Estos días hay una cuestión que me ha dado vueltas en la cabeza. Es de esas cosas que no parecen importantes, pero que perturban de tanto pensarlas. Para que nos entendamos: es la misma sensación de zozobra de cuando uno no sabe si perdió o gastó el billete de 20 mil pesos que creía tener en algún bolsillo de la chaqueta.
Desde que anunciaron el regreso del fútbol alemán para este fin de semana he tenido episodios repetitivos en los que me quedo con la mirada clavada en el cursor del ratón. Veo sin ver cómo la rayita negra aparece y desaparece mientras pienso para qué sirve el fútbol.
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Llamo a Luis Guillermo Ordóñez, editor de Deportes de El Espectador, un buen tipo al que nunca he podido dirigirme por su nombre pues fue mi profesor en la universidad y desde entonces le digo “Profe”, y le lanzo la pregunta, así sin más: ¿para qué sirve el fútbol, profe?
“El fútbol – me contesta- sirve para darle ilusión a la gente, para que sueñen, para que crean en algo, para tener esperanza. Es como con la familia: uno no la ve todos los días, pero necesita saber que está bien. Estos meses los aficionados han vivido ilusionados porque saben que el fútbol va a regresar en cualquier momento. Esa es la esperanza de la que hablo”.
Sigo preguntando, por aquí y por allá, por teléfono y por chat, por Twitter, Facebook y hasta por Instagram, y las respuestas llegan. “Para aprender a hacer fotos en movimiento, mejorar el ojo y, de paso, recrearlo”, escribe Diana, quien es fotógrafa. “Para generar pasiones, aprovecharse de ellas y hacer dinero para sujetos como José Augusto Cadena”, responde Gilmar, santandereano, periodista de profesión y doliente de oficio de su lastrado Cúcuta Deportivo. “Para nada”, contesta Sergio, mi profesor de lingüística de la universidad. “Para entretener a los más necesitados”, replica Adriana, mi profesora de educación física del colegio. Y así más contestaciones.
Escribo, borro y miro el cursor del ratón.
Pienso, de pronto, en Daniel Lozano, un enamorado de los partidos viejos y las historias detrás del fútbol, y un buen conversador. “Es una fábrica de ilusiones”, responde. “Sirve para entretener a la gente, para hacerla soñar. Por cada Messi que existe hay millones de personas que intentaron ser futbolistas y no lo lograron. Y eso cambia vidas. Imagínese cuántos niños se hubieran ido a un grupo ilegal, por ejemplo, si no hubieran descubierto el fútbol”.
Empiezo a darme por vencido. La respuesta que busco parece no existir. Si hubiera preguntado para qué sirve la medicina seguramente habría consenso: para salvar vidas o curar enfermos. Pero con el fútbol no hay una máxima que explique su utilidad.
A Lucía el fútbol le sirve para “desfogarse y evadirse”; a Iván para “hacer amigos”; a Fredy “para ser feliz”; a Virginia para “mantener entretenidos a los hombres”; para Yudy “es una necesidad que se volvió negocio”; para Natanael es un “sentimiento, un amor distinto al que conocemos”; para Esteban “es un negocio”, para Cindy es una forma de “darle más poder al género masculino”; y para Alejandra el fútbol sirve para que yo “tenga un blog”.
Finalmente, luego de leer muchas respuestas, creo que hice la pregunta equivocada. Cuestionar el valor del fútbol para las personas que lo siguen es cuestionar el valor de un libro para la persona que lo lee, de una obra de teatro para quien la ve, de una escultura para el que la aprecia, de una canción para el que la escucha y de un buen vino para el que lo degusta.
“El fútbol –escribió hace años el periodista español Manuel Muñoz Fossati – no sirve para nada útil. Es decir, no sirve para nada más que para pasar largos ratos con los amigos, maravillarse con un toque sutil, pasmarse con la organización de un equipo para llevar en tres pases el balón desde el defensa hasta las redes contrarias… más o menos la misma utilidad que tiene un buen chiste, una buena película, un buen libro, una buena música, un buen beso, una mano a tiempo, una sonrisa que alivia, una mirada que promete, un olor de cocina, un brillo en el cielo, un atardecer mediterráneo o una risa fuerte y clara. Tantas cosas, como el fútbol, inútiles e imprescindibles”.
La vida sin fútbol es posible –ya lo hemos comprobado en los últimos meses- pero la vida con fútbol parece mejor, parece más entretenida. Ay, fútbol inútil e imprescindible, como se te ha echado de menos.
PD: Aquella vez encontré el billete de 20 mil pesos. Lo tenía en otra chaqueta…
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