
Este año conmemoramos el día de la afrocolombianidad en medio de un Paro Nacional sin precedentes en la historia del país, en razón a que se ha dado en medio de la pandemia del Covid-19 que ha cobrado la vida de más de 83 mil compatriotas, pero sobre todo porque es la juventud la que ha jalonado desde las calles este duro proceso, enfrentando no solamente a la fuerza represiva de un gobierno que cree que militarizar las ciudades es la solución o que enfrentar a estos jóvenes con el Esmad acallará sus voces o cegará sus sueños, y no lo decimos metafóricamente, sino que pareciera que los golpes en los ojos es una de sus tácticas más odiosas y repudiadas por toda la sociedad.
Según el cuestionado censo del 2018, eran 2’982.224 los afrocolombianos de entonces, sin embargo es una cifra que está muy por debajo de la realidad, ya que en el censo del 2005 el mismo Dane reportó 4’311.757, es decir se desconoció la existencia de casi dos millones de personas en este censo, esto debido a un error en el cuestionario donde no se preguntó a las personas si se sentían identificadas con esta etnia, una cifra reducida con el fin de disminuir el presupuesto que el Estado debe destinar a estas comunidades, como lo afirmó en su momento la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas -CNOA-, cifra que incide, además, en los índices de pobreza multidimensional, que en estas comunidades estaba 11 puntos por encima del promedio nacional, de lo que se desprende que debe ser mucho más alta.
Lo mencionado, no es sino parte de un racismo estructural que se ha empotrado en la cabeza de los colombianos desde la misma escuela, con modelos pedagógicos que desconocían las alteridades, es decir al otro, para cimentar el prototipo de lo blanco en desmedro de lo afro, lo indígena y lo mestizo, así se sigue apreciando, por ejemplo, en los medios de comunicación más poderosos del país que, siendo privados, parecen obedecer a las pautas de un gobierno que cada vez se aleja más de la realidad nacional.

Muchos colombianos marchamos por las mismas causas que nos unen: inequidad, injusticia, desigualdad social, abandono del Estado, exigiendo servicios básicos de calidad, educación de calidad, reducción de los altos costos de los productos de la canasta familiar, acceso a salud digna y a un verdadero cambio en la dirigencia política de este país, cuestión que está en nuestras manos al momento de elegirlos. Sin embargo, las poblaciones afro tienen muchas razones de peso para protestar y seguir marchando, ya que históricamente sus territorios son los más abandonados por parte del Estado, en donde impera la corrupción y en donde los grandes gamonales políticos, aprovechando estas situaciones, no aparecen sino en épocas electorales como verdaderas furias para atrapar caudales con la compra soterrada de votantes.
Muchos otros colombianos se quejan de la forma como las marchas impiden el acceso de alimentos a sus territorios, como las ambulancias no pueden circular por estos corredores, manifiestan que muchos productos están muy encarecidos por el desabastecimiento que se ve, especialmente en los principales centros urbanos, además de sentirse secuestrados dentro de sus propias casas, ya que los marchantes impiden supuestamente la libre circulación. Qué pensarían estos colombianos, cuando se enteren que en estos territorios donde habita mayoritariamente el pueblo afro, como es el Pacífico colombiano, nunca han tenido servicios básicos, léase agua y alcantarillado para citar solo unos; que la salud es una verdadera lotería ya que o no hay las plantas físicas adecuadas para el servicio o no hay el personal suficiente para atender a toda la población; que los alimentos, especialmente los abarrotes, tienen cifras exorbitantes debido a las distancias entre los centros de acopio y de distribución; que durante años han vivido el confinamiento del conflicto armado y que circular por sus territorios implica, muchas veces, exponer sus vidas, y que ahora deben sumarle el confinamiento del Cóvid-19.
Hay muchas razones para que el pueblo afrocolombiano proteste y siga parando este país, pese a todo, lo hacen de manera pacífica en un territorio señalado como el más violento del país, una violencia importada y acrecentada con el narcotráfico y la alta presencia de cultivos de coca, una violencia que es consecuencia de ese abandono estatal y que los gobiernos la señalan como la causa de todo lo que ahí pasa. Jóvenes que están hoy más que nunca inconformes al ver que no hay soluciones prontas para tener acceso a educación y a fuentes de trabajo formales, sin embargo no falta quien tilde al grueso del país de “vagos” y los mande a trabajar, o que propongan dividir los departamentos en territorios de blancos y de indígenas y negros para “evitarse” los problemas sociales. Ese es el racismo soterrado que se lanza desde el mismísimo Congreso de la República, que parece no tener nada de pública y si cada vez más de particular, en donde aun cuelgan los letreros que, como en las peores épocas del apartheid, indicaban que ahí no se aceptan negros ni indígenas.

Pese a todo ello, el pueblo Afrocolombiano ha marchado en paz, ha dado muestras de su interés verdadero para alcanzar ese sueño que le ha sido tan esquivo, ahí están sus jóvenes, hoy más que nunca, comprometidos con el aquí y el ahora de su realidad, sin desconocer su ancestralidad, rica en manifestaciones culturales, rica en festividad y en resiliencia, pero por sobre todo grande en la dignidad de exigir hoy más que nunca sus derechos, para sí mismos, para los suyos, porque si algo nos enseñan las comunidades afrodescendientes, es el sentido comunitario que les permitió romper las cadenas de la oprobiosa esclavitud, de fundar sus estamentos sociales anclados en la tradición y en perfilar para el futuro una verdadera paz con justicia social.
Por eso, hoy y siempre, a cada instante, a cada segundo de cada día, en los lugares ancestrales o en los habitados, se vive la afrocolombianidad con resistencia y pujanza, con compromiso y con la valoración permanente no solo de un color de piel, sino de un anclaje cultural que le aporta tanto a esta humanidad.