Lo más divertido del tenis juvenil en Colombia son los tiempos de insolencia e irreverencia que uno pasa en las casas ajenas. Los años pasan y al recordar todas las atrocidades que hice en sitios de hospedaje me embarga la vergüenza. ¡Mátame remordimiento ya que el uribismo no pudo! Quebré comedores, rompí vidrios y ventiladores, vi en baby doll a la mamá de un compañero y con otra dormí entrepiernado dizque porque no me podía dormir (mamitis).
A un amigo se le ocurrió una vez hospedar a seis tenistas en su casa ubicada en Cali. Tres niños y tres niñas: todos menores de 11 años y con delirio de rufianes. Todos los días me acostaba a la medianoche jugando toda clase de dinámicas. El Wii de ese entonces era la ‘lleva’ o ‘congelado’, entonces corríamos por toda la casa: tumbamos cuadros, atropellábamos a una perrita tacita de té que empezó a padecer una diarrea crónica de tanto golpearse contra el suelo. Tirábamos piedras a los que usaban el baño principal, pues su ventana daba a la terraza donde se veía el bendito comedor.
Cuando al tercer día jugábamos ‘lleva’, quise lucirme en frente de una de las niñas que me gustaba y crucé por encima del comedor de madera para tocarla y pegarle la ‘lleva’. ¡Craaaaaaaaack! ¡La quebreeé por la mitad! Hubo silencio sepulcral, pasé la mano por debajo, la enderecé y templé el mantel. «Todos callados», dije. No sé si tiempo después, mientras esa familia comía, el peso de los platos cedió y todo se fue abajo. Seguro que se cayó todo encima de la perrita que siempre se hacía debajo de la mesa.
A veces me decía a mí mismo: «Ahora sí me voy a portar bien». Pero todo se iba al carajo cuando aparecían mis grandes amigos de mis tiempos de insolencia como Santiago Lobelo y Juan José Arango, este último que alguna vez quebró un farol de un condominio tirando canicas contra el viento. ¡A él se la cobraron! Pobre, a mí no me pasaron cuenta de cobro cuando ese mismo día dañé el ventilador del cuarto del anfitrión durante una guerra de almohadas.
A decir verdad, no sé cómo jugaba tenis en el día si mantenía rendido por las jornadas de irreverencia en la noche. Alguna vez entré por equivocación al cuarto de la mamá de un amigo anfitrión y la vi en baby doll. Entre sorprendida y cara de condescendencia por mi corta edad, me dijo que cerrara la puerta. Lo que ella no sabe es que la imagen nunca se borró de mi cabeza. Lo peor de todo es que una vez dormí con otra mamá porque no me podía dormir y le inventé, cuando ella se asomó al portón, que sufría de insomnio (en verdad era mamitis). Entonces me invitó a dormir junto a ella, en cucharita, y esa imagen tampoco la he olvidado. Menos mal nunca me pasó como a un amigo de Armenia, que se orinó por los dos lados del colchón a medianoche. O como a otro que dejó unos calzoncillos sucios cerca del cuarto del cuarto de los padres.
Claro que también pasan cosas malas en casas ajenas: encontrar un perro con capacidad para una pulga por pelo (de regreso mis padres pensaron que había contraído sarampión). Alquilar un hostal en Villavicencio donde dormía junto a ratas y cucarachas. Dar con un hospedaje que me ofrecían tamal y lechona al desayuno y por cosas de la vida producía en mí una lentitud interminable en la cancha. Que me dieran un perro caliente que me intoxicó y me sacó del torneo. Que mis anfitriones me llevaran 45 minutos tarde y perdiera el partido de primera ronda por w/o y tuviera que regresar a casa sin haber jugado. Que me tocara en las noches un aire acondicionado polar que me hacía sangrar la nariz en el día mientras jugaba.
O que me acusaran de ladrón. En Panamá, en un ITF en el que le gasté más energía en el comercio que en los partidos, me quedé sin dinero por tantas compras y le pedí a la señora de la casa que me prestara 100 dólares para regresarme. Con tantas promociones había olvidado guardar plata para el taxi que me llevaría al aeropuerto. Les prometí que al día siguiente consignábamos desde Colombia, pero tal transacción nunca se hizo efectiva por un error del banco. Sólo nos dimos cuenta de todo cuando la Federación envió una carta amenazante en la que solicitaba la devolución del dinero o, de lo contrario, recibiría una sanción ejemplar. Resultamos pagando dos veces, pero ni eso borró mi reputación en Panamá.