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La pandemia global que nos está volviendo ciegos

La pandemia global que nos está volviendo ciegos

Jimena Hurtado
Abril 2021

En 1759 salió a la venta un libro que sería uno de los más vendidos, traducidos y pirateados del momento. Contándole a su autor sobre la recepción de su libro su amigo cercano le escribía diciéndole que había tenido la desgracia de contar con el favor del público. Ese amigo, conocido en ese época como el buen David por su cordialidad, su gusto por la buena mesa y sus dotes de anfitrión pasó a la historia como uno de los grandes filósofos de la ilustración escocesa. Y el autor, conocido en esa época por ser un poco distraído pero también por su capacidad oratoria y su gusto por el whisky y la charla entre amigos es más conocido hoy en día como padre de la economía.

Este par de amigos compartían su interés por entender las interacciones humanas y compartieron su visión de los seres humanos como eminentemente sociales. Como amigos y colegas coincidían en las bases de la explicación de la sociabilidad. Como maestro, el buen David sentó las bases y como aventajado estudiante, el distraído Adam criticó y profundizó la condición esencial para la confección de la vida en sociedad. La misma condición para que cada ser humano se construya con sus semejantes y, a la vez, desarrolle su propia identidad.

Esa condición es la que esta pandemia parece estar afectado profunda y negativamente. La común humanidad reposa, en el sistema de estos amigos, en nuestra capacidad de vernos, en nuestra capacidad de ver a nuestros semejantes y vernos con su mirada. Pero la visibilidad no es tan sencilla. Vemos lo que es cercano, cercano porque nos identificamos y nos reconocemos; no vemos lo que es lejano, lejano porque es distante, ajeno, extraño. Y también es posible que no lo veamos porque desviamos la mirada, evitamos verlo.

El encierro físico y psicológico que ha implicado la pandemia, nos aleja, nos distancia. Nuestra mirada se concentra en lo cercano y lo familiar; se concentra en quienes conocemos, en nosotros mismos, en lo que nos da confianza y nos aleja de lo desconocido que ahora parece amenazante. Dejamos de ver, no queremos ver, desviamos la mirada de la miseria y la desgracia que nos rodea. Dejamos de ver la muerte y a los muertos, a quienes están sufriendo más que nosotros porque verlos no solo nos recuerda nuestra propia tristeza y miseria sino, sobre todo, porque, nos dicen este par de amigos, les acompañaríamos en su sentimiento, compartiríamos su miseria, posiblemente aumentando la nuestra. Es preferible entonces desviar la mirada. Preferible porque es menos doloroso, porque nos permite escapar de las circunstancias desconocidas y abrumadoras en que estamos.

Las cajitas negras de zoom, la ausencia de los encuentros no programados, el temor del “exterior”, la angustia por la supervivencia material y física no solo nos van agotando, también nos van alejando, van acortando cada vez nuestro espacio visual. Mucho se ha dicho, se ha escrito, se ha debatido sobre las consecuencias en salud mental y emocional, en el desarrollo de competencias blandas, en el
incremento en la pobreza y la desigualdad de la pandemia. Todas estas consecuencias van en detrimento del ya frágil tejido social. Y ese tejido, nos dicen este par de amigos, se teje con miradas, requiere vernos, ponernos en el lugar de quienes vemos y entrar en una comunicación afectiva que nos permita evaluar qué haríamos en esa situación que vemos. El encierro, la virtualidad, el temor no nos permiten tejer.

Este par de amigos, David Hume y Adam Smith, como verdaderos amigos nuestros nos muestran la complejidad, la belleza y la fragilidad de nuestras comunidades y de nuestras identidades. El empequeñecimiento de nuestros círculos, el encierro en nosotros mismos y lo que nos es familiar, nos deshace, desteje, nos lleva a perder la humanidad.

Volvamos a los lugares compartidos, a las escuelas, a los colegios, a las universidades. Salgámonos de las cajitas de zoom, del encierro de las redes sociales, de las cadenas de WhatsApp y los like de los pequeños mundos de Facebook y Twitter. Veamos a la gente en la calle, en las noticias, pero más allá de YouTube. Participemos en las discusiones, por difíciles que sean y por insoportables que nos parezcan quienes participan. Se trata de tejer, no importa si logramos acuerdos o consensos, aún mejor si vemos los desacuerdos, los desencuentros, las diferencias. Recuperemos la común humanidad.

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