Dicen que las arenas del desierto guardan mensajes y esconden secretos, que sus rincones son misteriosos y sus explanadas invitan a la aventura y que su calor es sofocante y el silencio que allí reina tiene aire místico. Y dicen mis amigos fotógrafos que es un terreno muy agradecido porque siempre da muy buenas fotos. De todo esto, la tercera etapa del Giro disputada hoy en medio del desierto solo tuvo las buenas imágenes.
Hoy fueron 229 kilómetros a través del desierto de Néguev, entre Be’er y Eilat. Para los televidentes: paisajes exóticos, pequeños pueblos árabes, uno que otro lago, estampas con rasgos geológicos únicos, un color cobrizo dominante, las ruinas de Mamshit y el famoso cráter Ramón como principal atractivo. Para los ciclistas: un día tedioso, aburridor, con aire seco, calor infernal y un recorrido demasiado largo para un final totalmente previsto, el sprint.
Un buen observador descubre que no son las mismas arenas a lado y lado de la vía, que los paisajes del desierto cambian a cada momento. Todo un atractivo, pero no para quien tiene que clavar el ojo en la carreta y estar atento a un grupo de 175 ciclistas que por momentos viaja a 60 kilómetros por hora. El ciclista no mira los paisajes, y menos cuando la vía en cualquier curva puede aparecer llena de arena y tornarse peligrosa. La etapa de hoy vendió muy bien el desierto para el turismo de Israel, que pagó para eso, pero aburrió y desgastó innecesariamente a los protagonistas, que terminaron tan secos como el desierto que atravesaron.
Lo de hoy fueron cinco horas de matices ocres en una inmensidad de arena con la que el Giro se despidió de Israel. Solo hubo hermosas imágenes, porque la carrera no tuvo sino una emoción. El final de la etapa era lo único que estaba escrito en las arenas: un sprint agitado y peligroso en las orillas del Mar Rojo. No pagó casi nada en las apuestas el triunfo de Elia Viviani, el más veloz del colectivo, con el trabajo del Quick Step Floors, un equipo especializado en ganar este tipo de etapas.
En lo ciclístico hoy no hubo mensajes ni secretos. Tampoco misterios ni aires místicos. Y mucho menos, grandes aventuras. Ahora, el Giro viaja a su casa para retomar la competencia el martes. Los primeros secretos los develará el próximo jueves el volcán Etna, donde seguramente sí habrá muchas emociones.