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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

Colombia, el canto de una afrodescendiente: Phillis Wheatley

Phillis Wheatley.
Phillis Wheatley.

 

Hemos crecido en esta patria bajo el amparo de un europeo, posiblemente genovés, del cual desconocemos realmente mucho: Cristoforo Colombo. En la escuela se nos enseñaba que como Colombia se bautizó este suelo para homenajear a este ilustre invasor, a quien se le privó el hecho de que su nombre se perpetuara en lo que hoy conocemos como América, en recuerdo del fantasioso y controvertido florentino Amerigo Vespucci.

Y después de muchos avatares, de nombres y bautizos, finalmente así se denominó a nuestra patria: Colombia. Desde la mal llamada Conquista, se fue imponiendo el europeo sobre el nativo americano y, con la llegada de los africanos en la deplorable condición de la esclavitud, se demarcó aún más el andamiaje social en lo que denominamos la Colonia, hasta el punto de aparecer todo un sistema de castas para demarcar lo que entonces se llamaban cruces raciales. Ahí, gracias a la Inquisición Católica, surge la denominada “limpieza de sangre”, que consistía en demostrar, para acceder a cargos públicos importantes tanto oficiales como religiosos, que no había mezcla de ninguna especie con indígenas, negros, moros o judíos, entre otras; entonces se podía demostrar la pertenencia a una selecta casta aristocrática y entre mayor era la mezcla más se descendía en ese sistema, donde los negros ocupaban el último lugar.

Al indio o se lo exterminó por completo o se lo redujo a la condición de siervos, al negro se lo sometió a la esclavitud trabajando en las labores más pesadas, mientras el blanco europeo gozaba de vida social aristocrática, tenía acceso a educación, a viajar y a usufructuar el trabajo de quienes estaban supuestamente por debajo de ellos en esa escala social inventada e impuesta por ellos mismos, con el amparo de la Corona, es decir el Estado, y del Cristianismo, católico o protestante, ya que así fue la demarcación social en todo lo que hoy conocemos como América.

Colombia, ese nombre que algún poeta decimonónico temía profanar, ignorando entonces el origen de dicha palabra, endilgada a Miranda o a Bolívar; nombre que surge en el canto originario de la primera poeta negra en publicar un libro, por lo menos en América, se trata de Phillis Wheatley, quien nació probablemente en Senegal, África Occidental, en 1753; a la edad de ocho años fue vendida como esclava y llevada a Boston en el barco Phillis, donde fue revendida al próspero comerciante John Wheatley, de ahí su nombre y su apellido, los originales se perdieron en el tiempo.

Los Wheatley, al notar la inteligencia y la capacidad de Phillis, la iniciaron en los estudios clásicos occidentales propios para los blancos, algo raro para entonces, aprendiendo las lenguas clásicas, como el griego y el latín, leyendo en estas lenguas a autores como Homero, Virgilio, Horacio, así como a escritores ingleses, como Milton y Pope. Siendo la familia de tradición protestante, asimiló ella estas prédicas y aprendió a leer la biblia con gran entendimiento. A los 14 años de edad publicó su primer poema, “A la universidad de Cambridge, en Nueva Inglaterra”, para ser reconocida entonces como una poeta promisoria. Sin embargo, en un país esclavista, muchos se resistieron a creer que fuese una negra, esclava y mujer, la que escribía poemas tan profundos, de tal manera que en  1772, a la edad de 20 años, debió enfrentar a la Corte de Boston para demostrar que efectivamente era ella la autora de los poemas publicados, además de demostrar que conocía la biblia y que hablaba las lenguas clásicas.

"Poemas sobre varios asuntos, religiosos y morales".
«Poemas sobre varios asuntos, religiosos y morales».

 

Viajó a Londres con el hijo de los Wheatley, obtiene el patrocinio de la condesa de Huntingdon y en 1773 publica su libro, “ Poemas sobre varios asuntos, religiosos y morales” , allá se entrevista con el alcalde de Londres y con Benjamín Franklin, entre otros, quienes reconocen su valor intelectual y literario. Al regresar a Estados Unidos, es finalmente emancipada, al poco tiempo fallecen John y Susanna Wheatley, entrando en una gran depresión. En 1778 contrajo matrimonio con un tendero también de origen africano, quien fue encarcelado por deudas, tuvieron tres hijos, ninguno de los cuales sobrevivió, para finalmente ser abandonada por su esposo. Debiendo trabajar en duras  y pesadas actividades domésticas, enfermó y murió, muy pobre, el 5 de diciembre de 1784 a la edad de 31 años.

