Deporte en letras

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Una mentira que todos creímos

Alguien alguna vez nos mintió: dijo que un equipo de fútbol era dirigido por un técnico al que los jugadores obedecían. Que era el dueño de las decisiones y que su palabra era la primera y la última que se escuchaba en el camerino. Mintió y todos le creímos.

Cuando este domingo Maurizio Sarri, técnico del Chelsea, quiso cambiar al portero Kepa Arrizabalaga justo antes de la tanda de penaltis en la final de la Carabao Cup contra Manchester City, nos acordamos que los entrenadores comparten gremio con los capitanes de barco pirata: su destino no depende de sus propias armas sino de que la tripulación no se haya levantado ese día con ganas de revelarse con las suyas.

Arrizabalaga –quien interpretó durante gran parte del juego el papel de un arquero lesionado- se olvidó de sus dolores cuando Willy Caballero lo iba a reemplazar, y se negó a salir ante la ira del DT. Pese a que después se quiso zanjar lo sucedido como un malentendido, la imagen no admitió mayor confusión: el entrenador italiano resignado a aceptar desde la línea lo que su jugador decidió desde la cancha. ¿Quién manda a quién?

La estructura del fútbol actual es la utopía de los movimientos de izquierda: los empleados ganan más –muchísimo más- dinero que sus jefes. Es una jerarquía en la que el superior trata de convencer a un grupo de multimillonarios para que haga su trabajo. O por lo menos para que lo intenten.

Personas contratadas para mandar y despedidas por culpa de quien no les obedecen, los técnicos se están convirtiendo en las primeras víctimas del fútbol moderno. En Chelsea el que manda en el camerino es Sarri. Una mentira que todos creímos.

En Twitter: @ivagut

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