Rumbo a Sudáfrica 2010

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Argentina 78: El mejor y el peor Mundial

La selección de Menotti opacada por la de Videla…VIDELA-Y-LA-COPA560

Por : Nelson Fredy Padilla – Editor dominical de El Espectador

Tenía 10 años y recuerdo que el suceso era doble: nos habían invitado a la casa de un amigo de mi papá, uno de los pocos privilegiados que en ese momento tenían televisión a color. Recuerdo aquel aparato majestuoso cuyo mueble ocupaba buena parte de la sala, adornado con carpetas bordadas a mano sobre las que destellaban bailarinas y elefantes de porcelana; recuerdo todos los asientos y todos los espacios ocupados y yo, tendido como un cachorro debajo de una silla de patas torneadas, tratando de entender el porqué de la emoción desbordada.

Allí empecé a percibir que el fútbol, más que un juego de niños podía ser un espectáculo que atrapa y conmueve. Ocurrió viendo jugar a la selección argentina en el estadio de Rosario, con esa camiseta de manga larga a rayas azules y blancas. Un equipo elegante, práctico y efectivo; tocaba de primera, abría el campo, cambiaba de frente, creaba espacios y llegaba franco al arco contrario.

El primer gol que celebré en un Mundial fue el de cabeza del melenudo Kempes al arquero polaco Tomaszewski. Me contagió por la forma en que lo celebró. También era su primer gol en un Mundial y desde ese momento se convirtió en mi ídolo junto al Pambelé en blanco y negro que veíamos en casa. Claro que me emocionaba todo el combo de Menotti: a Fillol lo idealizaba como un gladiador al que ningún oponente podía quebrarle la armadura, me impactaba el afro y las medias tobilleras de Tarantini, el sacrificio de Pasarella, la garra de Ardiles, la resistencia de Gallego, la derecha de Bertoni, la fuerza de Luque. Los seguí, a color y en blanco y negro, debajo de las sillas, hasta que vencieron a Holanda.

El Gauchito’ adornaba mis cuadernos escolares, mi papá me compró un balón Tango que tardé casi un año en prestarlo a mis amigos para “el picadito”, porque no quería exponerlo a un raspón.

Tal vez si el primer Mundial grabado en mi memoria hubiera sido México 70 me enamoro de Brasil, si se cumple la teoría de que el amor por el fútbol de un equipo es más puro cuando sus conquistas coinciden con el surgimiento de los primeros afectos en la niñez.

Sin embargo, esa sublimación por la albiceleste terminaría confundida con la indignación. Primero cuando empezaron a caer sombras sobre aquel impresionante 6 a 0 contra Perú para clasificar a la final, luego cuando entendí quiénes eran esos uniformados que saltaban victoriosos en la tribuna presidencial. Fue por cuenta de un comentario que se le salió a mi papá tiempo después, mirando una repetición de la goleada: “La mano negra de la dictadura”. Entonces vinieron las preguntas, y las respuestas.

Esas imágenes hoy se refrescan en memoria del recién fallecido Tomás Eloy Martínez, gran escritor y periodista argentino, nuestro maestro e hincha del sufrido Atlético de Tucumán. Su última novela, Purgatorio, es su mirada en frío a la dictadura argentina -encumbrada en el poder durante el Mundial de 1978-, es la historia de Emilia a quien los militares le desaparecieron el amor de su vida, Simón. Capítulo 4: “Las muchedumbres obstruían los accesos al estadio, largos hormigueros humanos envueltos en la bandera argentina desfilaban con vinchas, con los gorros frigios del escudo nacional, envueltos en bufandas celestes y blancas, la completa parafernalia del ardor patriótico.

Buenos Aires vivía una demencia feliz… estallaban bengalas a su alrededor, el estadio entero saltaba y cantaba Argentina, Argentina. Quién sabe en cuáles sótanos del infierno estaba enterrado mientras las gradas cantaban Argentina, Argentina. ¡Argentina campeón del mundo!”. El éxtasis como tramoya de la tiranía.

Aprovecharon todo lo que tenían a la mano: “Los comandantes celebraron su triple campeonato planetario: en el fútbol, en el hockey (también campeones mundiales ese año) y en la belleza, cuando una cordobesa de veintiún años es elegida Miss Mundo”. Martínez acusa al régimen de pagarles “a ‘las mejores plumas del país’ para que escribieran alabanzas en los diarios sobre la paz y la felicidad en el país del Mundial, piezas que debían sepultar las calumnias de Julio Cortázar, Manuel Puig y otros”, autores de desgarradoras denuncias desde el destierro, reproducidas en la prensa internacional. Por eso, según Tomás Eloy y según cualquier sensato, así sea amante del balompié como lo fue él, “1978 es el año más tenebroso de la dictadura tenebrosa”.

Para escribir el libro Tomás Eloy investigó el trasfondo político del Mundial. Necesitaba entender por qué el dichoso general Videla y sus secuaces desaparecieron tras esas cortinas de humo a 15 mil argentinos y mataron a otros tantos. Por denunciar la masacre de Trelew, él fue incluido en la lista de condenados al patíbulo pero alcanzó a huir al exilio y, mientras yo vitoreaba y me sentía argentino, él lloraba en Venezuela viendo al dictador corear los goles de Kempes.

Para redondear este capítulo de Purgatorio, el escritor le suma ficción a la realidad: los generales de la República Argentina llegan al extremo de contactar al célebre director de cine Orson Welles y ofrecerle los millones de dólares que quiera para que les ruede una película sobre el Mundial en un país ideal. El creador del Ciudadano Kane le responde al emisario: “Te hago la película gratis, con el mejor mundial de fútbol que se haya visto, y tú con tus comandantes hacen aparecer a los desaparecidos”.

Por último, recuerdo que a los diez años me había molestado con los holandeses cuando en la final contra Argentina se negaron a saludar a los militares que les dieron la medalla de subcampeones. Me disculpo con ellos. En ese momento yo era sólo un niño idiotizado por la magia de un seleccionado que en la historia del fútbol merecía ser un campeón sin mancha, tan bueno que se dio el lujo de descartar a Maradona.

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