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Todos somos Nadejda Von Meck

(Este artículo fue publicado el día 24 de Marzo de 2014 en nuestro blog personal)

Por: Quim Rabinovich*

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“Realmente, sin la música habría para volverse loco. Únicamente por amor a ella, nuestra existencia merece ser vivida. ¡Quién sabe si en el cielo no habrá música! ¡Aprovechémosla plenamente mientras estemos aquí abajo!”. Piotr Tchaikovsky, en carta dirigida a la señora Nadejda Von Meck.[1]  (Fotografía tomada de)

Piotr Ilich Tchaikovsky –de origen ruso– fue un músico excepcional, pero sobretodo, un disidente a la tradición cultural de su época. A finales del siglo diecinueve, encontró en Richard Wagner su antítesis y principal crítico. Tchaikovsky fue la representación de una oposición a las formas regulares en que se componía. Irreverente pero callado, introvertido y sin afán protagónico; un clarísimo ejemplo de que su obra musical hizo pasar su vida personal a un segundo plano sin que la humanidad lo haya notado.

Hace tres meses, la Revista Semana dedicó una página para relacionar una película que conmemora los 120 años la muerte de Tchaikovsky, con la actualidad despótica de la legislación en contra de la comunidad LGBTI en Rusia, consentida por el gobierno de Vladimir Putin[2] –la cual impide, entre otras cosas, cualquier tipo de ‘propaganda homosexual’–. El escrito hacía referencia a la presunta homosexualidad del compositor, y la reacción que asumieron los órganos estatales al respecto. A pesar de condenar a la comunidad LGBTI –en el terreno legal y fáctico–, Putin afirmó que no debe existir una discriminación contra indicios no comprobados acerca de la homosexualidad de Tchaikovsky y que, por el contrario, hay que exaltar el valor estético de su obra para la nación. Putin es, en efecto, un jugador del ejercicio pueril y práctico de la política.

Existe un consenso crítico generalizado –al cual me adhiero y comparto plenamente- que la vida y la obra del autor deben ir por separado. En este caso, parece que Putin lo sigue al pie de la letra. Pero es una ilusión; solo conveniencia y diplomacia retórica sin ningún fundamento.

En su momento, Tchaikovsky fue víctima de la discriminación por su condición sexual, pese a que intentó mantenerse apartado de los rumores con un matrimonio prematuro y desastroso con Antonina Ivanovna Miliukova –quien por cierto fue su alumna. La exploración de sus deseos fue siempre un tormento, un verdadero bache para su estabilidad emocional. Empero, eso no afectó su producción musical. El compositor ruso, prolífico y sensible, pudo contribuir a la historia de la música con innumerables óperas, sinfonías y ballets. Su reputación llamó la atención de un personaje vital en su vida y en la difusión de sus composiciones: Nadejda Von Meck, una viuda adinerada y de clase alta. Al escuchar una audición La tempestad (1873), la dama sintió el deseo inexpugnable de comunicarse con Tchaikovsky (de hecho, me extrañaría una reacción contraria). Su relación fue muy particular en la medida que solo se conocieron a través de cartas: un prolongado diálogo en el que tocaron todo tipo de temas, compartieron percepciones del mundo, de la música y del contexto sociocultural de su época. Alguna vez, coincidieron en Florencia, pero al verse de frente siguieron de largo sin mediar palabra. Pero Von Meck no solo fue su confidente, sino el apoyo económico que necesitó para componer sin preocupaciones. Gracias a ella se mantuvo y pudo viajar por Europa. Cuando parecía que esa relación era indisoluble, se reavivaron las sospechas de la homosexualidad del músico: Von Meck reaccionó de manera tajante y abandonó por completo toda conexión con Tchaikovsky.

Dicho esto, y volviendo a la situación actual de Rusia, es evidente que aquella discriminación es muy similar a pesar de ser ejecutada por distintos sujetos y a través de formas diferentes –directas o indirectas, pero igualmente despectivas–. Von Meck es Putin, y Putin son las personas que alrededor del mundo manifiestan una exclusión hacia la diferencia. Los deseos de exclusión se globalizan y se vuelven contagiosos: existe una delgadísima línea entre la tolerancia y la hipocresía[3]. Todos hacen parte de esa manifestación de apartheid, sea simbólica o fáctica, en la que se emite un juicio de valor que no concuerda con el respeto a la alteridad.

Y no voy a negarlo: admiro a Tchaikovsky, por su música y ya está. No obstante, el hecho que un gobierno reprima la libertad sexual de las personas, y al tiempo manifieste un discurso diferente sobre Tchaikovsky, es por lo menos llamativo. Ese tipo de contradicciones revelan que ‘todos’ podemos incurrir en el mismo error: creer que ocultar un hecho, una circunstancia, un acto, un símbolo, es lo mismo que aceptarlos y comprenderlos. Aprehender los contextos, sensaciones y cosmovisiones del otro requiere tiempo y sensibilidad: tiempo que detiene La patética, Sexta Sinfonía de Tchaikovsky, y sensibilidad que no tuvo Von Meck con el autor de El lago de los cisnes.

Pensar un mundo alternativo nos exige condiciones y retos: el primero librarnos de dogmatismos, y el segundo, pensar, sopesar y comprender (la diferencia, los derechos[4], la alteridad). Todo aquello que le sea contrario, lo está escupiendo Putin desde el cómodo rascacielos del poder.

 @Pareidoliasur


*Editor y colaborador

[1] En el libro Tchaikovsky y Teleman de la colección ‘Música y Músicos’ de Parramón Editores, Barcelona.

[2] Vea artículo en semana.com (http://www.semana.com/gente/articulo/tchaikovsky-120-anos-pelicula-homosexualidad/365590-3)

[3] Véase el ensayo del profesor español Ernesto Garzón Valdés ‘No pongas tus sucias manos sobre Mozart. Algunas consideraciones sobre el concepto de tolerancia’.

[4] Irónicamente, Tchaikovsky estudió derecho en su juventud. El músico nunca pudo comprender y disfrutar la quietud y dificultades del fenómeno jurídico: entre ellas, su uso como un elemento al servicio del poder de una razón inquisidora.

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