El fútbol es más que goles, equipos o afición. El estadio es una pieza fundamental y al fin de cuentas, el teatro donde se realiza la puesta en escena de la magia, los sueños y las tragedias.
Tuve la oportunidad de visitar hace unos días El Centenario de Montevideo. Valga redefirnirlo no sólo como un estadio, si no como un templo del fútbol con todas sus letras.
Junto a dos amigos alcahuetas del fútbol y de la vida, ingresamos por la tribuna Olímpica para deleite visual con una panorámica de ensueño. Luego de descender hacia el campo, -por un beso de los dioses de la fortuna-, pudimos ingresar al mítico césped que huele a historia, y destila todo tipo de memorias.
Caminar sobre esa explanada verde cubierta por un cielo azul profundo como las líneas de la bandera uruguaya e imaginar las tardes y noches de leyenda ocurridas allí, fue simplemente literatura viva. La piel se erizó con cada paso sobre ese tapete que albergó la primera final de una Copa del Mundo en 1930.
Desde aquella tarde en la que Uruguay se vistió de gloria como primer campeón del orbe al vencer a la vecina Argentina 4-2, la celeste nunca perdió una final en esta arena; 1995 fue el último año en que recibió la corona, entonces como Campéon de América.
Ver esta elípsis arquitectónica es sobrecogedor para el alma humana. Allí, Juan Scasso y su equipo diseñaron e hicieron un estadio acorde a la ambición del país y erigieron una obra tan grande que sobrepasó al Coliseo. No muchos escenarios para 1930 tenían esa envergadura en lo estético y con esos pilares del espíritu y la imaginación.
Además de la belleza en la masa de concreto, la obra tuvo un soplo art-déco: la Torre de los Homenajes, de 100 metros de altura, con sus elegantes alas y proa de una embarcación. Todo ello hizo del Centenario, una obra de arte para el deporte y la humanidad.
Ascender por el ascensor incrustado en la torre, y ver con ojos de dron, la estructura y el estómago verde descansando para próximos partidos y futuras epopeyas es indispensable para abarcar al Centenario desde todo punto de vista y agradecer a la vida por el amor al fútbol y lugares como este que lo albergan, cobijan y engrandecen.
60,235 almas se reúnen aquí para hinchar por la Celeste, ese equipo, símbolo y sangre uruguaya que marcó derroteros muy altos con aquel campeonato del 30. El Centenario es el nombre con que fue bautizado en honor a los 100 años de la primera constitución de Uruguay firmada el 18 de julio de 1830. Un siglo después el estadio se inauguraba en plena Copa del Mundo con el partido entre Uruguay y Perú, que honró a sus artistas y obreros, con triunfo local 1-0.
La imprescindible aventura para cualquier amante de la pelota, y de las virtudes hechas arte y forma, no terminó tan rápido. Al descender de la Torre de los Homenajes, se da acceso al Museo del Fútbol. Una sección del estadio bellamente organizada en la que se recorre la historia de Uruguay y su fútbol: obligatoria por contenido, mágica en los objetos, e ilustrativa por las imágenes que lo alimentan.
Al salir del museo y del Estadio, ya sobre una de las paredes del templo futbolístico con vista a la ciudad, una lápida dice: “ESTADIO CENTENARIO, recordar esta empresa estimula la voluntad para el mejoramiento físico y espiritual de nuestro pueblo”.
Tal vez en 2030, para celebrar los doscientos años de la Constitución uruguaya, y los cien del primer Mundial, Uruguay sea nuevamente sede de la Copa del Mundo, y con la bendición del Olimpo, levante otra vez el cetro en el mítico Centenario.