Cuando era más joven, a los 29 pensaba que estaría casado o tendría una pareja estable, que estaría pagando una casa y puede que tuviera algún hijo en camino. Que viviría en Madrid o en sus alrededores. Que me quejaría de pagar las facturas, de los gastos de la casa o del seguro del coche. Los sábados iría a hacer la compra y el domingo al Retiro.
También pensé que estaría aburrido de vivir, que echaría de menos los años de la juventud. Que asociaría aquellos años a la universidad, cuando fui medio revolucionario y viví todo lo que quisé. Que luego, como les ha ocurrido a tantos, el tiempo me pondría en mi sitio. Que del garrafón del Cameron pasaría a hacer catas de vinos. De las asambleas a las juntas de vecinos para discutir por alguna derrama.
Que viajaría menos. Que después de trotar y trotar, dejaría los hostales y me pasaría a los hoteles. Que me preocuparía del aseo y de cómo es la habitación. Que no me importaría pagar un poco más por un buen sitio. Y ya que viajamos poco, porque siempre se viaja menos con la edad, que dejaría Ryanair y me pasaría a Iberia.
Me imaginaba que sería un funcionario, o que entraría en algún banco o empresa grande donde tuviera buenos horarios. Con un trabajo de 8 a 3 como he visto siempre en mi casa. Que al terminar el día mis ocupaciones serían ir a la compra, echar un partido de padel o correr la carrera de turno. O ejercer de padre modélico y acompañar a mis hijos en sus diferentes actividades.
Todo se jodió en la universidad. Allí hice algo que no quería. Cómo hice algo desganado y no tuve fuerzas ni arrojo para cambiarlo, tragué y tragué. Pero comí tanto y durante tanto tiempo que hasta los cuerpos más grandes se acaban por llenar. Vomité. Lo saqué todo. Lloré y me dije que habría que empezar a ingerir de otra manera.
Empecé a comer de otro modo. Más despacio y menos cantidad. A devorar menos y a paladear más. A dejar el plato con sobras o a rechazar lo que me servían cuando no me gustaba. A masticar con tranquilidad, fuera lo que fuera. A cocinar y a buscar lo que realmente me apetecía. A veces lo más saludable, a veces no. Pero siempre eligiendo mi menú y con quien compartes mesa.
Ahora no tengo coche y comprarme una casa me parece algo tan lejano como no tenerla era para mis padres. Ahorrar es una utopía y sé cuando voy a trabajar de semana en semana. Estoy soltero y veo a mi familia de tanto en tanto. Viajo en autobús y me hospedo en el lugar más barato. Me han caído 29 y se acercan los 30. Y nunca pensé que tuviera que hacerme viejo para ser joven. Tampoco que disfrutaría tanto de la vida ni que me costara tan poco cumplir años. Cosas de la edad.