Novena Copa de América para Brasil; un trofeo más para la vitrina y la celebración en el Maracaná para limpiar con otra victoria la derrota más grande del fútbol ocurrida en dicho templo hace 69 años.
La final no fue buena aunque tuvo muchos ingredientes de los que aparecen en un gran partido. Dos penales, una expulsión, cuatro goles y la enjundia a ratos de Perú contra la solvencia puntual de Brasil para sentenciar el juego en el primer tiempo.
Una asistencia y un gol de Gabriel Jesús en los primeros 45 minutos fueron un golpe terrible para la aspiración inca de levantar nuevamente este trofeo esquivo por 44 años. Guerrero bajó los brazos y puso sus manos sobre las rodillas al minuto 47 cuando el árbitro pitó el final del primer tiempo. Su gesto demostró la psicología del equipo: resquebrajada al permitir el segundo gol sólo 5 minutos después de Perú empatar y vencer a Allison por primera vez en el torneo.
El segundo tiempo contó con una bella ocasión de Flores que mandó un sablazo cerca del poste derecho de la cabaña brasileña que fue el último suspiro para un empate. Brasil incluso con un hombre menos desde el 70′ por doble tarjeta para Gabriel Jesús, enfrió el partido, el estadio y al rival.
Un penal inexistente sobre el final dio premio excesivo a Brasil con su tercer gol, y despidió al equipo que más emoción y empatía generó en esta Copa.
Ese es el gran trofeo de Perú: una Copa de emoción, de fervor, de confianza, de recuperar una autoestima perdida en los museos del tiempo y reverenciada a equipos de antaño y leyendas como Cubillas de quien Pelé dijo en el 70 que era su sucesor.
Perú no sólo gustó en Perú si no en todo Sudamérica. Eliminó al Rey de Copas, y al bicampeón chileno, derrotó también a Bolivia y con Venezuela se fue en ceros. Su debacle ante Brasil, tal vez fue su mejor lección en el torneo. El partido ante Uruguay lo cuajó con solidez en la defensa, y el de Chile con un pragmatismo excepcional en tenencia, opciones, goles y un guardián mágico en el arco.
Ricardo Gareca regresará a Lima con logros excepcionales. Demostró que reconectó al país con su fútbol, y de esa forma no sólo tiene aspiración seria de regresar otra vez al Mundial, si no de jugar una gran eliminatoria y por qué no entrar como serio aspirante a la Copa del 2020.
Hace dos años recorrí trozos de Perú desde Ica, hasta Tacna pasando por Huancayo, Arequipa y Candarave, y coincidí con dos jornadas de eliminatoria. No ví nunca una camiseta peruana en la calle, menos en un bar o restaurante, nadie seguía a la selección, para qué ver más derrotas; existía un cansancio colectivo y la prenda blanca y roja era hasta símbolo de mala suerte.
Dos años después millones de peruanos vistieron con orgullo su camiseta para soñar con una hazaña en el Maracaná, y muchos otros más en todos los confines del continente nos «vestimos» de peruanos para hinchar por el equipo que nos enamoró en este torneo. Perú volvió a quererse así mismo, a vestirse de lo que es, a soñar con la gloria, y además casi todo Sudamérica se hizo peruana; esos logros significan tanto o más para Perú, que la misma Copa para el ya bien acostumbrado a títulos, Brasil.