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Extraño los lunes

Hubo una época en la que el fútbol se hacía extrañar. Cuando la pelota se comportaba como la primera novia: coqueta y difícil, a la que no podíamos ver todos los días y que nos ilusionaba con la siguiente cita, con los siguientes 90 minutos. Era una dama que dominaba el arte de enamorar. El suyo era un amor de domingo que duraba toda la semana.

En aquel tiempo los lunes no eran como los de hoy. Para los futboleros eran casi la continuación del día anterior. Era el momento en el que el hincha se sentía más hincha. Cuando el fútbol cobraba su carácter más solemne y se hablaba de él entre amigos. Cuando había que dar la cara –y acudir a la más extensa verborrea- para defender al equipo en público, frente a otras camisetas. Describir un gol propio en la cara del aficionado contrario era como marcarlo dos veces. Por eso, en esa época, los goles vivían más tiempo.

Para los perdedores era la oportunidad de empatar moralmente el juego, de quitarle valor al triunfo ajeno, de echarle la culpa a alguien. Desde entonces ya teníamos a nuestro sospechoso número uno: el árbitro. En todos estos amoríos que nos regala el fútbol el único despechado siempre es el juez.

Había miércoles en los que se nos permitía una aventura extra. Algún partido de Copa Libertadores (con suerte de un equipo colombiano, casi nunca del mío) o, años más tarde, de alguno de los pseudotorneos que fueron cambiando de nombre -Supercopa Sudamericana, Copa Conmebol o Copa Merconorte- hasta llegar a la Copa Sudamericana de hoy. El fútbol europeo, mientras tanto, era una delicatessen que llegaba en forma de noticia.

Pero todo cambió. Alguien en algún momento vio un negocio donde los demás veíamos romance. La pelota se olvidó de nuestro amor, empezó a rodar por dinero y entonces se prostituyó. Y nunca más paró. Ahora hay fútbol en televisión –e Internet- siempre. Los goles viven menos antes de morir refundidos en la red, y la solemnidad entre amigos se convirtió en chats y trinos a distancia, sin cuerpo, sin alma.

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El fútbol es, desde hace mucho, un negocio que se hace fuerte con más oferta que demanda. La pelota ya no está satisfecha con las citas de los domingos ni con las aventuras de los miércoles. Ya no es coqueta ni difícil. Ya no es una dama.

Ahora es una cualquiera. Está en todo lado al mismo tiempo y a cualquier hora. La pelota ya no da tiempo para extrañarla… 

En Twitter: @ivagut

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