupa toda una serie de creencias absurdas, revela que las teorías más alocadas logran prosperar fácilmente en nuestras sociedades. Aunque las teorías de conspiración son viejas como el mundo (la Roma antigua siendo una buena ilustración), una de las explicaciones para su proliferación es el rol de las redes sociales. Varios estudios muestran que en estas redes sociales las mentiras se propagan más rápido que las afirmaciones que son ciertas, poniendo a la verdad, cuando esta existe, a competir en condiciones desfavorables. Frente al tema de las vacunas, hemos podido leer de todo al respecto. Quizás algo de lo más absurdo fue que el virus lo había creado Bill Gates para después poder inocularnos un componente y tomar el control de nuestras mentes gracias a la llegada de las 5G.
Estas teorías falsas y absurdas juegan un papel, pero pensaría que es un papel menor en el fenómeno de escepticismo generalizado que estamos viviendo con la vacuna contra la covid-19. Mucho de este escepticismo está enfocado en la desconfianza hacia el famoso “Big Pharma”, es decir la industria farmacéutica innovadora. Esta desconfianza se basa en buena parte en unos mitos errados, pero que se han vuelto muy populares y constituyen un terreno fértil para los movimientos antivacunas. A continuación, voy a resaltar dos.
La primera es que los laboratorios internacionales no han sacado nuevas moléculas realmente innovadoras durante las últimas décadas. Varios tipos de cáncer hace veinte años eran letales, es decir que los pacientes tenían una esperanza de vida muy reducida, generalmente inferior a 5 años, mientras que ahora viven casi normalmente, con una esperanza de vida idéntica a la gente de su edad. En algunos casos, como los asociados a unos tipos de leucemia, se han vuelto pacientes crónicos, es decir que tienen que seguir tomando un tratamiento que puede tener efectos secundarios, pero por lo menos viven con una calidad de vida “decente”. Obviamente nos gustaría que se desarrollen más tratamientos de este tipo y menos de aquellos que aumentan la esperanza de vida de los pacientes solo por algunos meses. Pero negar que existan y que hayan salvado millones de vida en el mundo es menospreciar todos los pacientes que están vivos gracias a varias moléculas que fueron producidas en los últimos veinte años.
La segunda afirmación, relacionada con la anterior, es que los laboratorios por cinismo prefieren, de manera deliberada, no curar a la gente para convertirlos en pacientes crónicos. Como cualquier teoría conspirativa tiene una apariencia de lógica, pero es una apariencia solamente. En efecto, esta afirmación tendría sentido si los laboratorios fueran uno solo, o pudieran coordinarse para que nunca salga un tratamiento disruptivo que reemplace los tratamientos actuales. Esto implicaría que, a pesar del cinismo que se atribuye a los laboratorios, estos serían capaces de esconder y retener una innovación que les haría ganar todo un mercado y ganar billones de dólares. De hecho, la mejor manera de contradecir esto es observando qué tratamientos disruptivos están próximos a salir y van a curar pacientes enfermos de cáncer, actualmente pacientes crónicos, de manera definitiva con una sola inyección. Obviamente el precio de estas inyecciones será carísimo, especialmente dado que el contenido de cada inyección dependerá de la biología molecular del cáncer, la cual varía en función de cada paciente, pero será el rol de los gobiernos y de los laboratorios encontrar acuerdos de tipo gana-gana para compartir el valor sanitario y el valor de los ahorros que generarán estos nuevos tratamientos de medicina personalizada.
Es también cierto que la industria farmacéutica tiene alguna responsabilidad en esta desconfianza que se ha ganado. Por ejemplo, debería ser más transparente en varios aspectos contractuales cuando negocia con los Estados (de esta transparencia quito el tema de los precios, porque como ya expliqué en otra entrada (ver acá), es mucho mejor que los precios no sean observables para implementar subsidios cruzados entre países desarrollados y en desarrollo). A veces, los laboratorios tienen actividades de lobby fuertes para cambiar unas regulaciones a su favor que pueden ofender. Pero dicho eso, se debería tratar de combatir mitos errados respecto a esta industria. Seleccioné dos en esta entrada, pero realmente hay bastante, siempre con una falsa apariencia de lógica, y que contribuyen mucho a este sentimiento de desconfianza generalizada sobre el cual prosperan los movimientos antivacunas.
Tenemos que convencer a la gente que no se quiere vacunar contra la covid-19 si queremos poder salir rápidamente de esta pandemia. Primero, tenemos que explicar que la decisión de vacunarse o no debe ser tomada comparando el costo individual con el beneficio de toda la sociedad, no solamente el beneficio propio. Como lo decía John Stuart Mill, la libertad de unos acaba donde empieza la libertad de otros. Pues sin una campaña de vacunación masiva, como lo resalta Humberto De la Calle en su columna (ver acá), tendremos que restringir la libertad de todos con nuevos encierros. Coincido en este caso que se justificaría la obligatoriedad de esta vacuna, pues no es un grupo de personas que puede decidir el destino de la humanidad y restringir la libertad de toda una sociedad.