Oriental Popular Norte

Publicado el David Leonardo Carranza Muñoz

El partido del miércoles a las 3:30 p.m.

Foto: Gustavo Torrijos / El Espectador

Éramos cuatro en la camioneta. Una periodista, un fotógrafo, el conductor y yo. El partido era a las 3:30. Serían las 3 cuando Jairo, el chofer, dijo:

— Se me está quedando la camioneta.

El vehículo tosió como si fuera un humano. Uno viejo y desgarbado.

— ¿Qué será lo que le está pasando?

Preguntó Jairo en ese tono de quién dice para afuera lo que en realidad quiere preguntar para adentro.

Gustavo, el fotógrafo, miró su maleta, un morral cuadrado que parecía llevar la vida, y el reloj.

— No me haga esto, Jairito. No me va a dejar botado.

La camioneta tomó impulso y, como un viejo agonizante, recorrió tramos de a poquito.

Alcanzamos a andar unas cuadras cuando vimos nuestro Everest. El puente de la calle 73 con carrera 30.

— Esto sí no lo sube.

Dijo Jairo con un lamento sepulcral.

— Fresco, Jairito. Pongámosle nombre a la camioneta.

Respondió Gustavo. No lo conozco bien, pero desde ese momento admiro su optimismo.

Ni Paula, la otra compañera de trabajo, ni yo supimos qué inventar. Gustavo, no sé si por azar o por conocimiento, dijo que la camioneta debería tener nombre de mujer, como los barcos. La bautizó Constanza.

Jairo amagó a tomar el desvío del puente para conducirnos por la 30. Quizá lo intentó para no vernos en la penosa tarea de bajarnos en medio de una vía empinada a empujar una camioneta destartalada. Los otros tres que íbamos dentro de Constanza le dijimos a Jairo, casi en un ruego y contagiados por el entusiasmo de Gustavo, que siguiera por el puente.

Con una fe que envidiaría el mismísimo papa, Gustavo, Paula y yo dimos golpes contra la parte de adentro del chasis y gritamos como monos enjaulados, cada cual a su ritmo:

— ¡Vamos, Constanza, Vamos!

— ¡Tú puedes, Constanza!

— ¡Hágale, Constanza, hágale!

La camioneta subía como un burro cansado. Cuando estaba por llegar a la parte más alta del puente pareció quedarse. Nosotros, cegados por la necesidad de llegar a tiempo, dimos unos últimos gritos. Estamos convencidos de que Constanza llegó a la cima gracias a nuestro empuje.

De bajada respiramos y le agradecimos nuestro bello y anciano corcel colectivo.

Sin embargo, el impulso de la pendiente no fue suficiente. Cuando estábamos por llegar a la calle 63, Jairo advirtió que iba a parar en una estación de servicio. Necesitaba confirmar si Constanza necesitaba gasolina o era algo peor.

Por más de que le hicimos barra, y creímos que con la fe iba a alcanzar, Jairo y la camioneta se quedaron en una gasolinera de la 63. Eran las 3:15. Los otros tres tuvimos que bajarnos y buscar otra opción para llegar al Campín.

Sobre el partido no voy a decir nada. Cuando se acabó el juego, recibí un mensaje de mi novia: “¿cómo van?”. Levanté la mirada del celular y vi a las 30 mil personas vestidas de azul que salían del Campín.

A Millos, como a Constanza, no le alcanzó.

Comentarios