Fue la primera mujer negra en escribir un libro en toda América, que, aunque influenciada notablemente por la cultura clásica occidental así como por el cristianismo, no deja de tener fuertes referencias a su África nativa, ahí, aunque soterradamente, aparecen una polifonía de dioses tutelares, así como el reconocimiento a la naturaleza y al espacio que quedaron grabados en su memoria sintiente. La esclavitud la sometió a dejar todo lo suyo, es por ello que aunque su reconocimiento nos llena de cierta tranquilidad, también es cierto que pudo haber sido en su tierra una princesa de un reino maravilloso, una sacerdotisa de una religión vitalista, una hija y una madre que hubiese evocado a los suyos y a los suyo en su propio idioma. Pero la ignominia de la esclavitud la privó de todo ello.

Su poema titulado “A su excelencia, el General Washington”, enviado con una carta  en 1775, empieza con esta estrofa:

¡Coro celestial! Exaltado en reinos de luz / Sobre escenas de hazañas gloriosas en Columbia escribo. / Cuando la causa liberadora su seno ansioso agita / Se ilumina horriblemente en armas refulgentes.

Para finalizar diciendo:

El siglo apenas culmina su destinada ronda / Cuando poderes gálicos la furia de Columbia encontró / Así también podrás tú, contra cualquiera que ose ofender / ¡El cielo de la tierra de la libertad, defendió a la raza! / Fijos en los hechos están los ojos de todas las naciones / Y sus esperanzas moran en las armas de Columbia. / Ya Britania baja la cabeza pensativa / Cuando derredor se erigen colinas de muertos. / ¡Oh, ceguera cruel para el estado de Columbia! / Tardío lamentar de su desenfrenada sed de poder. / Procede, Gran Jefe, teniendo la virtud de tu lado. / Y que cada acción tuya la diosa guíe. / Una corona, una mansión y un trono que brillan / De brillante oro inmortal, Washington, te sean dados.

Es decir que 4 veces emplea la palabra Columbia, sin que existiera precedente alguno para llamara así a ningún territorio en el mundo. Recordemos que en 1790 se funda el Distrito de Columbia, cuya capital es Washington, de ahí el D.C. que la precede en el nombre oficial.

Monumento en el Memorial a las Mujeres de Boston.
Monumento en el Memorial a las Mujeres de Boston.

 

Francisco de Miranda, precursor de la libertad americana, visitó los Estados Unidos en 1783, donde conoció a varios personajes y padres fundadores, entre otros a Washington; fue ahí donde, con seguridad, leyó el poema de Phillis y le surgió la idea de llamar así a todo lo que conocemos como Hispanoamérica, lo empleó en su proyecto de Constitución y denominó Colombeia a su extenso archivo. Recordemos que fue en el Congreso de Angostura, en 1819, donde se crea la República de Colombia, nombre que había usado con anterioridad la primera Constitución Federal de Venezuela en 1811, y Bolívar, inspirado en Miranda, la emplea en documentos, como en la Proclama  al Ejército en 1813 y cartas, como la de Jamaica en 1815.

Pasaría mucho tiempo para que un negro publique un libro en Colombia, lo haría Candelario Obeso en 1877, Cantos Populares de mi tierra; en novela lo haría Arnoldo Palacios en 1949, Las estrellas son negras; y en cuanto a las mujeres, encontramos en la primera mitad del siglo XX a Teresa Martínez de Varela, Luz Colombia Zarkanchenko de González, Elisa Posada de Pupo, Bertulia Mina Díaz, Lucrecia Panchano, entre otras. Quizá, rastreando viejas publicaciones del siglo XIX e inicios del XX, puedan encontrarse otros autores afrocolombianos, quienes han aportado profundamente a cimentar la cultura colombiana, quizá muchos de ellos enmascarados en las costumbres blancas, vestidos a lo occidental, invocando dioses ajenos, como Phillis Wheatley, pero con la tenacidad de nominar al mismísimo universo.

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