Pareidolia del Sur

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Sueños aromáticos

Por Maximiliano Marat

Tomado de aquí
Tomado de aquí

Desde hace varias semanas es recurrente que sueñe con una situación particular: estoy sentando en un sanitario defecando y por alguna razón extraña las puertas y divisiones del baño desaparecen, dándole la oportunidad a toda una audiencia de presenciar y comentar la deposición. El sueño es tan bochornoso que se prolonga hasta el más incómodo de todos los instantes: la limpieza anal. Sin embargo, se ha repetido con tanta frecuencia que las últimas veces no me he avergonzado; al contrario, recuerdo haber conversado con algunos de los allí presentes. Generalmente son familiares, amigos y conocidos. Al despertar el alivio y la curiosidad se atiborran en mi garganta: ¿qué rayos acabo de soñar?

Nunca recuerdo un sueño más allá de unas cuantas horas después de la velada, pero éste lo he llegado a comentar con media docena de allegados a quienes causa la misma impresión: terror. Ya sea por pudor, superstición o mero desagrado hacia la imagen, al final siempre sobran los detalles y escasean las explicaciones concretas.

En su ensayo La pesadilla –incluido en el libro Las siete noches–, Jorge Luis Borges se ocupa del tema. Luego de su lectura, considero que las pesadillas son imágenes absurdas que en sí no dicen nada, ni determinan objetivamente a qué tememos o a qué escapamos: el núcleo de estas es la sensación que nos producen. El sentimiento, cualquiera sea su naturaleza (horror, ira o vergüenza), es un parásito que se alberga en una metáfora o en un recuerdo que magnificamos dotando a la sensación de rostro, cuerpo y alma. Entonces realmente no se trata de estar defecando en público, se trata de mi pánico a la vergüenza, al estar expuesto ante un auditorio con los calzones abajo. Lo curioso es que esta fobia, connatural a las necesidades gregarias de la especie, haya adoptado la forma de un acto inofensivo como lo es evacuar.

Los perros suelen excretar en la calle a plena luz del día y delante de todo tipo espectadores. El hombre primitivo también asomaba su trasero sin problemas al aire libre, e imagino que en presencia de sus colegas. En general, toda la naturaleza evacua sin pudores. El ser humano es el único que ha creado pequeños cuartos aislados del mundo donde desahoga el instinto visceral de defecar. He visto a más de uno conteniendo las ganas hasta palidecer con tal de realizar la deposición en la comodidad de su casa; he acampado con personas que durante cuatro días le han dado vueltas al material hasta encontrar un baño con papel, jabón y loción de manos. Son tantas hazañas o estupideces con tal de evitar un momento bochornoso que me he vuelto un cualquiera con los sanitarios. No importa la hora, el lugar o las personas, apenas me vienen las ganas desato esa furia intestinal en el primer resquicio que encuentre.

Esa imagen tan higiénica que nos venden en todo momento –a través de incontables productos– es muy decorosa pero hipócrita, pues hacer del cuerpo es un recordatorio de nuestra naturalidad, es parte de lo que somos. Cuando me encuentro frente a personas muy canallas o pedantes para superar la impotencia que me produce no poder decirles nada, me los imagino sentaditos, haciendo caras, mientras pujan con todas sus fuerzas  en tránsito al éxtasis de la evacuación.

Por eso hay que disfrutar ese momento sin tanto recato, llevar un buen libro o el periódico para cuando se está estreñido –en el peor de los casos, se le puede dar buen uso a los malos textos–. Si es un baño público hay que aprovechar para armar conversación con el de al lado, ya que es mejor compartir palabras que sonidos flatulentos. Si es al aire libre, se puede contemplar el paisaje, respirar profundo y fijarse en los curiosos animalitos que se acerquen; saludarlos y pedir disculpas si se hace en el nido de alguno de ellos.  También es recomendable repasar alguna que otra lección, pues lo que se retiene haciendo fuerza –lo garantizo– nunca se olvidará. Hay que hacer de estos momentos toda una experiencia sensitiva y prodigiosa, lo menos que se puede ganar es salvar a esa imagen de convertirse en una pesadilla. Yo aprendí a convivir con ella y creo que la angustia deberá encontrar otra máscara que habitar. Quizá ahora se me figure como un rollo de papel ausente.

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@Pareidoliasur

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