Retratos de ciudad

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Ojos extraños

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 Visitas de ojos extraños a la ciudad. Jordi Carrión, escritor y ensayista, estuvo en Bogotá presentando sus libros y dando una clase de verano en la Universidad de los Andes. Fue mi profesor en Barcelona y después de una de sus presentaciones vamos, con otros exalumnos y amigos suyos, a buscar una cerveza. Es la quinta o la sexta vez de Jordi en Bogotá, no está seguro.La primera vez fue en el Festival Malpensante del 2008 que recuerda con nostalgia por la ampulosidad del evento y el buen clima. Ahora le toca una Bogotá fría y lluviosa, garciamarquiana. Se hospeda en el antiguo Hotel Continental, que ahora son apartamentos reformados y alquilados por días, en la Cuarta con Jimenez.

Jordi ante todo es un viajero, se ve en sus libros que no importa el género —ensayo, crónica o novela— están llenos de ciudades y lugares que ha visitado por todo el mundo. Por esa razón, y por su falta de pelos en la lengua, me interesa cómo ve a Bogotá. No le gusta el clima y se queja de que no haya mar. Parece el invierno limeño, nos dice mientras caminamos por la Candelaria y una lluvia fina nos empapa las gafas, pero aquí no hay un horizonte a dónde mirar. Dice que es una ciudad que se niega a aceptar que es fría y no usa calefactores y todos andan con los abrigos puestos hasta en los restaurantes. Pero le gusta la mezcla de estilos, de gentes y de arquitectura. Y las librerías, no podría vivir en una ciudad sin buenas librerías, afirma. Jordi menciona en twitter que “cada vez que vuelvo a Bogotá descubro al menos tres nuevas ciudades sobre las treinta o cuarenta que ya conocía”.  Y hace un año, en su último viaje donde recorrió los barrios más populares, tuiteó que Bogotá era una sucesión de suburbios inacabados. Ésa es tal vez la mejor opinión que he escuchado sobre esta ciudad truncada.

 

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El mismo día en que Jordi se va, llega Anna a quién también conocí en Barcelona. Viene de Nueva York, donde comenzó su viaje de verano, después irá a México y a Texas donde espera hacer un largo road trip. Sólo he dormido tres horas en toda la semana, exagera. El vuelo se retrasa absurdamente y los pasajeros sospechan que los pilotos no querían despegar hasta ver el partido de Colombia contra Argentina, el que nos sacó de la Copa América. Anna llega de madrugada al apartamento de un amigo en común, Nico, que vive en la Carrera Quinta con Calle Dieciocho. No nos vemos sino hasta la noche en una disco, Asilo, en la Caracas con 39. Anna sigue igual de delgada, con ese perfil fino y felino y se abriga con capas y capas de suéteres y chaquetas que se quita o pone dependiendo del calor de la noche. También se queja del frío y dice que según los pronósticos la otra semana mejorará el tiempo. Acá no se sabe nada, le contesta Nico.

Anna, que tiene menos pelos en la lengua que Jordi, dice cuando le pregunto por Bogotá que ésta le parece una ciudad que alguna vez estuvo en el top y que ahora está en decadencia. Sonrío y le digo que Bogotá siempre ha sido una ciudad que aparenta un pasado mejor, pero que en realidad nunca fue. La noche acaba pronto, Anna todavía tiene jet lag y no entiende por qué es necesario pedir un taxi y coge uno directo de la calle. El domingo en un recorrido por el centro, Anna flipa con los ventanales de los edificios, la mezcla de arquitectura y que, en los mercados de pulgas, vendan lupas y cordones de zapatos. ¿Quién compra cordones de zapatos?, pregunta como si fuera lo más raro del mundo.

PS. Vea las fotos de esta semana en alta resolución aquí.

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