Parsimonia

Publicado el Jarne

Los nuevos españoles

Si uno pasea por algunas barrios de Madrid cree que se ha equivocado de ciudad. Caminar por algunas calles de Tetúan, Usera o Lavapiés es trasladarse a otros sitios y lugares más lejanos que cercanos. La inmigración es un fenómeno reciente del que todavía no se es consciente en España por la profundidad que entraña.

España, país de emigrantes

Mi país ha sido tradicionalmente un país del que la gente se iba. Qué les voy a contar que no sepan los colombianos si durante cinco siglos hemos venido un día sí y el otro también. Los tiempos han cambiado y el español que va para allá es muy distinto. A principios de siglo, los pobres. A mediados, los exiliados. Hoy, profesionales que esperan mejorar su situación.

Las últimas grandes migraciones fueron a principios del siglo XX a Latinoamérica, esencialmente desde las zonas más pobres de España. En los años 30 y 40, debido a la Guerra Civil, fueron principalmente a Francia y de nuevo Latinoamérica por motivos políticos –el exilio-. Por último, en los años 60 y 70 viajamos de forma masiva a Europa. En especial a Francia y Alemania como trabajadores manuales para construir los Los 30  años dorados.

Hoy, vuelve a ver una fuerte migración de España a otras partes del mundo. Ante la falta de trabajo y esperando encontrar un futuro mejor, la gente vuelve a coger la maleta. Los estudios no se ponen de acuerdo sobre el número, pero lo que sí es seguro es que es masivo. Los perfiles son diversos y van desde la gente que regresa a su país ante la situación de España hasta jóvenes profesiones que quieren abrirse camino en nuevos sitios.

Esta tradición cambió de forma momentánea desde mediados de los 90 y durante la primera década del siglo XXI. Al calor del crecimiento económico de esos años y ante la necesidad de mano de obra, España recibió a millones de personas. No está de más recordar que también vinieron muchos colombianos. Se convirtió en el tercer país que más gente había recibido tras Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos desde los 90. Casi nada.

Las ciudades están cambiando

Todavía recuerdo la cara de mi abuela cuando vio un chino cara a cara. Se encontró a su primer oriental vendiéndole pan con más de 75 años. Recuerdo que lo miraba y remiraba una y otra vez de arriba hacia abajo mientras la china buscaba la barra. Para ella, los asiáticos eran algo lejano y misterioso de las películas de los años 50. Allí estaba frente a frente con uno de ellos, fascinada y acuciada por las dudas. La magia de estos tiempos.

Y es que el paisaje urbano cambió de forma repentina. Los abuelos al sol, lectores incansables del Marcase juntaron con con todas las Latinoaméricas, Marruecos y países del Este. Comenzaron a proliferar los restaurantes de países hasta entonces exóticos, los locutorios para enviar las remesas y las discotecas con reggaeton y salsa. Las escuelas se llenaron de Mohammed, de nombres latinos compuestos y chavales bautizados como los malos de las películas de la Guerra Fría.

La inmigración se vio como una plaga bíblica. También como una forma de diversidad. Sin ninguna duda, como una oportunidad económica. Los extranjeros ocuparon  puestos de trabajo que nadie quería, ampliaron la población activa y se convirtieron en consumidores que necesitaban casas y todo tipo de bienes. Renovaron barrios que languidecían. Demográficamente, han sido clave a la hora de mejorar la pirámide de población y de que todavía el sistema de pensiones sea viable.

Pese a esto, no ha sido un asunto pacífico. Para los españoles, la inmigración era uno de los principales problemas hasta que la crisis entró en escena. Se utilizó políticamente y muchos la relacionan hoy con delincuencia, marginación e inseguridad. Sin embargo, la situación económica y el nuevo flujo de salida de españoles han modificado la percepción de la gente.

El relato ha cambiado. Los españoles han empezado a darse cuenta de que eso de comenzar de nuevo en un país no es tan sencillo. Los inmigrantes tienen que partir de cero, adaptarse a otra cultura y aprender un idioma que no es el suyo. Antes, parecía una cosa de pobres y aventureros; ahora es una dura realidad que se escucha por Skype o en las terrazas y de la que sentirnos orgullosos. Nuevos tiempos, nuevos relatos.

Los nuevos españoles

Con el nuevo ciclo económico, muchos de los que vinieron se están marchando. Cientos de miles de personas se van cada año sin mucho ruido. El paro está afectando especialmente a los emigrantes porque se centra en la construcción y al sector servicios, así que se van. Dejan España para volver a su país o aprovechar la libertad de movilidad europea para viajar a otros países comunitarios con una situación económica mejor.

Pero hay una parte de esos inmigrantes que no va a volver. Ni se lo plantean. Han echado raíces aquí. Su país de origen queda cada día que pasa más lejano. Leen los periódicos y se preocupan por su familia, con suerte votan, pero ya es distinto. Y luego están sus hijos. Tienen amigos aquí, les gusta el Real Madrid o el Barça y se quejan de todo. Se van a quedar en España.

La sociedad ya ha empezado a integrar a esa gente, pero todavía queda mucho por hacer. Los estudios dicen que se han integrado bien -hay que tener cuidado porque  ha sido una cuestión muy estudiada, pero todavía queda mucho por hacer-. La política no es consciente todavía de los retos  que se plantean. No hay políticas públicas consistentes en este sentido porque casi todo se ha dejado a las óneges y estas llegan donde pueden. Y en un contexto de crisis, se quedan en lo urgente y no atienden a lo importante.

Se está empezando a descubrir todo lo que entraña. Supone que en un país de mayoría católica y donde tiene un trato de privilegio, cada día haya más gente que no es de esa confesión. Hace poco conocí el caso de que un instituto público al que iba gente de distintas nacionalidades donde se quiso poner un belén. Pues se organizó un buen jaleo porque había padres que no querían porque eran de diferentes confesiones. Falta sensibilidad.

Faltan estudios sobre el racismo o sobre cómo afectan las desigualdades a estas personas. En un momento en que los servicios públicos están de capa caída y que son claves a la hora de integrar, los recortes se pueden convertir en calvo de cultivo para graves problemas sociales en el que el elemento racial o xenófobo juegue un papel clave.

En fin, queda mucho por hacer o no habrá nuevos españoles. Solo desarraigados con un carné que les dice que son españoles. Y de esos ya ha habido muchos a lo largo de la historia como para que volvamos a repetir los errores del pasado.

P.D: los datos para realizar este artículo se tomaron de la revista española Alternativas Económicas en su número de enero de 2014 sobre la inmigración en España.

En Twitter: @Jarnavic

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