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Publicado el Andres Vargas

Guillermo Coria, el mago que usaba una raqueta

Fabián Valeth Orozco @FabianV_:

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Al llegar a sus 33 años, repasamos un poco la carrera del extenista argentino Guillermo Coria, uno de los mejores de su país en la pasada década. En la época de La Legión.

Foto:  IMG

Con sólo 27 años le dijo adiós al tenis. Se llevó nueve títulos, estar en lo más alto del ranking masculino y el rotulo de ser uno de los referentes del tenis gaucho años atrás. El hombro fue la causa de su despedida definitiva tan temprana del circuito, a una edad donde se tiene la madurez ideal para afrontar la carrera con la cabeza firme, fijada a los objetivos. Fue un paso corto en los papeles: inició en 1998 y ya en el 2006 decidió dejar a un lado la raqueta luego de un partido en Polonia ante el rumano Razvan Sabau; muchos decían que por falta de confianza, otros que por problemas personales. Lo cierto es que después de un año volvió, deambuló y ya no era el mismo de antes. En Bangkok 2008 fue el broche final en la primera ronda donde el israelí Harel Levy fue el testigo más cercano de su último partido.

También fue una carrera de muchísimos puntos elevados. Fue creciendo poco a poco hasta convertirse en referente mundial. Pasó de ser un joven en una familia donde sus padres no tenían ni siquiera casa propia a que Bono, el vocalista de la banda U2, le pidiera una foto luego del torneo de Montecarlo en 2004. Se codeó con los mejores, enfrentó a los grandes; jugó final de Grand Slam, la perdió de la manera más increíblemente posible. Flashes de una carrera con matices tan amplios como su juego, que se ganó el apodo de “mago” porque hacia genialidades con la raqueta. No era una raqueta, era una varita.

Desde los 13 años se fue a Key Biscayne cuando ni siquiera había terminado la secundaria. El sueño de llegar a ser tenista fue más grande. Un sueño que empezó desde chico. De hecho alguna vez afirmó tener fotos de cuando estaba en la cuna y al lado había una raqueta. Hace algunos meses, para el diario La Nación de su país, recordó esos años donde estuvo solo en Estados Unidos y le tocó madurar ante las circunstancias. Vivía con 50 dólares por semana, se tenía que cocinar, lavar la ropa. Incluso comentó que en competencias en Europa no tenía para el hotel y se colaba en las habitaciones de sus compañeros.

Logró su primera victoria como profesional ante el belga Christophe Rochus en el torneo de Mallorca en el 2000 y tan solo unos días después llegó a segunda ronda de Roland Garros. De ahí hasta su primer título ATP no pasó mucho tiempo, de hecho, fue menos de un año cuando alcanzó su primera gran alegría en el torneo de Viña del Mar venciendo a tres compatriotas y dos españoles. Con un par de resultados más se metió 25 en el ranking hasta que fue sancionado siete meses por dar positivo en un control antidoping por nandrolona. Pero después de las turbulencias muchas veces llega el júbilo y en 2003 el “Mago” vivió la mejor temporada de su vida: cinco títulos (incluyendo el del Masters de Hamburgo), otras dos finales (una de ellas la del Masters de Montecarlo), semifinales en Roland Garros, cuartos en Flushing Meadows y como recompensa, la Copa de Maestros. Pero el mayor botín de toda su andadura se vio reflejada en el ranking: cinco del mundo para finalizar el año que meses después se transformaría en tres.

El 2004 empezó como muestra de que el pasado año no había sido una casualidad. Ganó su segundo Masters 1000 en Montercalo y sumó un título más en Buenos Aires. El clímax llegaría con su primera y única final de Grand Slam, en Roland Garros, en el suelo donde mejor demostró su magia, donde dio cátedra y se posicionó como de los más intrépidos en esa superficie. Sin embargo, esa misma final fue su punto de inflexión en su carrera. Coria se imponía dos sets a cero ante su compatriota Gastón Gaudio, dominaba a placer, la copa era casi suya; pero increíblemente, sorprendentemente, terminó cayendo incluso al haber contado con match points. Muchos consideran que desde ahí, desde ese día, Guillermo no volvió a ser el mismo. “En ese momento en el vestuario no paraba de llorar. Parecía una pelota. Fue muy duro por la oportunidad que había dejado, porque sabía que sería complicado ganar en el futuro porque se venía Nadal”, comentaba el argentino hace meses para el mismo diario.

Vino una lesión de hombro y con ello una la confianza que se pierde. A pesar de eso jugó cuatro finales más en 2005, perdió dos de calibre alto como los son los Masters de Montecarlo y Roma; festejó en Umag, cayó en Beijing. Y en esas tres derrotas el mismo verdugo de siempre: Rafael Nadal. El español fue una espina en el zapato para el nacido en Rufino. A pesar de su fatídica estancia en París 2004, Coria no quiso escurrir su nivel de un parpadeo. Sentirse en finales fue tan satisfactorio que llegó a considerar la derrota en el Foro Itálico como el mejor partido de su carrera.

Una vara que se fue apagando desde el 2006. Llegó a contratar un psicólogo para contrarrestar el carácter fuerte que poco a poco fue formando. Discusiones con compañeros en el tour, el cambio en la ejecución del servicio que le empezó a provocar una gran cantidad de doble faltas por partido, los problemas personales que nunca faltan. No encontró la solución y por ello, más su problema en el hombro, pusieron fin a lo que inició como un sueño de niño. Desmotivado o no, sin confianza o con ella, Coria le dijo adiós al tenis. Ese que le dio mucho en tan poco.

Ya con una familia conformada, una academia de tenis en su país y negocios particulares mira todo ese la otra acera. No le importa lo que pasó en Francia, lo que piense la gente de ello, lo que expresen y más cuando su pequeño Thiago estuvo a nada de morir en febrero del pasado curso. Un milagro que lo cambia rotundamente por decenas de Copa de Mosqueteros. “Thiago se puso a jugar con otros chicos y se fue para el otro lado. Sentí la explosión cuando cayó sobre la cancha de polvo, corrí, lo levanté y no respondía. Dos padres que estaban en el club, médicos, lo salvaron, le hicieron respiración boca a boca, la ambulancia vino rapidísimo y acá, en el Sanatorio de Niños, que es de lo mejor en el país, lo cuidaron mucho. Tuvo fractura de cráneo. Es el día de hoy que cuando se duerme en el sillón y tengo que levantarlo, como aquella vez, pero ahora para llevarlo a la cama, no me puedo sacar esa imagen y lloro. Por eso, todo de lo que me quejé en mi carrera, como lo de Roland Garros y lo que diga la gente, me importa un bledo. No logré algo importante en lo personal y me dolió, pero esos cinco centímetros por los que insulté durante tanto tiempo por los match points perdidos fueron los mismos que salvaron a Thiago de caer con la cabeza en un cordón de hormigón. Cayó sobre el polvo, porque, si no, chau. Son dos minutos en que se te va la vida, porque no superaría algo así nunca más”.

Felicidades, Mago.

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