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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

La educación en el Pacifico nariñense – A los 50 años del colegio Nuestra Señora de Las Lajas de Tumaco –

Estudiantes del Pacifico nariñense
Estudiantes del Pacífico nariñense

 

Que una institución como el colegio Nuestra Señora de Las Lajas en la ciudad de Tumaco celebre 50 años, es una oportunidad para reflexionar acerca del principal problema que debemos enfrentar como sociedad cuando hemos intentando salir, esperamos que no fallidamente, de una guerra continua que tiene más de medio siglo; durante 50 años, estamos seguros, muchos han sido los sueños alcanzados por quienes se han formado en sus aulas, muchos, con seguridad, al volver la mirada encontrarán gratos recuerdos y con devoción profunda agradecerán la educación recibida en este importante claustro del Pacifico colombiano; otros, por muchos motivos, quizá vieron frustrados sus sueños, entonces los recuerdos son una mezcla de añoranza y tristeza, miles de circunstancias fueron cortando las alas y los sueños se fueron alejando, como el horizonte sobre la marea.

En la lancha que nos llevaba a una aislada vereda del municipio de Magüi Payán, y cuyo recorrido debimos hacerlo desde Tumaco a Pasto, para ahí tomar el campero que nos conduciría a Policarpa, descender la cordillera y llegar a una vereda llamada Sánchez, en donde la coca y el dinero pareciera que corren a granel, lo digo por la cantidad de comercio que se mueve en el espacio de unas pequeñas calles y por la cantidad de cervezas importadas que estaban servidas en cuanto bar hay en el lugar; ahí tomamos la lancha que nos conduciría a Tortugo Magaly, es el alto Patía, algo caudaloso y donde no tiene la calma que va cobrando a medida que toma zonas más planas; ahí, con nosotros, iba un mujer joven, parecía que hace muy poco había dejado la adolescencia, poco antes, se despidió de un hombre, al que abrazaba y al que llenó de lágrimas, se subió y la tristeza y la angustia se reflejaban sobre toda su humanidad. Era la joven profesora que debía tomar una plaza en una vereda perdida dentro de la geografía nariñense. El hombre era su padre, a él no le alcanzó el dinero para acompañarla hasta el lugar destinado para el trabajo de su hija, por eso, con el dolor que únicamente entendemos quienes somos padres, debió dejarla, en un territorio que ni él ni ella conocían.

En el Pacifico nariñense la educación enfrenta muchos problemas que no son tenidos en cuenta por las políticas públicas nacionales y departamentales, entre estos están la deserción, que sigue siendo alta en relación al porcentaje nacional y regional; por otra parte, el tema de la calidad, que se mide obsoletamente a través de un examen Icfes, en donde, sin contemplar las diferencias sociales, económicas, políticas y de otras índoles, se pone en el mismo plano a los estudiantes de los ostentosos colegios de las grandes ciudades, donde se cuenta con tecnología de punta y con todos los elementos necesarios para el proceso de enseñanza-aprendizaje, con alumnos de nuestro territorio, en donde escasea hasta lo más básico, como es el agua y el alimento, en donde los alumnos deben desplazarse por horas y navegar a costos muy elevados para poder llegar a las aulas de clase, donde los profesores no cuentan con las herramientas pedagógicas para hacer sus clases por lo menos más amenas, y en donde ni siquiera se cuenta con la señal de internet. Estas son las diferencias que hay que anotar y que se hacen necesarias denunciar.

En la vereda La Playa, del municipio de Salahonda, unas monjas tratan de impartir una educación con calidad, para ello buscan y rebuscan en uno y otro lugar, saben que la única forma de transformar la realidad de sus habitantes es enseñando a los niños y jóvenes a alcanzar sus sueños; con amorosa devoción corrigen los errores y con profundo amor buscan que los alumnos amen su colegio, su territorio, amen ese mar inmenso que se divisa de ahí a pocos metros, en cuyas playas sus padres y madres hacen extensas jornadas para ganarse, mediante la pesca, el sustento familiar; una de ellas me pide un favor, me dice que le ayude en la gobernación para que le nombren los profesores que le faltan hace más de dos años, dice que muchas veces ha salido a Pasto, invirtiendo mucho dinero y tiempo en esos viajes, pero los encargados ni siquiera la reciben, con un afanado “vuelve otro día” parece que le resuelven el problema, no a ellas, sino a más de un centenar de niños que esperan que alguien les dicte la clase que han perdido por mucho tiempo. A mí me despiden con un simple “Usted no se meta”.

Dentro de estas reflexiones, creemos que uno de los principales retos de la educación actual es romper el viejo molde donde ésta únicamente se constituía para perpetuar, soterradamente, los viejos saberes que anclaron las diferencias de clase y sostuvieron un pensamiento que se suponía inamovible. Esos viejos moldes corresponden a la pretensión occidental de priorizar la razón sobre todo lo demás; por eso, muchos crecimos aprendiendo cosas innecesarias y repitiendo fórmulas que no tendrían ninguna utilidad para nuestra vida práctica, dejando a un lado aquellas situaciones que nos hubieran permitido mejor salir al mundo y conocerlo, apropiarnos de él y llegar a amarlo, es que hasta el amor y el sentimiento estaban vedados en las escuelas donde la razón se sobreponía a la pulsión.

