Pareidolia del Sur

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Una decisión difícil para la banda izquierda

Por Quim Rabinovich

Eduardo Galeano y Gunter Grass fallecieron el 13 de abril de 2015. Fotografía tomada de http://letra.digital/actualidad/sociedad/letras-de-luto-mueren-galeano-y-gunter-grass/
Eduardo Galeano y Gunter Grass fallecieron el 13 de abril de 2015. Fotografía tomada de http://letra.digital/actualidad/sociedad/letras-de-luto-mueren-galeano-y-gunter-grass/

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En un maravilloso libro sobre el balompié, El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano recuerda que en sus sueños jugaba al fútbol de manera formidable. El problema era la realidad, que convertía sus piernas en palancas inservibles para forjar cierta estética deportiva. Tan mal debía jugar a la pelota que, mientras hacía regates en el espacio onírico, lo entendía a la perfección en el papel.

“Los uruguayos queremos ser jugadores. Es una obligación patria jugar bien el fútbol, y yo era una vergüenza”.

Otro escritor reconocido por sus textos sobre fútbol, Roberto Fontanarrosa, decía que solo tenía dos problemas para jugar de manera lúcida: la pierna derecha y la pierna izquierda. Inscrito también en la tradición de aquellos que observaron el fútbol desde la barrera irreal –pero no por eso desde una distancia invidente–, Fontanarrosa escribió varios de los cuentos sobre soccer más emblemáticos y bellos de la literatura. Además, fue el contradictor natural a la idea cacareada y repetida de Borges acerca del fútbol como entretención estúpida. Ignorar a Borges tiene mérito; más aún cuando el autor de El aleph estaba equivocado.

Una vez, el historiador y novelista payanés, Juan Esteban Constaín, dijo que había que entender a Borges en su ignorancia, pero sobretodo, en su ceguera. ¿Cómo va a ver bien fútbol sí siempre fue medio cegatón? En su novela ¡Calcio!, Constaín le da un viraje histórico a la fundación del fútbol: el profesor italiano Arnaldo Momigliano, desafía a los ingleses a un debate donde pretende sustentar que el primer partido del balompié se jugó con el calcio fiorentino como base, y no con las reglas impuestas por los británicos. Un escándalo tan grande como sí Martín Palermo hiciera un enganche sin caerse. Constaín, consciente de su limitación para el fútbol –a veces lo ve uno con la camiseta de Boca Juniors puesta, con la sombra de Palermo rondando–, le ha entregado al engaño (o a la ficción), buena parte de su talento oculto entre las bibliotecas.

Juan Villoro, sociólogo y escritor de tratados sobre el deporte rey –quien se emociona más al hablar de la pelota que sobre disquisiciones sociológicas; o, mejor, quien se apasiona tanto que confunde las disquisiciones sociológicas con los recorridos del balón–, recuerda su época de futbolista cuarentón en una entrevista para La Jornada de la Universidad Autónoma de México. Villoro comenta que por esa época se dio cuenta que la retirada estaba cerca cuando le propinó una patada brutal a un estudiante suyo. Dijo, además, que era mejor interpretar el fútbol (como se toca un instrumento) frente a la opción de verlo. Con los años, sostener esta afirmación es una cuestión de cercenar la autoestima y la dignidad propia.

En su libro Fiebre en las gradas, el hincha profesional del Arsenal y escritor inglés, Nick Hornby, cuenta una anécdota en la que percibió que algo andaba mal con su adicción al fútbol. Un día, cuando estaba impartiendo clases a niños de primaria, el abusón del curso les espetó que era poco lo que él podía saber del Arsenal. Como si fuera un bebé al que le quitan su biberón, Hornby le gritó al muchacho cada victoria rebuscada del equipo londinense –que entonces jugaba en Highsbury– y remató haciéndole una trivia gratuita para cerrarle el hocico.

Como hincha obseso, el británico también dedicó su vida a patear la pelota, al mismo tiempo que aprendió a mirar fútbol. Hornby fue un trotamundos de ese terreno masoquista del balompié amateur: Cambridge, calle, salón, grama artificial. Todas las superficies, contra toda serie de cancheros sin remedio:

“Soy delantero. (…) y no solo recuerdo sin ninguna dificultad los goles que he marcado hace diez o quince años, sino que, en privado y para mis adentros, me produce un gran placer acordarme de aquellos goles, aunque sé que muy posiblemente este tipo de autocomplacencia terminará por dejarme ciego”. Al igual que Borges.

En ese sentido, Galeano no estaba solo en la banca. Tampoco en el compadrazgo y la lucidez de la escritura que reemplaza a la falta de habilidad para hacer una cabriola.

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El destino a veces le juega sucio a la inmediatez. Como agravio mayor a la muerte de uno, se tienen que morir dos, y con apenas horas de diferencia. El escritor aficionado –al igual que el futbolista en la misma condición– tiene que escoger entre los dos personajes (o los dos partidos) para poder jugar medianamente bien; sino, puede correr el riesgo de verse tapado por la avalancha de textos conmemorativos sobre ambos autores (o de desgarrarse en el intento de correr por una pelota larga en el segundo juego).

Por fortuna, Gunter Grass –el primer fallecido– me dio una mano con una anécdota acerca de su afición tardía y el dolor de las piernas que le producía el extremo zurdo. Grass creyó que nunca era tarde para incursionar en el fútbol, luego de ver jugar a su heredero de seis años. Pensó que un partido de padres e hijos sería el momento perfecto para saltar al estrellato. Como referencia un pequeño artículo de la revista Líbero, Grass dijo: “naturalmente me puse en la izquierda. Tiraba buenos centros, pero las rodillas me dolían demasiado”.

Con el uruguayo Eduardo Galeano –segunda baja de la mañana–, compartían la forma elegante de disimular su escaza destreza para el fútbol –aunque el uruguayo fuera más sincero con su torpeza–. Por otra parte, Grass, al igual que Galeano, escogía siempre la banda izquierda para desplegar sus reflexiones e ideas. Desde allí cuestionaba el poder de las instituciones públicas, incluidos los gobiernos e ideologías conservadoras y a la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa).

Galeano espetaba que, desde la profesionalización del deporte, la belleza del ritual de once contra once, emulando la idea de la batalla –la guerra por otros medios–, se ha deteriorado de tal forma que los artistas con el balón se han convertido en mercachifles y modelos, en lugar de héroes de la épica goleadora.

Grass, a su vez, arengó en 2006 contra el manejo mercantil del balompié. “La comercialización del fútbol me parece terrible. (…) La Fifa está actuado de manera cobarde, si siguen así el fútbol dejará de ser del pueblo y se convertirá en un gran negocio”. El vaticinio de Grass y la severidad de Galeano no son meras especulaciones, sino objeciones razonadas desde la comodidad de una vida sin muchos partidos físicos, pero muchas lecturas y discusiones sobre dinámicas y estrategias de juego; el funcionamiento del capital abrumador.

Para el escritor aficionado es difícil decidirse a celebrar la muerte de uno de los dos de forma aislada. Ahora ambos entrenan en un lugar donde es posible que las piernas les funcionen mejor. Cualquier técnico que los tenga a su disposición se verá inmerso en una encrucijada: elegir el titular en la posición de carrilero izquierdo.

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@Pareidoliasur

 

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