La vereda Alto Mira de Tumaco, es quizá una de las más hermosas que conozco, ahí el orden y la limpieza saltan a la vista; por un costado, se extiende plácido y hermoso el Mira, en canaletes y barquitos de papel los estudiantes ponen a navegar sus sueños. La escuela no tiene ni las dimensiones ni los accesorios de los colegios de las grandes o pequeñas ciudades, pero supera a muchos con la grandeza de los profesores que ahí imparten sus clases, donde viven y sueñan junto a sus alumnos, a quienes consideran su familia; un viejo pero hermoso tablero tiene escrita la palabra Bienvenidos, y así nos sentimos, así se sienten sus alumnos; no hay lujos, pero cada taburete, cada pupitre, cada cuaderno, están dispuestos en una armonía que habla no de la rigurosidad de quien impone, sino de quien enseña fundado en el amor, que el orden puede ser también, junto con el caos, parte del conocimiento.

Supongo que más de una vez se ha pensado en el Pacífico nariñense la pertinencia de la educación que se imparte. La pertinencia está ligada a la correspondencia, parte del principio de identidad, de ahí que en la educación, tanto los contenidos como el currículo, deben corresponder al lugar donde estos van a ser impartidos; lo común en nuestro país es que se copien modelos educativos de otros lugares, a veces modelos que inclusive han fracasado, por eso crecimos con un modelo educativo tan alejado de nuestro contexto, y así nos formamos como nación; en un territorio, donde la tierra reclamaba a los suyos, se potenció a los gramáticos sobre los ingenieros, por eso los estadistas discutían si en tal o cual lugar iba o un punto o una coma, mientras el país era saqueado y usurpado, no sin razón la facultad de Ingeniería con la que inició labores la Universidad de Nariño hace más de cien años, fue cerrada por más de 60 años, ya que la sierra necesitaba más de abogados que de ingenieros.

El habitante del Pacifico nariñense, desde pequeño, debe apropiarse de lo suyo, no digo que todos sean pescadores, que todos sean ingenieros, que todos sean marineros, pero si debe inculcarse desde las primeras letras el amor por lo suyo, por su territorio; ahí hace falta una educación integral que les hable de su aldea para interpretar el mundo, partir de lo más próximo para luego explorar el universo, esa es la pertinencia a la que me refiero. El pensum debe adecuarse a los territorios y no lo contrario, así la educación será más idónea con las necesidades de éstos; los contenidos, así tratados, se volverán convenientes a un territorio que tiene todo, pero donde todo parece faltar.

Un ingeniero agrónomo de la Universidad de Nariño me contaba, con no sobrada sorna, cómo hace unos años él quiso ser útil a su territorio, y con muchos sacrificios sus padres lo enviaron a Pasto, atrás quedaba la Barbacoas de sus sueños, ciudad que nunca pudo olvidar. Con todas las ilusiones del caso, debió primero romper con la barrera que el pastuso le pone al negro; demostrar que las inteligencias son múltiples y que no únicamente el baile y la fiesta caracterizan a su pueblo, ya que solamente lo buscaban los viernes para las rumbas. La decepción fue mayúscula, cuando a medida que pasaban los semestres nunca le hablaban de su territorio, ahí la preocupación era cómo hacer más productivos los suelos para la papa y para criar cuyes, para que las vacas dieran más leche, pero poco o nada se hablaba del naidi, del chontaduro, del plátano o del cacao; se impuso, cuenta él, la cátedra para cultivar la palma, pero todos sabemos los resultados de ello. En esa ciudad y en esa universidad, que entonces lo trataron como un extraño, logró ser el representante estudiantil, graduarse con honores y, con el tiempo, lograr que existiera una pertinencia educativa para con el Pacifico, parte sustancial de Nariño.

Hemos leído los planes de desarrollo de los municipios que conforman el Pacifico nariñense, todos coinciden en señalar, en la caracterización de éstos, las carencias en educación; algunos pocos señalan los errores imperantes en los modelos educativos que se imponen desde la Secretaría de Educación del departamento o desde el Ministerio de Educación Nacional; y son contados los que buscan dar una solución más allá de lo meramente cuantitativo, que es sumamente importante, pero no lo único. Sería interesante saber cuál es el porcentaje de los ingresos del municipio destinados a la investigación, la ciencia y la búsqueda de modelos educativos coherentes con el territorio, así como saber si se están gestionando recursos destinados a educación con la Cooperación Internacional, y si realmente lo que se hace por parte de éstos tiene en cuenta la acción sin daño, si esa inversión está libre de toda sospecha futura, ya que lo que la historia demuestra es que las grandes potencias mundiales no dan puntada sin dedal. Un territorio biológicamente rico en agua, en minerales, en especies animales y vegetales, y geográficamente estratégico, con seguridad llama la atención de muchos.

La presencia de la Universidad de Nariño y de la Universidad Nacional de Colombia en Tumaco ha favorecido el pensamiento crítico respecto a la educación en el territorio. Pero hace falta mucho más, los 12 municipios restantes parecieran abandonados al garete por la educación tecnológica y superior; son pocos los privilegiados que pueden salir a Pasto o a Cali a cursar los estudios superiores, son contados quienes acceden a las becas que facilitan el ingreso y sostenimiento en la universidad, sobre todo en un modelo que trae el peso del academicismo y de los logros.

Doña Tulia Castro de Carabalí fue una visionaria hace 50 años, y su legado sigue siéndolo, sabía que la educación es la única y verdadera forma de romper las cadenas históricas que han atado a los habitantes del Pacifico colombiano a una realidad que les fue impuesta; sabía que desde el aula se inician las verdaderas revoluciones, ahí el libro y el lápiz remplazan al fusil para forjar mujeres y hombres verdaderamente libres; sabía que en las aulas empieza a forjarse la aceptación por lo singular y a generar pensamientos originarios, cimentando los valores propios y siendo coherentes con los tiempos. Esperamos que en los ríos, esteros, playas, donde hay niños y jóvenes, haya siempre personas buenas y bondadosas, revolucionarias y apropiadas de lo suyo, que haya miles de Tulias, o como la joven profesora que se aventuró al mundo, capaces de cambiar el mundo.

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